El sol molestaba mi sueño, hasta que hizo que despertara. Todo fue una confusión, al menos por un instante, ese microsegundo en el que no sabes bien si sigues durmiendo o tu sueño ha terminado. Me extrañó verme en el espejo frente a mi cama, de lado y vestida apenas con una fina bata de un género borgoña, algo traslúcido y muy ligero. La muchacha que me devolvía la mirada en el reflejo podría haber dormido unos cuantos días por una emfermedad. Mis mejillas se mostraban sonrosadas y dos enormes sombras bajo mis ojos me hicieron mirarme de nuevo.
Un débil sudor cubría toda mi piel bajo la bata.En el mismo momento en que me levanté, perdí las fuerzas de mis piernas. Algo parecía haber cambiado dentro de mí. O era un sueño? El beso de la diosa sólo podía ser un sueño pedante, soberbio...
Las puertas de mi recámara se abrieron con tal rapidez que de inmediato tomé la daga que guardaba bajo mi almohada y me puse de pie... O intenté hacerlo tan pobremente que caí casi inconsciente al suelo. Qué pasaba conmigo?
- Tranquila, Comandante, tranquila... - dijeron dos de mis compañeros de a bordo. Ambos generales temían tocarme demasiado, pero no había demasiadas maneras más de levantarme que no fuera en brazos.
Apenas me tendieron en la cama, perdida como estaba, quise golpearlos pero mis manos resbalaban contra sus rostros y torsos. Simplemente parecía haber perdido la capacidad de defenderme, y eso me llevaba cada vez más a una desesperación inconcebible. No permitiría que alguien me tocara. Los mataría antes de eso.
- Cálmate, mi niña - susurró el propio rey Darío entrando minutos después. No era un secreto que me consideraba como a su propia hija. Podía sentir su mano acariciando mi frente, pero luchaba contra mis propios demonios con los ojos cerrados. La fiebre me había desgastado, debilitado y me había hecho vulnerable: condición y etiqueta que yo no soportaba.
- Artemisia... - dijo el rey tomando un suspiro profundo - has estado enferma por días...
- Perdone mi rey. No soporto que deba verme en este estado. Me avergüenzo de mi condición. - respondí mortificada cuando pude hilar la realidad con los delirios de la fiebre.
- Nada que disculpar... Fuiste envenenada... - susurró en mi oído.