PRIMER ENCUENTRO.

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Despierto a la mañana siguiente en cuanto siento el primer rayo de sol que atraviesa la ventana y choca directamente con mi rostro. Me froto los ojos y me levanto con pesadez de la cama para ir a tomar una ducha helada. Espero que eso logre hacerme reaccionar y así no verme tan demacrada ante mis padres, ya que lo último que quiero es preocuparlos más aún.

Me visto con lo primero que encuentro en el armario y bajo a la cocina, desde donde viaja el exquisito olor de los huevos fritos, pan francés y café que seguramente preparó mi madre para mi padre y para mi.

Ambos se encuentran sentados a la mesa, conversando acerca de un accidente vial de hace un par de días. Sin embargo, esta conversación cesa en cuanto me hago presente, ocasionando que ambas miradas se claven indiscretamente sobre mi y se cree un silencio meramente incómodo.

Intentan disimular sirviéndose sus platos e iniciando con sus preguntas de rutina.

- "¿Cómo amaneciste, hija?" – pregunta mi padre, untando mantequilla a una rebanada de pan.

- "Bien, normal." – respondo, evadiendo su mirada.

- "¿No hay nada que quieras contarnos, o comentarnos?" – inquiere mi madre con insistencia.

- "¿Como qué?" – intercambian una mirada consternada ante mi respuesta.

- "Escucha, Ava. Pusimos un monitor de sonido en tu habitación, y antes de que reacciones así, fue por que estamos preocupados, hija." – permanezco helada, sin poder reaccionar, por lo que sigue hablando. – "Oímos que llorabas anoche... otra vez."

- "Fue una pesadilla, mamá. Sólo eso." – intento restarle importancia.

- "No es sólo eso. Ya no. Sería normal si tuvieras cuatro años, pero no es así. Ha sido algo permanente." – es bastante notorio el miedo en sus ojos, en cómo tiembla su voz hasta quebrar en llanto, en sus manos inestables, en sus gestos cortos y rápidos, en sus palabras. Todo radicando en la impotencia.

Mi padre toma sus manos entre las suyas intentando calmarla, luego dirige su atención hacia mi.

- "Esto se nos está saliendo de las manos, y lo sabes. Únicamente queremos ayudarte, pequeña." – ésta es la primera vez que he visto a mi padre al borde de las lágrimas, cosa que logra consternarme aún más que sus palabras. Siento que comienzo a temblar por dentro.

- "¿Ayuda de qué forma? ¿Un hospital psiquiátrico, piensan dejarme ahí?" – digo más de lo que me habría gustado ya que me tomaron por sorpresa, mas no para bien.

- "No, no, sería sólo ir con un psiquiatra, pedirle su opinión al respecto y que nos guíe a una solución. ¿No crees que ya fue suficiente?" – esas últimas palabras logran derribarme un poco más; vaya que he pensado eso muchas veces.

Al parecer, mi padre lee esto en mi silencio, ya que asiente con la cabeza.

- "No accederemos a nada a lo que tú no accedas." – añade, a lo que mi madre responde con una mirada desaprobatoria, aunque sin decir palabra alguna.

- "Sólo iré por intentar algo, no prometo nada." – accedo.

- "No pedimos nada más de ti, Ava. Estamos orgullosos."

Escondo mis manos bajo las mangas de la sudadera mientras observo detenidamente la sala de espera del consultorio. Hay un mostrador en la entrada donde una mujer malhumorada recibe y atiende a la gente conforme van llegando, para luego mandarlos a las hileras de sillas que se encuentran en el centro de la habitación, rodeadas por las puertas que dan a los cubículos. De no ser por la luz artificial, el lugar estaría de lo más oscuro y frío – a pesar de estar en pleno verano –, ya que es un edificio bastante viejo, y notoriamente carece de mantenimiento.

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