Prólogo

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Si alguien le hubiera preguntado a Harry por qué había decidido mudarse aquí, probablemente ni él mismo tendría la respuesta correcta para ello. Limpió el sudor de su frente con el dorso de su mano polvorienta, y siendo el meticuloso de la higiene que era, chasqueó la lengua al percatarse que ahora sus poros estarían llenos de bacterias microscópicas; los ácaros, a los que casualmente también debía una ocasional alergia. Estornudó, y su acto reflejo de cubrirse con el antebrazo lo hizo soltar la caja que cargaba ¡Genial! La mitad de los adornos destinados a su futura sala de estar de seguro eran trizas, o estaban astillados sin remedio más que botarlos en el basurero de la calle. Suspiró con cansancio y recogió el desastre. Para su sorpresa, el elefante de porcelana que había traído de India seguía resguardado por el papel de diario. Dios bendiga a su madre por haber insistido en envolver las cosas frágiles.

Su flamante casa era el fruto de años de ahorrar, un préstamo del banco y la contribución de un bono por parte de sus padres. Prefería omitir que esa ayuda familiar venía en parte como un consuelo, una forma sutil de decir "Lamentamos que tu matrimonio fracasara, que el divorcio se haya llevado buena parte de tu patrimonio en común, y que aún no te puedas recuperar del trauma de la traición." Pero se sentía bien, a sus veintisiete todavía era lo bastante joven para rearmar su vida, empezar desde cero en un lugar donde nadie supiera quién era, de dónde venía, ni las cicatrices que rayaban su piel.

Se quitó la pañoleta que evitaba que sus no-rizos se salieran de control, otra de sus 'buenas' ideas había sido despedirse de su larga melena, podía contar como una declaración de que allí terminaría una etapa que se había robado su fe. Hoy, con la oportunidad de ejercer como profesor titular en un colegio privado, su nuevo corte sin duda lo ayudaría a parecer más profesional; no es como si lo necesitara, Harry era excelente en su trabajo y muy bueno para tratar con adolescentes, pero había sido víctima de los prejuicios de la gente antes, y para ser honesto prefería ahorrarse el mal rato. El problema con su actual estilo, era que su semi ondulado cabello aún no lograba definir para qué lado iba a acomodarse.

Ugh.

Sintiéndose fresco y animado terminó de descargar el camión de mudanza. Con las manos en las caderas se plantó frente a su hogar; la agente de bienes raíces había hecho una impecable labor, por una cantidad moderada logró dar con una morada que cubría los requisitos de Harry. La fachada mezclaba paredes color crema, con pequeños ladrillos incrustados en el cemento crudo, un techo a dos aguas y un segundo piso con altillo incluido. Sí, sabía que era demasiado grande para él solo, pero la simple idea de rentar un apartamento pequeño lo deprimía aún más; Harry creía que un jardín donde poder salir a tomar su té en las mañanas, y una comunidad donde vincularse con personas que compartan su mismo ámbito e intereses, tal vez lo impulsarían a levantar la cabeza más rápido.

Además no estaba por su cuenta, su conejo gris Rhiannon lo acompañaba, brindándole el amor desinteresado que solo los animales pueden dar. Harry fue hasta su auto y lo sacó de la pecera de vidrio donde el roedor mordisqueaba un cubo de heno, sosteniéndolo como si fuera un bebé le hizo mirar lo que él estaba mirando segundos antes.

"Mira Ri, aquí viviremos a partir de hoy. Tiene un gran patio donde podrás correr e incluso seremos capaces de cultivar nuestras propias zanahorias y verduras." Rhiannon movió las orejas; no porque entendiera lo que estaba pasando, sino porque reconocía la voz de su dueño y lo hacía sentir seguro.

Oyó unos piquetes en compases y cuando se giró para ver qué ocurría, la figura de una mujer de mediana edad vestida con equipo deportivo ya estaba casi a un metro. Tenía el cabello rubio recogido y los ojos azules, Harry se preguntó qué pensaría esa mujer, al verlo detenido frente al inmueble hablando con un conejo de casi tres kilos.

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