Cada tarde, el dolor me agobiaba, igual que a Daxos. Podíamos saber aproximadamente el momento del día por una pequeña rendija que daba la luz del día y del sol. Cada tarde, entraba otro soldado. Y comiera o no, tocaba castigo.
La primera vez no comprendí qué pretendía aquel soldado quitándose la ropa. Poco después lo entendí: iba a violarme. Y aunque grité, lloré y maldije, no existía compasión en el corazón griego. Desgarrada por completo, lloré hasta quedarme dormida.
Recién al día siguiente noté las heridas de Daxos. Me acerqué tanto como pude y mis ojos se nublaron. Porqué aquel castigo? Porque tanto dolor? Era pequeña... no era justo. Suspiré y me recompuse lo mejor que pude antes de despertarlo.
- Porqué te lastimaron? - dije, intentando no llorar. Sus heridas impresionarían a cualquiera, más yo siendo una niña.
- Dejó su cinturón a un lado, y cuando se distrajo, lo tomé y lo golpeé para que te dejara. - respondió con voz débil.
- Perdóname... Sólo pude darte unos minutos - dijo, haciendo una breve pausa y alzando sus manos mostrando sus grilletes.
Fugazmente recordé que por unos minutos el dolor se fue. Era tanto horror que mi cuerpo se había separado de mi alma, y me costaba recordar. Pero pude revivir ese instante de alivio. Ese minúsculo momento que a Daxos le valieron latigazos que lo hicieron perder la conciencia, mientras ese infeliz seguía lastimandome.
- Gracias... pero... - "mira lo que te han hecho" pensé para mis adentros. Pude ver un trozo de pan por el que todo había comenzado, y se lo lancé.
Así pasaron 4 años... cuatro años en los que nos convertimos en amigos, 4 años en que cada tarde me violaban, y que golpeaban a Daxos hasta el hartazgo.
- No voy a dejar que te vuelvan a lastimar - repetía él mientras el sol caía, levantando los brazos mientras me mostraba sus grilletes, con la impotencia marcada en sus ojos grises.
Una tarde como tantas otras, se abrió la puerta y me rendí a mi destino. Pero no era un soldado, sino cinco. Aquella tarde golpearon a Daxos hasta que cada parte de su cuerpo gritaba. Aquella tarde no hubo parte de mi cuerpo que no mordieran, golpearan o rasgaran. Aquella tarde no fui una niña de 14 años, sino una puta del mar Egeo, hasta que por fin el sol, perezoso, salió de su escondite.
La mañana siguiente, me despertaron con un puntapié en la espalda. Aunque me quejé como un animal malherido, me alzaron en brazos. Daxos despertó.
- Te encontraré, Kalei!! No te rindas! - gritó cuando me sacaron del barco.
Vestía una simple tela vieja cuando me dejaron tirada sobre una escalera en las costas del Egeo. No sabía que depararía mi destino, hasta que unos ojos negros se posaron en mi inhumanidad.