Capítulo 3

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Era mi primer día en la universidad, a principios de septiembre, y decir que estaba muerta de miedo era corto.Había ido directa desde casa de Nora y Joseph a la Universidad Complutense de Madrid. Ella decidió por mi, como si yo no tuviese boca para hablar, cuando eligió una residencia en la que hospedarme, como si se quisieran deshacer de mi; aunque la residencia era de las más caras la verdad...

Empezar de cero, con gente que no conocía de nada, me aterraba, por mucho que quisiera esconder las emociones. No tenía muchos amigos en la educación secundaria, pero tampoco me llevaba mal con nadie.

Estaba llegando a la puerta de la facultad y montones de personas agrupadas en varias bandas. No lo típico que se ve en la televisión, por razas ni porque estudian lo mismo, sino de gente que charlaba como si se conocieran de toda la vida, de sus respectivas carreras. Seguí andando, intentando no tropezarme con mis propios pies, mirándolos y contando 'uno, dos' repetidamente en mi cabeza.

Mis manos tocaron la puerta de acero, o quizás era metal, quién sabe. Al abrir, un olor a folios mezclado con el fregasuelos de pino, me inundó las fosas nasales. Una sensación de pánico se me clavó en el cuerpo, pero no supe por qué.

Necesitaba agua. Busqué entre todas las puertas a la que me llevaría al baño de chicas, sin embargo, cuando llegué, abrí la puerta equivocada, y chicos desnudos se quedaron rojos de vergüenza. Cerré los ojos, como si eso fuese a compensar mi irrupción, y salí de allí a tientas. Al volver a abrirlos, sentí unos ojos perforándome, de arriba a abajo.

Un par de ojos verdes, tirando a azules, contemplaban la escena tan patética que había hecho yo segundos antes. Le sonreí. ¿Qué podía hacer?

¿Qué hacía una chica en un baño de chicos? La pregunta era más por mi que por la rubia que tenía frente a mi.

—El servicio de chicas estaba ocupado, ¿no? —me preguntó la desconocida.

Asentí. No me gustaba la idea de tener que hablar con nadie a horas tan tempranas, pero tampoco quería ser grosera.

—No me gustan los sitios con mucha gente, y menos los baños... —dije finalmente.

—Te entiendo, yo soy igual... Por eso suelo venir al de los hombres porque —bajó drásticamente el volumen—, las chicas de aquí, son un poco horteras de más.

E inconscientemente, mis ojos se pasearon por su cuerpo, moldeado y fino. Increíble. Me gustaba el mío, pero el suyo, era el triple de veces mejor.

He de decir, que las revistas juveniles que leía, tenían toda la razón. Las mujeres nos comparamos con las demás, viéndonos como algo inferior a las otras, y por ello, algunas intentan cambiar, pero ¿yo?, ni de broma. Me quería demasiado bien como para ponerme a adelgazar y pasar hambre... con lo rica que estaba la comida era algo imposible para mi.

—Por cierto, soy Xana, de Alexandra —me tendió la mano, la cual yo acepté, más por cortesía que por otra cosa.

—Yo Elisabeth, encantada —nos dimos un pequeño apretón y rápidamente nos soltamos.

Era de las mías, pocas muestras de cariño en público entre amigas. Eso me gustaba, no tenía pinta de ser la típica tía que solía decir 'te quiero' a las amigas.

Nos sonreímos y juntas nos fuimos hacia el paraninfo de la universidad de Madrid.

Al entrar allí dentro, nos quedamos boquiabiertas. Lo más elegante que hubiese visto en mi vida. El techo parecía esculpido en oro, y ya no digamos nada de las butacas rojas súper bien cuidadas. Parecía como si nunca hubiese ido nadie, como si nosotros fuésemos los primeros en usar todo aquello.

Mi mejor pesadillaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora