Epílogo

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Era una hermosa noche. Las estrellas brillaban en el cielo y la luna parecía más grande que nunca. 

Desde el balcón de su habitación y ya con su ropa de cama, Alicia observaba el oscuro paisaje de Underland. Los sonidos que provocaban las criaturas nocturnas, sumados al susurro lejano de las cascadas, hacían del espectáculo algo sumamente increíble. Tan bello como misterioso.

Aún recordaba aquella oportunidad en la que había admirado aquel escenario por primera vez. Aquella oportunidad en la que había creído que un lugar como ese, solo podía ser producto de su imaginación, al igual que su amado Sombrerero. ¡Qué gran equivocación! Y, sin embargo, allí estaba ahora. Viviendo cada día como si se tratase de un sueño eterno. Había pasado tanto desde entonces...
Tan distraída se encontraba con sus pensamientos, que no notó que su querido esposo estaba observándola desde hacía unos minutos. Acababa de entrar en la habitación, luego de un atareado día. Lentamente, se acercó a ella.

-¿Sabes ,de casualidad, por qué un cuervo es igual que un escritorio?- le preguntó.

Alicia sonrió tiernamente. Al parecer, su amado había recordado la misma escena que ella.

 -Creí que habíamos convenido en que ninguno de los dos tenía la menor idea- respondió la muchacha rubia, de manera ingeniosa.

-Tienes razón- asintió él. -Pero ya te he dicho ,muchas veces, que tu belleza hace que me olvide de estos detalles.

Ella suspiró mientras se incorporaba para darle un dulce pero apasionado beso a su marido. Y es que, tras cuatro años de matrimonio y una hija en común, la pasión entre ellos seguía completamente intacta. No pasaba un día sin que se demostraran, de alguna manera, lo mucho que se amaban.

-¿Has terminado ya con lo que tenías pendiente?- le preguntó Alicia, separando sus labios de los de Tarrant por unos centímetros.

-Así es- respondió él. -Aunque hubiese terminado antes, de no haber sido por tu visita de esta tarde.

La muchacha sonrió de forma pícara. El llevarle una taza de té a su marido cuando estaba trabajando, siempre era una buena excusa.

-No es mi culpa que tu cambies de planes cada vez que voy a verte.

El Sombrerero sonrió antes de volver a besarla. Por mucho que pasara el tiempo, Alicia siempre sería su pequeña traviesa. 

Luego de varios besos y caricias, con la luz de la luna como único testigo, ambos entraron nuevamente en la habitación.

-¿Maddie ya se ha dormido?- preguntó Tarrant.

-Si, hace ya un rato. Dijo que quería esperarte despierta pero ,finalmente, el sueño la venció.

Luego de esas palabras, los dos permanecieron en silencio durante unos instantes, mientras sonreían. Desde el día de su nacimiento, la pequeña Madeleine se había convertido en la luz de sus ojos y en la debilidad de absolutamente todos los que habitaban el palacio.

A la Reina Blanca le encantaba jugar con ella e, incluso, muchas veces iba a verla a su habitación por las noches, para contarle un cuento antes de dormir.

Por su parte, los padres de Tarrant ahora los visitaban más seguido que nunca, ya que deseaban pasar todo el tiempo posible junto a su adorada nieta.

Lo mismo ocurría con el resto. La niña disfrutaba cada tarde que pasaba divirtiéndose con sus animales amigos.

-Es realmente lo mejor que pudo haber llegado a nuestras vidas- dijo el Sombrerero, rompiendo el silencio. -Deseo que nunca pierda esa alegría que tanto la caracteriza.

-Así será, cariño- asintió Alicia.-Después de todo, para eso estamos nosotros. Nunca dejaremos que pierda su "muchosidad".

Ambos rieron antes de oír cómo alguien llamaba a la puerta.

-¿Quién será a esta hora?- inquirió él.

La muchacha sonrió.

-Esos golpecitos no pueden confundirse fácilmente- respondió antes de abrir la puerta.

Efectivamente, quien apareció fue una niña pequeña y hermosa, de cabellos dorados y unos ojos verdes tan profundos que cualquiera podía llegar a pensar que era posible sumergirse en ellos. Era una lástima que su mirada se encontrara tan triste en ese momento.

-¿Qué ocurre, pequeña?- le preguntó Alicia, inclinándose para darle un dulce beso sobre su frente.

-Tuve un sueño muy feo, mamá- respondió ella.

-¡Oh, no te preocupes! Nada de lo que imaginaste fue real.

-Lo sé, pero me da miedo que pueda llegar a  hacerse realidad- insistió la niña.

Alicia la abrazó con inmensa ternura.

-Los que se hacen realidad, son únicamente los sueños bonitos. Puedo asegurártelo por propia experiencia- replicó, dedicándole una cómplice mirada a su esposo. -Las pesadillas solo quedan en tu mente unos momentos, luego de que te despiertas. Después desaparecen para siempre.

Sentado sobre la cama, Tarrant sonrió. Sabía perfectamente cuál era la cura para la tristeza de su hija.

-Ven aquí, Maddie- le dijo, invitándola a sentarse a su lado.

La pequeña obedeció y, tan pronto como se colocó sobre el mullido colchón, una seguidilla de cosquillas y besos la sorprendió.

-¡Papá, detente!- exclamó la niña, entre carcajadas.  Al igual que su mamá de pequeña, Madeleine no se resistía a las cosquillas de Tarrant.

-¿Te sientes mejor?- le preguntó él luego de un rato.

-¡Si!- respondió ella, recuperando su habitual sonrisa. -Tu siempre me haces sentir mejor- añadió mientras lo abrazaba del cuello.

Alicia contemplaba la tierna escena fascinada. Luego de unos instantes, se sentó también sobre la cama, para abrazar a su querida hija. Tenía una propuesta para hacerle.

-¿Quieres dormir con nosotros esta noche?

-¿Puedo?

-¡Claro que si!- exclamó el Sombrerero. -Así vigilaremos que no tengas más pesadillas. 

Por supuesto que la pequeña estuvo de acuerdo.

Los tres se metieron entonces entre las sábanas. Maddie se colocó en medio de sus padres y ellos la abrazaron y besaron hasta que, finalmente, se quedó dormida.

Tarrant y Alicia permanecieron despiertos durante unos momentos, mirándose a los ojos. A cada segundo agradecían más a la vida por lo generosa que era con ellos. Desde aquel lejano día en que se habían visto por primera vez, muchas cosas habían pasado. No habían sido pocos los momentos difíciles que habían tenido que atravesar pero ahora se encontraban felices y en calma, con el fruto de su amor entre ellos. No podían pedir nada más.

Luego de un rato, el sueño comenzó a vencerlos, pero no podían dormirse sin dedicarse unas últimas palabras. Unas tan simples pero, a la vez, tan importantes que jamás podían faltar.

-Te amo- susurró Tarrant, tomando la mano que su esposa tenía apoyada sobre Maddie.

-Yo también te amo- respondió Alicia, con una gran sonrisa.



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Alicia: El Retorno al País de las MaravillasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora