4. REVELACIONES

4K 373 23
                                    

*Narra Harry*

Ya había pasado un mes desde el inicio de curso. No se podía decir que Draco y yo fuéramos juntos a todas partes porque él tenía a Blaise pero pasábamos bastante tiempo juntos. Con el frío también llegaron los deberes, los trabajos y los exámenes. Pasaba las tardes en la biblioteca o en la sala común de Gryffindor acompañado de interminables rollos de pergamino y libros. Una tarde de domingo Malfoy y yo nos encontrábamos en la biblioteca bajo la atenta mirada de Madame Pince. Él estaba sumergido en la lectura de un libro y yo intentaba redactar las cartas estelares para Astronomía. En un momento, levanté la mirada y vi a Draco con la mirada perdida, llena de pensamientos.

- ¿Malfoy? – le llamé para sacarlo del trance y, con el tono de voz más amable que encontré añadí - ¿Pasa algo?

Me miró confuso como si se acabara de despertar de un largo sueño mágico.

- ¿Qué? – balbuceó y entonces volvió a la realidad – Oh Potter, estás aquí. Lo siento, hay algo que no me puedo sacar de la cabeza. No es nada.

Volvió a la lectura pero yo no pude volver a concentrarme. Sabía que había algo que le preocupaba y no estaba seguro de qué era, así que decidí prestarle mi ayuda.

- Sabes que puedes contármelo si quieres ¿no? – le dije en voz baja - ¿Qué pasa? ¿Lo sabe Zabini?

- No, no sabe nada – me contestó – No tiene que saberlo y tú en teoría tampoco. Pero siento que si no se lo cuento a nadie voy a explotar...

Cerró el libro y cambió de posición en la silla para que estuviésemos cara a cara.

- Esta mañana he recibido una carta de mi padre. Ha salido Potter, ha salido de Azkaban y vuelve a estar libre – su voz parecía que se iba a quebrar en cualquier momento – Quiere que vuelva a casa. Dice que mi madre fue una estúpida por dejar que manchase aún más el apellido Malfoy volviendo a Hogwarts – una lágrima resbaló por su pálida mejilla pero en menos de un segundo la limpió con la manga de la túnica del uniforme.

No sabía que decir. Que Lucius Malfoy hubiera salido de la prisión de Azkaban era una noticia aterradora. Pero parecía que para Draco lo era mucho más.

- Malfoy, ¿qué te hacía tu padre antes de que fuese detenido por el Ministerio de Magia? – le pregunté y vi un destello de terror en sus ojos. Se cubrió la cara con las manos antes de responder.

- Crucio – murmuró y un escalofrío recorrió mi espalada. << La segunda maldición imperdonable >> pensé con temor – No soportaba que pasase los días en mi habitación llorando por culpa de mi destino. Soy un mortífago Potter, y odio serlo.

Lloró durante horas desconsoladamente. Digo la verdad cuando afirmo que nunca he vuelto a ver a Draco llorar así. Supongo que nunca había tenido la oportunidad de hacerlo. Como yo, no soportaba verse débil delante de la gente y para mí fue un gesto muy bonito que se permitiese hacerlo delante de mí.

Lo abracé y él no hizo nada para impedirlo. Estuvimos mucho rato así, con su cara enterrada en mi pecho. Mi uniforme quedó mojado con lágrimas pero no me importó. Cuando por fin nos separamos, nos miramos de nuevo. Él tenía sus ojos grises hinchados de llorar y yo la cabeza llena de pensamientos. Nunca hubiese imaginado que Draco tuviera que soportar semejante cosa en casa por ser él mismo, por tener opinión propia. A mí nunca me habían juzgado por algo así. Era una persona muy fuerte, más de lo que yo nunca sería.

- Ni una palabra – dijo de repente y yo asentí. No traicionaría su confianza de esa manera, nunca.

Caminamos juntos hasta la torre de Gryffindor y nos separamos para entrar en nuestras respectivas habitaciones de séptimo. Una de las ventajas de estar en último año en una época como esa es que cada estudiante del curso poseía una habitación individual. Fui al pequeño baño y me puse el pijama en silencio. Me lancé a la cama tirando al suelo la mitad de las almohadas escarlata al suelo pero no me importó.

No pude dormir en toda la noche. Cada vez que cerraba los ojos veía a Draco en el suelo de la mansión Malfoy gritando de dolor por la maldición. Me importaba más de lo que quería admitir.

La mañana siguiente me desperté de mal humor por la falta de sueño. Me vestí y bajé a la sala común, donde había algunos estudiantes amontonados en el tablón de anuncios. Me acerqué a ver qué pasaba apartando algunos de los alumnos más pequeños para ver el pergamino. Una vez pude leerlo salí corriendo al Gran Comedor con una sonrisa.

Como era temprano no había mucha gente en el comedor, sólo unas cuantas alumnas de Ravenclaw que me saludaron con la mano cuando pasé por su lado. Me senté en la mesa de Gryffindor y me serví un poco de tarta de melaza y zumo de calabaza. Comí poco a poco esperando a que llegaran para darles la noticia. Cuando Blaise i Draco entraron les invité a la mesa de Gryffindor y se sentaron, Blaise delante y Draco a mi izquierda.

- ¿Qué pasa? – me preguntaron al ver mi expresión de felicidad.

- Hogsmeade – les respondí – Este fin de semana los de séptimo tenemos autorización para ir a Hogsmeade cuando queramos.

- ¿En serio? – dijo Zabini asombrado – Fantástico, estoy completamente harto de los trabajos, de los deberes y de los malditos exámenes.

Reímos los tres y tanto Draco como yo le dimos la razón. Quedamos en ir el sábado por la mañana después de desayunar y de repente tuve una idea. Escribiría una carta a Ron y a Hermione para que nos reuniésemos en Hogmeade. Les conté mi idea a Draco y a Blaise y aunque dudaron al principio, después de pensarlo un poco accedieron. Cuando acabamos de comer subí a mi habitación para escribir la carta antes de la primera clase. Me disponía a empezar cuando alguien llamó a mi puerta. 

A prueba del pasado ~ DrarryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora