Capítulo 4.

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 Capítulo 4.

–Y abrió la puerta una señora muy estirada y se puso a interrogarnos –me explicó Sergio totalmente indignado–, cosas en plan: “¿De dónde vienes?” “¿Quién es este chico?” “¿Qué tal notas saca?” “¿Por qué no has dejado una nota por debajo de la puerta?” Y más chorradas que no recuerdo. Si yo fuera él, ya me habría suicidado.

–Tampoco será para tanto, no se le ve un mal chico –dije encogiéndome de hombros a la vez que jugaba con la venda de mi mano. A pesar de eso, Sergio no me preguntó sobre el tema. Creo que sabía que cuando no le contaba algo era porque no quería hablar del tema.

–¡Intenta ser mal chico con unos padres como esos! Le tienen completamente cohibido. Quizá Erik tenga algún tipo de trastorno antisocial por culpa de sus padres.

En ocasiones Sergio exageraba muchísimo. Era algo típico en él, pero ya me había acostumbrado y ese tipo de historias nunca eran tan raras como parecían, simplemente Sergio hacía que lo parecieran, tal vez porque así esperaba que viésemos el asunto de la misma manera que él.

–Tus padres no es que sean muy abiertos tampoco. Anda que no dejarte beber una mísera gota de alcohol para evitar que hagas… ¿cómo decían ellos? ¿Cosas impuras? –fue un tono un poco de vacile, pero entre Sergio y yo había confianza. Si yo hubiera sido otra persona, no hubiera tolerado un comentario así. Jamás.

–Para evitar que peque –aunque lo dijo con una sonrisa en el rostro–. Emborracharse y drogarse es pecado; el sexo si no va destinado a la reproducción, es pecado; hacerse un tatuaje es pecado y ser homosexual es lo más pecado del mundo mundial. Sí, supongo que tengo los padres más tolerantes del planeta.

–Es una verdadera putada, pero creo que debes contárselo alguna vez. Eres su hijo, no pueden rechazarte toda la vida por que te gusten los hombres.

–No creas, mi padre es muy radical. No puedo hacer nada en contra de su religión, y si lo hago, dejo de ser su hijo para siempre. Prefiero quedarme callado, al menos hasta que cumpla la mayoría de edad –y se sentó en un banco–. Ya sabes lo que ocurrió la última vez y no quiero problemas.

Sergio había intentado contárselo a sus padres en una ocasión, pero nada más mencionar a los homosexuales, su padre empezó a gritar diciendo que ni un solo homosexual entraría en su casa y que arderían todos en el infierno, o algo así. Eso le asustó bastante, por lo que nunca volvió a mencionar el tema.

No voy mucho a casa de Sergio porque sus padres son bastante extraños. Su padre es el típico cabeza de familia que tiene que mandar sobre todo y todos, incluida yo cuando voy a visitarlos. Era muy autoritario y cristiano practicante. Siempre había intentado criar a Sergio en el ámbito religioso, pero me conoció a mí y a mi madre y en la superposición de los dos estilos de vida, salió Sergio, alguien a quien poco o nada le interesaba la religión y lo que ésta opinaba sobre quienes no eran religiosos.

Su madre, por el contrario, era ama de casa. No quería trabajar y estaba mucho más a gusto en casa, una mujer casera, ese tipo de mujeres que Teresa tanto odiaba. Cuando su marido gritaba, ella se quedaba callada; si la comida estaba fría, la calentaba sin rechistar; si su marido opinaba que la casa estaba sucia, debía limpiarla. El padre de Sergio era muy machista y Sergio lo sabía y sentía pena por su madre, pero ella no parecía infeliz aunque probablemente lo fuera. Por eso Sergio pasaba más tiempo en mi casa del que lo pasaría normalmente un amigo, a veces incluso venía a dormir en días lectivos. Cuando su padre gritaba era insoportable, y yo lo sé porque había sido testigo. Doy gracias que Sergio jamás se vio influenciado especialmente por sus padres y viera a Teresa como una buena tutora de la que aprender aunque realmente no lo fuera. Por eso Sergio y Teresa se llevaban tan bien y Teresa lo quería como a un hijo y yo como a un hermano. No sé qué habría sido de él si no llega a conocernos viviendo en una casa como en la que vivía, con la única diferencia con Erik en que tenía Internet, teléfono, ordenador y televisión.

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