Una pequeña familia... padre, madre y dos hermanos. Irshad, de 13 años y yo, Kalei, de 11.
Corríamos por la costa, peleando por alguna nimiedad, cuando oímos el grito de guerra. La oscuridad de la noche comenzaba a devorarse todo cuando llegaron, pero de pronto todo se iluminó con el fuego enemigo.
Hoplitas, venidos del extranjero, quemaron todo a su paso. A pesar del tiempo, recuerdo que mi hermano tomó mi mano y corrimos. Aún cuando estábamos discutiendo, él me defendió. Con energía, apretó mi mano y puso la contraria sobre mis labios, escondiéndome.
- Por nada del mundo abras la boca. Vendré a recogerte. No salgas hasta que yo regrese - dijo enérgico, con voz grave y expresión severa. Asentí asustada.
Él se disponía a irse cuando pareció recordar algo y regresó. - Ten. Protégete. Iré a buscar a papá y a mamá - dijo dándome una daga.
Nuestra familia no era de las más adineradas, sin embargo la única posesión de valor era el juego de dagas de plata de mi padre. Esclavo de nacimiento, igual que mi madre, fue recompensando con dos dagas de plata y rubíes cuando salvó la vida de uno de sus amos.
Se le concedió libertad y dos dagas con las que podrían comer por años. Pero ninguna de las dos fue vendida o cambiada. Una de ellas pertenecía y acompañaba siempre a mi padre, la otra siempre con mi hermano, los dos hombres de la casa.
Y en ese instante estuvo en mis manos. En ese mismo instante en el que oí el grito de mi madre. Sin pensar y con los pensamientos que me atormentaban, salí de mi escondite. Mi madre estaba de rodillas en el suelo, con una espada cortando su cuello. Segundos después, cayó mi padre. Mi hermano luchaba por escapar de dos soldados cuando la punta de una daga salió por delante de su torso.
Para cuando se fijaron en mí, ya estaban demasiado cerca para escapar. Con un sólo golpe, perdí la conciencia.