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Tengo la vista fija en el techo de mi habitación, el lugar, aunque en el exterior hace un día bastante soleado, se encuentra poco iluminado gracias a que un enfermero luego de ver como me encontraba y aplicarme la insulina de la mañana cerrara las cortinas y apagara la luz por mi petición.

La noche anterior fue bastante interesante considerando lo monótono que es el hospital, sin embargo, la conciencia no me ha dejado tranquilo desde que sin intención y por lo que pude ver, lastimé a la enigmática muchacha de ojos café. La culpa se instaló permanente en mi estómago, y no puedo dejar de pensar en la expresión de dolor en su rostro, muerdo el interior de mi mejilla, intentando ignorar esa voz que me dice que debería ir a verla para asegurarme de que no ocurrió nada grave, pero no puedo, ya que mi escape tuvo otras consecuencias además del sermón típico de Norma, una de las enfermeras del lugar.

Por ejemplo, justo ahora no puedo moverme ni siquiera para ir al baño — cual es bastante malo, considerando que es un mal del que no puedo escapar— y sin duda no quiero tener que recurrir a un catéter, cosa que seamos claros, es terrible. Otra es que quizás aquella muchacha no quiera saber de mí en lo restante de su vida.

Siento, entre otras cosas como la culpa, curiosidad por ver que tiene que esconde, la usual que debo sentir después de durar casi un año socializado con las mismas 5 personas, claro, no estoy intentando decir que Mildred no sea lo suficiente interesante y tenga que buscar nuevas amistades. Sólo que desde que supe que nunca le ganaría a sus 35 años de experiencia jugando ajedrez, y que ella dejó de estar dispuesta a probar otros juegos por el incidente con Monopolio, nuestras tardes se han vuelto aburridas.

De resto, como podrán adivinar, no tengo muchos amigos, no exagero al decir que podría contarlos con los dedos de una mano, ya que son Mildred; aquella anciana adicta al ajedrez y que siempre tiene caramelos de menta que obsequiar, Jay; con quien disfruto de buenas tardes de Mortal Kombat (Más no está decir que mi Sub-Zero siempre le gana a su Scorpion) y cualquier otro juego que consigamos que sirva en su consola, y por último Violet, una pequeña niña bastante animada quien ya fue dada de alta, pero de vez en cuando, si sus estudios se lo permiten, nos viene a visitar.

Cualquiera diría que tengo más, pero ciertamente el no poder ir a la escuela me cierra muchas puertas en el mundo de la vida social. Honestamente, me siento afortunado de siquiera tener una.

Y también de que sean los mejores amigos que alguien podría tener, agradezco cuando suenan unos toques en la puerta, impidiéndome deprimirme por mi falta de amistades. Hago un esfuerzo para mirar de quién se trata, en cuanto mi mirada se choca con ese par de divertidos ojos verdes, sonrío de lado.

—Ya me han contado su aventura de anoche, estás demente.

Jay llega a un lado de mi cama y se sienta en el borde de esta, es un universitario que odia lo que estudia, y puede que también sea la persona con el mayor número de ingresos y estadías en el hospital por razones sumamente estúpidas desde hace un año, justo ahora está cumpliendo una condena de 3 meses, de los cuales ha cumplido uno y medio, a causa de que luego de que se partiera un brazo andando en kate.

—Fue una noche —hice una pausa para buscar la palabra adecuada—, peculiar.

—Y vaya que sí, Norma no ha dejado de quejarse de ti toda la mañana cuando me aplicaba el tratamiento.

—Aún si no hubiera hecho nada, estaría quejándose.

—Buen punto.

—Pero, me veo en obligación de preguntar... ¿Es cierto que acosaste a una chica y la hiciste llorar?

Mi mandíbula se tensa, mis dientes rechinan, no es la primera vez que Norma hace algo así, eso no hace que sea más fácil de soportar... pero que la vieja Greta Gremlin se preparara, tendría mi venganza, no hoy, no mañana... puede que mañana si, pero a lo que quiero llegar, algún día la haría pagar.

Enamorando a KateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora