Parte II

15 2 0
                                    

El resto del día pasó sin mayores contratiempos. Esteban se encontraba en la Ferretería de su padre.

—Oye jefe —dijo a su padre, que se encontraba apilando algunas cosas detrás del mostrador—. Creés que podría salir más temprano. Es que quedé con Elena y los demás en asistir al cementerio por la cuestión de la misa. Tu sabes aquí no la hacen en la iglesia en este día.

El padre de chico no respondió hasta terminar con lo que hacía. Luego se quedo viendo a su hijo como pensando que decir a lo que finalmente habló:

—Primero carajito... no soy tu jefe, soy tu padre insolente —sonrió divertido—. ¿Qué tan serio vas con esa chica? Te veo muy entusiasmado además que han durado bastante a pesar de tu carácter disperso. ¿Será que pronto seré abuelo, idiota?

—¡¡¡Padre!!! ¿Por qué nunca tomas las cosas en serio? Eres un adulto cuarentón con mente de pollo.

—Más respeto para tu padre muchachito. Recuerda que soy quien paga tu quincena. —Dijo tratando de mostrar seriedad—. Además me interesa saber que hace mi hijo y con quien...

Viendo que Esteban se había incomodado por su actitud trató de actuar como un padre responsable con sus palabras; esta vez en un tono más acorde con su rol paterno.

—Esta bien hijo. Tienes razón. Y si es cierto que tengo que ser un padre más correcto con el rol, pero eso de ser acartonado y represivo con mi único hijo no va conmigo, además eres más que eso. Eres mi amigo y mi única familia. Sabes que todo lo hago por tu bien y sin intención de herirte. —colocando su brazo en el hombro de su hijo continuó—.  Claro que puedes salir más temprano. Aunque te recuerdo que debes tener cuidado con lo que inventan tus amigos. En especial con ese extraño enano, tiene pinta de ser un poco loquito. Del resto pásala bien con ellos y cualquier cosa me avisas al celular, no lo olvides. Otra cosa...

—¡¿Qué?! —dijo Esteban, esperando la estocada final de su padre.

—Recuerda que siempre estaré aquí para ti.

—¡Uyyy! No sé que me aterra más de ti papá. Si tú como niño grande o como padre amoroso. De cualquier manera eres un desastre—. Expresó el chico, sabiendo que en el fondo contaba con el mejor padre del mundo.

Los dos siguieron en su trabajo y discutiendo cualquier tontería. Ellos llevaban una relación un poco diferente a otro padre e hijo, sin embargo Esteban Mijares, padre, ocultaba algo detrás de su alegre personalidad. Tal vez si era un padre como cualquier otro o no.

En otro lado Elena y Juliana mantenían una charla de chicas por mensaje a través del móvil.

—¿Se lo dirás hoy? —escribió Juliana a su amiga.

—No sé. Me da un poco de miedo. Y si se molesta. —texteó de vuelta Elena.

El móvil de Juliana vibró al instante y leyó el mensaje.

"Que tonta es, estoy segura que la entenderá", pensó la chica mientras escribía su respuesta.

—No sea gafa, inténtalo verás que te apoyará.

Elena recibió el mensaje. Leyó el texto y pensó en ello acompañando de un largo suspiro:

"En verdad tengo miedo de perderlo, pero es una gran oportunidad para mi."

Escribió a su amiga de regreso:

—Lo haré, pero tú me ayudarás. Debes hacerlo. Además él confía mucho en ti. Se lo diremos juntas esta noche ¿Te parece?

Envió el mensaje con una carita de picardía y otra con una lagrima. De vuelta Juliana aceptó su propuesta al fin y al cabo eran muy buenas amigas y siempre se ayudarían.

—Juliana baja de una vez. Tu abuelo te necesita, niña que tanto haces encerrada en ese cuarto ya pareces un fantasmas al que solo vemos esporádicamente —Replicó su madre.

Ella no respondió, sin decir una palabra bajó las escaleras en dirección a la habitación de su abuelo que se encontraba ubicada cerca del salón principal de su casa. Se paró frente a la puerta del cuarto y como tomando oxigeno para respirar adentro; luego de una profunda exhalación abrió la puerta.

En el interior de la habitación estaba un anciano de unos 75 años. Se encontraba sentado en una silla de rueda, estaba cerca de su escritorio con vista a un gran ventanal por donde se podía apreciar un frondoso araguaney y otros arboles florales. El anciano de cabello plateado ojeaba entretenido unas páginas de un libro amarillento.

—Dime abuelo ¿Qué necesitas?

El viejo levantó la mirada y respondió despreocupado.

—¡Ah! Estás aquí Julianita, ya no te necesito mija. Solo quería salir un rato al jardín a tomar un poco de aire, pero ya se acerca la hora de la misa y no quiero importunar a nadie.

Sin más el anciano siguió pasando las páginas de aquel libro. Juliana lo observó con algo de culpa, pensando que debía ser triste depender del tiempo de los demás para realizar las cosas.

— Oye abuelo —expresó con cariño—, no hay problema, déjame llevarte al jardín. Aún tenemos tiempo suficiente para lo de la misa. Además es bueno tener una conversación entre abuelo y nieta. ¿Aun quieres ir?

El anciano le sonrió con ternura y asintió. De esa forma ambos salieron al jardín a tomar un poco de aire, la tarde estaba muriendo y el cielo estaba vestido de colores brillante entre rojizo con pinceladas azules o violeta.

—¡¿Qué tal todo en la secundaria?! —Preguntó su abuelo.

—Todo bien. Ya pronto terminaré el bachillerato y me iré a estudiar a la capital. ¿No has hablado con mamá? Creí que ya lo sabias—respondió Juliana mientras contempló  una bandada de pájaros que cruzaba el cielo crespuscular en busca de refugio nocturno.

—Tu madre no habla mucho conmigo hija—dijo con tristeza— pero me alegra saber que saldrás de este pueblo. Trata de continuar con tu vida lejos de aquí. No te conviene quedarte en el lugar lleno de tragedias y malos recuerdos.

Juliana observó a su abuelo. Sus últimas palabras sonaron un poco duras con relación al pueblo. Es más juraría que era un advertencia sin embargo pensó que solo era cosas de viejos. aunque él tenía motivos suficientes para pensar de ese modo.

El Club del Misterio 3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora