Capítulo cuatro

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Because maybe

you’re gonna be the one that saves me…

(Wonderwall – Oasis)

Ansioso, Fred se despertó a las 7.38 am, y aún cuando se dio cuenta que era demasiado temprano para cualquier cosa, no pudo volver a dormir.

Quería volver a ver a Lía. Volver a hablarle. No es que nunca hubiera interactuado con gente de su edad, sí, lo hizo, tan solo que muy poco y nunca nadie le había caído tan bien como ella.

Tenía algo que lo tranquilizaba, y se dio cuenta de ello mientras estaba tirado al lado de ella escuchando y tarareando Demons. Algo había en ella que lo calmaba.

Después de estar dando vueltas en su cama durante un rato,  mientras buscaba una canción en su teléfono, se levantó y pulsó el botón de reproducir. La voz de Liam Gallagher, cantante de Oasis, salió a través de los parlantes mientras Fred se metía en la ducha.

El agua caliente relajó cada uno de sus músculos, y cuando salió del baño se sentía como nuevo. Se puso unos jeans azul oscuro y una camiseta simple color verde, y bajó a desayunar.

-Buenos días hijo –lo saludó su madre con un beso en la mejilla.- ¿Cómo te sientes?

-Bien mamá, estoy bien ¿sí? Ya cálmate con eso –respondió un poco molesto, sabiendo que su madre no se refería a su estado anímico, sino a otra cosa…

-Sabes que yo solo me preocupo por ti, porque te amo, ¿lo sabes, no? –le dijo –No quiero que nada malo te pase.

-No me pasara nada, ¿de acuerdo? Estoy bien.

-Sí, porque tan solo has pasado unas horas con ella. Es mejor que no la vuelvas a ver. –mencionó disgustada, mientras preparaba el desayuno para ambos.

-¿Es en serio mamá? –preguntó el chico mientras rodaba los ojos- No puedes prohibirme cualquier contacto con el mundo real, necesito hablar con alguien, interactuar, salir. No puedo vivir encerrado.

-No puedes vivir estando fuera. Te debilitas. –esto último lo dijo casi en un susurro.

-¡No me interesa! ¡Vivir aislado de todo no es vivir! ¿Cuántas veces te he dicho que me dejaras sólo y por mi cuenta?

-No lo haré. Cualquier madre se preocupa por sus hijos. –decía la señora Cox mientras se acercaba a abrazar a su hijo.

-Mira, mamá –dijo Fred separándose de ella- ¿qué quieres que haga? ¿Que levite algo, prediga que se te van a quemar las tostadas? –concluyó en tono burlón –No me estoy debilitando, ¿sabes? La maldición es justo al contrario de cómo tú la tomas. No tengo que estar aislado del mundo. Tengo que salir, conocer personas. Alguien va a salvarme. Ese alguien no eres tú, y yo no puedo hacerlo sólo. Y tengo la sospecha –comentó mientras señalaba la casa que estaba en frente –de que ella lo hará.

-No puedes predecirlo. No puedes saber tu propio futuro, solo el de los demás. –contestó frustrada, mientras intentaba sacar la parte quemada a las tostadas –Preferiría que no te arriesgaras, si estamos bien por nuestra cuenta, ¿no es así?

-No, no es así. –dijo con una mezcla entre frustración y angustia.- Y no tengo hambre, lo siento, se me ha quitado.

Dicho esto, salió de su casa y con los auriculares puestos, se puso a caminar, sin pretender otra cosa además de tranquilizarse.

La tormenta de ayer había pasado, dejando el cielo de un azul claro y los rayos del sol daban calor, aunque tan solo fueran cerca de las once de la mañana.

Luego de caminar un rato y llegar a una pequeña plaza, en la cual solo había niños pequeños con sus madres, se sentó bajo un árbol al rayo del sol. Otra cosa que le gustaba: sentir como los rayos del sol le daban directo en la piel.

Estuvo allí sentado hasta que el reproductor paró, informándole a Fred que le quedaba poca batería. Aun así, no quería irse de allí.

Se quedó un rato más pensando en la maldición. O la profecía. “Al llegar a los 17 años, el hijo de Clarissa y Arthur Cox irá perdiendo sus poderes paulatinamente, y con ellos, su vitalidad. Dos formas sólo hay, para que esto deje de pasar: estar aislado de todos y todo, o que halle a quien sea capaz de salvarlo de si mismo.”  

Eso fue lo que recibieron sus padres como regalo de bodas: una maldición para un hijo todavía no nacido. Investigaron, viajaron durante años, para que alguien les ayude con dicho “regalo”, y sólo una viejecita de un lugar oriundo de Europa pudo darles una idea de lo que hacía referencia:

Al cumplir los 17 años de edad, Fred se volvería huraño, escandaloso. Malhumorado. Destructivo. Pero sobretodo, autodestructivo, hasta el fin de decidir acabar con su vida (de ahí que dijera “salvarlo de sí mismo.”) Y las únicas dos maneras que había para evitar que aquello pasara, eran aislarse, o encontrar a alguien que se interesara en él y lo “salvase”.

La razón de que una de las opciones fuera aislarse es porque nadie puede vivir al margen de la sociedad.

Pero nadie sabía cuándo podría aparecer esa persona que sería capaz de salvarlo, siquiera si era un hombre o una mujer, ni qué tendría que hacer este para evitar su muerte. Por esto, su madre recurrió a alejarlo del mundo que lo rodeaba desde pequeño, con el miedo de que tal vez dicha persona nunca llegara a aparecer.

Aunque Fred nunca lo fuera a admitir, tenía miedo, mucho miedo, de que su madre tuviera razón, y debiera pasar toda su vida solo.

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Wonderwall - Oasis: https://www.youtube.com/watch?v=6hzrDeceEKc

La Chica de las Zapatillas de BalletDonde viven las historias. Descúbrelo ahora