Cuatro

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Rhiannon rings like a bell through the night
And wouldn't you love to love her?
Takes to the sky like a bird in flight
And who will be her lover?
All your life you've never seen a woman taken by the wind
Would you stay if she promised to you heaven?
Will you ever win?

Al principio fue un chirrido. Un chirrido agudo y padeciente. Harry no pudo ubicarlo en su registro de ruidos habituales de la casa, pensó que lo estaba soñando. La frecuencia con la que se repetía aumentó, cada vez más seguido como si algo estuviera agonizando; vencido por la curiosidad, y un ligero temor, Harry abrió los ojos. Una leve llovizna se pegaba la ventana, las gotas impactaban silenciosas contra el cristal y empañaban la vista.

Buscó por el origen del sonido y lo halló a los pies de su cama, junto al cajoncillo que funcionaba como contenedor de zapatos, Rhiannon se quejaba tumbado sobre su costado derecho; Harry se quedó sin aire. El roedor tenía la nariz pálida, casi blanca, ardiendo; sus bigotes que siempre estaban atentos y receptivos, se encontraban caídos hacia abajo de la forma más triste posible. Se inclinó de inmediato y lo tomó entre sus brazos, su cuerpito se había tornado flácido, como si no tuviera ni un solo hueso en su esqueleto. Al tener contacto con él se podía apreciar la rapidez del bombeo de su corazón, no era médico, mucho menos veterinario, pero no había que ser un genio para adivinar que nada de esto terminaría bien. Había recibido muchas advertencias de que los conejos eran delicados, tenía salud frágil y precisaban atención; no lograba explicarse qué salió mal, el animalito siempre estaba bajo supervisión, no comía cosas fuera de su dieta, ni pasaba frío o calor.

"Ri..." Susurró Harry contra el pelaje de sus orejas.

No quería creer que la vida fuera tan injusta, Rhiannon era pequeño, apenas dos años, aunque su madre se quejó de que debía haber adoptado un perro, Harry jamás se arrepintió de su decisión; el conejito era compañero y había aprendido una innumerable cantidad de cosas, su nombre, el horario de las rutinas, como no morder cuando se lo alimentaba en la boca, cómo presionar los puntos débiles de su dueño para obtener lo que quisiera, ya fuera comida o un mimo. Era cálido e inteligente, Harry lo amaba, no iba a permitir que se fuera tan fácil.

Lo envolvió en una manta que descansaba doblada en un mueble, se calzó una remera, pantalones y las botas más gastadas. Descendió las escaleras corriendo; Rhiannon temblaba.

"Todo va a estar bien, vamos a estar bien Ri." Repetía mientras tomaba las llaves del auto y su teléfono.

Necesitaba encontrar la dirección de una clínica de guardias veterinarias. Maldito vecindario nuevo, maldito clima, maldita mañana, maldita suerte. El universo debía tener algo personal contra él, era imposible llevar tanto las de perder, no merecía pasar por esto ¿acaso un poco de paz era demasiado pedir?

Iba concentrado en compadecerse, en quitar la alarma del auto y abrir la cochera, afuera llovía con más intensidad así que activó el limpiaparabrisas. Acomodó al conejo en el asiento de copiloto y no se molestó en ponerse en cinturón. La compuerta del garaje se cerraba a sus espaldas mientras aceleraba, frenó de golpe cuando un auto se le atravesó al final de la calle, con una mano sostuvo el volante para estabilizarlo, y con la otra mantuvo quieto a Rhiannon quien había chillado ante el susto.

Syenna Tomlinson, asomó la cabeza por la ventanilla del automóvil con el que casi se estrella. Genial, lo que faltaba.

Pensándolo bien... genial.

"¡Syenna!" Exclamó destrabando la puerta.

La mujer casi se desmaya al oír a Harry llamar su nombre, siendo habitual el comportamiento evasivo que este siempre utilizaba con ella.

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