IV

62 5 0
                                    

TRIXX

    Saltar de un techo a otro era una habilidad que había mejorado a través de los años, y me había sido muy requerida últimamente por las constantes demandas del idiota de Abasi. Y esa tarde no era la excepción, me encontraba sobre el techo de una casa de más de un piso, diría que dos. Debía obtener algo de dinero antes de que la amenazante tormenta cayera. Dirigí mi visión a todo el paso de la feria, muchas personas caminando y comprado, y yo no podía decidir a quien atacar, solía tomar el dinero de personas que no les faltaba, o más bien que yo suponía que no.
    Mis ojos no podían creer lo que estaba viendo, de ninguna manera estaba equivocada, sabía quien era ella. Sin más, junto a uno de los puestos de joyas se encontraba la reina, Pollen, acompañada de lo que parecía ser uno de sus esclavos y unos siete guardias reales.
    Mi furia crecio, esa mujer que tantas vidas había rebatado junto al maldito de su marido que se hacía llamar un Dios, nunca pude escuchar salir de la boca de mis padres cosa más ridícula. Lo que sí, ese tipo y su concubina se habían aprovechado de la ignoracia de mis padres, y no solo se habían llevado sus vidas, si no que les hicieron creer que hacían un bien. Por ello, no pude detenerme, quería venganza, ¡Ahí mismo! No pensé en nada más cuando agarre mi flauta y en su boquilla sople moviendo mis dedos sobre sus agujeros restantes. El susto de la reina y de todos se genero al ver a mis amenazantes compañeras hipnotizadas. Baje de aquel techo pegando un salto y cayendo en una lona. Corrí hasta ella y en fracciones de segundo tenía a la reina en frente de mí, con el terror evidente en su cara, y sus guardias protegiéndose de las serpientes, creí que ya la tenía por lo que sin meditar siquiera un momento me dispuse a tocar la melodía liquidatoria. Fue cuando un hombre, el esclavo de Pollen, sin miedo poso su mano sobre mi flauta.
    -Tranquila, niña, ¿Quieres dinero? ¿Te sirve esta joya?
    -Bomani, no... -susurró la reina a su esclavo mientras que él notoriamente no se dispondría a obedecer. Dejo caer una pulsera de plata con lo que parecía ser un dije en forma de tortuga, en mi flauta.
    No lograba entender la valentía de ese hombre o porque ayudaba a esa maldita cuando todos estabamos sufriendo su gobierno. Sus ojos verdes mirandome directamente a los míos hicieron que me perdiera de la situación. Rápidamente me di cuenta que las serpientes estaban yéndose; me di media vuelta y comprobé el peligro, los hombres de la reina se acercaban a mí. No quedaba otra opción, no había tiempo para ninguna venganza, de ahí salí disparada.
    Corrí como jamás había corrido, tenía por hecho de que no estaría presa tanto tiempo, ya que me castigo sería la muerte segura. Intentaba tocar mi flauta para dirigirle una mordida de cobra a cada uno de esos siete hombres. Pero, al ver a unos pequeños niños y a tanta gente observando asustada, no quería hacerlo, no podía dominar ese arte que jamás había puesto en práctica, pero estaba casi dado por evidente que mataría a muchas personas que solo a esos siete.
    Un fuerte trueno se escucho en el cielo, mi tiempo y mis fuerzas se agotaban, no sabía donde esconderme, y con lo último que se me ocurrió, tomé el hombro de un muchacho encapuchado.
    -Ayúdame. -Fue lo que salió de mi desesperada alma. Reconocí al jóven, era ese que me había salvado en una ocasión, sus ojos avellanas estaban tan abiertos como platos, y su respiración entre cortada. ¡¿Pero que le ocurría?! El tiempo no me daba para esperarlo un segundo más, salí de ahí de manera precipitada.
    Me metí a un callejón, y cuando parecía ser que lograría atravesarlo y salir al desierto sentí como tiraban de mi largo cabello, provocando que callera al piso.
    -Al fin te atrapamos. Has causado problemas. -Reían triunfantes los siete sujetos. Uno de ellos agarraro mis brazos, y otro me saco la máscara, y claro, no podían faltar los estúpidos silbidos.
    -Más bonita de lo que pensé. -Comento otro de ellos.
    La cárcel y la muerte, ¿Qué podía ser peor? Ah, sí, me estaban llevando sin mi flauta; y a pesar de que rogue porque no la dejarán en la arena y me la dieran, no fui escuchada... Me dirigía a mi fin, y dejaba a una compañera para enterrarse en la arena...

Miraculous: El preludio de una gran historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora