La Biblioteca

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La Biblioteca despertó un día más cuando las frías luces del vacío etéreo la iluminaron. Claro que llamarlo vacío estaba un poco desactualizado pues desde que los arcanistas de cada realidad conocida habían descubierto que por él podían deslizarse sus artes, movilizarse sus invocaciones y básicamente usarlo como un depósito, el vacío se había llenado bastante, aunque en sus infinitas dimensiones esto era casi imperceptible la mayor parte del tiempo para la mayor parte de las mentes. Por otra parte etéreo quizás nunca había tenido un verdadero sentido pues allí la mayoría de las cosas parecían bastante palpables y sobre todo aquella torre inmensa que es la Biblioteca. Por otra parte, afirmar que la biblioteca despertaba, no pretende ser ninguna metáfora referente al unísono despertar de todos sus habitantes para un nuevo día de labores tales como ordenar los cientos de enciclopedias y demás. No lo es por dos razones, la primera es que la Biblioteca tiene conciencia propia y la segunda es que su único habitante solía dormir unas cuantas horas más que ella. Y ante cualquier reproche tranquilamente podrìa contestar que no era necesario ni productivo madrugar pues después de tanto tiempo organizando las enciclopedias podía afirmarse con total certeza que nadie las consultaba y por lo tanto no se habían movido de su lugar en décadas.

No es que solo hubiese enciclopedias en ella, en realidad hay infinidad de obras de diversos generos y estilos, autores y temáticas, calidades de edición e ideas sobre qué tipos de piel son adecuadas para encuadernar un tomo. De no ser así la Biblioteca no habría despertado aquel día con la sensación de que algo estaba fuera de lugar, que sentía algo de frío en el vacío y que le gustaría desayunar unos huevos benedictinos. En primer lugar, la Biblioteca podía despertar porque había sido creada por un alquimista, barra, arcanista, barra, mago, barra, bibliotecario, que deseaba que su biblioteca tuviese la capacidad de existir por siempre. Tantas pérdidas en la historia de las historias lo habían llevado a la determinación de que debía existir un lugar que conservase por siempre un recuerdo de todas las historias alguna vez escritas. Los detalles arcanos del asunto quedan fuera de la capacidad del relator pero lo seguro es que los libros formaban una parte esencial del asunto. Es de los libros de los cuales la Biblioteca había tomado fracciones de conciencia, no solo datos, palabras e historias, sino sentimientos, fuerzas, intenciones y finalmente eso, todo revuelto, había ayudado a crear una conciencia propia. El autor había dado hasta el último momento de su vida en aquel proyecto, recolectando los libros, interactuando con aquella mente naciente y enseñándole a aprender, tanto así que había olvidado ocuparse de una manera en que él mismo pudiese sobrevivir junto a ella para verla crecer.

En segundo lugar aquella inmensa mente cuyos estantes ordenados formaban parte de una red neuronal constituida por páginas encuadernadas, podía pensar a gran velocidad pues aquellos libros estaban organizados y limpios, tal como uno puede pensar con agilidad cuando sus ideas están en orden. Pero a diferencia de una mente atada a un cuerpo que puede morir en cualquier momento si no presta expresa atención a donde mete los dedos o que pierna debe mover primero, era consciente de cada libro que constituía su mente y por lo tanto podía saber cuando alguno faltaba. Al principio, un libro fuera de los estantes podía significar una falta grave para ella, pero luego de siglos de crecimiento, podía dar cuenta de ellos mientras estuviesen dentro de la torre que consitituía su armazón. Aún así, le molestaba sobre manera que los tomasen sin avisar dejando una nota clara sobre donde estaría hasta que lo devolvieran. Había perdido muchos libros a causa de invitados que nunca volvían. Claro que tampoco era culpa de ellos en muchos de los casos, pues un efecto de flotar en el vacío etéreo era que nunca se sabía con cual realidad se colisionaria la próxima vez. En efecto, la puerta de la biblioteca solía ocupar el espacio dimensional de otras endiduras que cumpliesen con el concepto de portal para los seres que la habían creado. Esto podía ser una puerta en un callejón, la puerta principal de un castillo o la madriguera de alguna alimaña, a veces durante solo unos segundos, el tiempo suficiente para que la persona que abriese la puerta creyese haber visto el interior de la magnífica biblioteca por unos instantes, y otras durante suficientes minutos como para que alguien pudiese entrar y solo entonces se mantenía abierta hasta que el visitante se marchara. El creador había temido al crear la puerta, que de otra manera muchos podrían quedar atrapados, y no lo preocupaba tanto la idea de arrancar seres de su propios hogares como la idea de tener que compartir el espacio con extraños. En efecto había algo fuera de lugar aquella "mañana", pero de eso nos ocuparemos en un segundo.

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