8.

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Theodore

Observando a su hermano, quien saludaba alegremente al chico que atendía la barra.

Nervioso al verle tan tranquilo y relajado, cuando se suponía que debía verse un tanto incómodo debido a tener que encontrarse con él.

El rubio comenzaba a sentir nauseas. Y quedó frío al escuchar a Tim hablar de nuevo.

—¿No viste llegar a mi cita?— bromeó el castaño.

—¿Seguirás consiguiendo una chica cada mes?— soltó una carcajada el sujeto llamado Paul.

Theodore se congeló.

Al escuchar nombres de chicas brotando de los labios de Timothy aquella mañana, no le dio demasiada importancia. Después de todo no era su vida.

Pero escuchar a alguien más hablar de eso, con tanta naturalidad, lo ponía a pensar. Realmente temía que su hermano fuera un mujeriego o que luciera como un hombre desesperado.

Cortó rápidamente sus pensamientos, sin comprender su repentina preocupación por el castaño. Se suponía estaba molesto, y de un momento a otro se preocupaba. No se comprendía a si mismo, era fácil para sus emociones arrastrarlo a lo más vulnerable de su ser, quebrando su firmeza poco a poco.

—Es posible que pronto encuentre a la indicada, gracias por interesarte tanto en mi vida amorosa— rió el ojiazul recargando su pierna en una de las sillas.

—Vaya, ¡al menos disfrutas de una vida sexual activa!

Ambos rieron.

Y esa fue la primera gota en el vaso.

El menor, sin comprender lo que sentía. Dejando que su mente jugara con él.

Observando al castaño con ira, sin siquiera conocer el motivo de su molestia.

—Bueno, basta de charla— interrumpió Tim —¿No viste por aquí a la pecosa?— preguntó sin evitar sonreír.

El chico de la barra sonrió aún más.

—Claro, siempre ronda por aquí cuando debe redactar, aunque no pensé que estuviera esperándote precisamente a ti— informó —un par de mesas detrás de ti.

Los dos Templeton dirigieron su mirada a la chica de mejillas rosadas y pecas alborotadas, al igual que su cabello recogido sin esfuerzo.

Uno sonrió y otro frunció el ceño molesto.

—¡Pecosa!— se abalanzó Tim hacia la chica, que volteó enseguida y su rostro se iluminó casi al instante.

—¡Conejito!— exclamó ella saludándolo con un abrazo.

Lindsey soltó un gruñido y se dirigió al baño a toda velocidad. En dirección a los lavabos.

Se humedeció el rostro y talló sus ojos bruscamente. Sentía como las gotas se deslizaban velozmente por sus mejillas e iban directamente a estallar contra la blanca superficie, contra sus manos.

Recordando aquellas tardes, donde sus manos ocultaban sus ojos llorosos, su mirada asustada e insegura. Y las noches frías sin importar la época del año, donde no bastaban los cobertores afelpados para mantenerlo cálido, y donde su almohada fue testigo de tantos llantos, de tantas rabietas, de tantos insomnios, de tantos pensamientos, y de todo ese amor truncado.

Abrió los ojos y observó su reflejo en el cristal al frente suyo. Arregló su cabello hacia atrás y dibujo en su rostro una mirada seria y fría.

Tim, lo lamentarás



(...)

Timothy

R E C U E R D O SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora