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Paxton

Más tarde, al encontrarme bajo la protección que me da la soledad de mi habitación, me permito soltar una risa llena de la emoción que he aguantado toda la tarde. No voy a fanfarronear diciendo que siempre supe cómo terminaría —demás está decir que los resultados fueron excelentes— mi descabellada idea. Pero desde que vi la habitación de Kate mi mente no había dejado de asociarla con algún lugar solitario y frío, para ser más precisos, con un Azkaban lleno de dementores más que dispuestos a exterminar cualquier vestigio de felicidad que se presente. Es como ese lugar donde no pasarías la noche, o al menos yo no lo haría. Y la mera idea de ella permitiendo que el lugar se sienta así me desgarra el corazón.

Por lo que decidí mostrarle que nuestra habitación, así sea en un hospital, es un refugio. Nuestra zona, donde no tenemos que fingir que no existe el dolor, donde pasar el rato no se vuelve una obligación, sino una consecuencia por la comodidad que sientes al estar allí, donde puede ser libre.

Sí, soy toda una nena en cuanto a sentimientos. No puedo evitarlo.
Por eso, tal vez cuando la hora de regresar a Kate a su habitación se hizo inminente, no dudé en tomar el proyector y llevarlo con nosotros por el pasillo del hospital, ignorando la pregunta tácita en su mirada.

—Hemos llegado, conste que la dejé en sus aposentos diez minutos antes de la hora acordada porque soy todo un caballero —Y para probar mi punto, después de ayudarla a subir a su cama, hice una falsa reverencia.

—Lo que tú digas —respondió ella rodando los ojos.

Pero el hecho de que respondiera a mis bromas era más que suficiente para que mi sonrisa se agrandara, amé muchísimo a mi cerebro en ese momento, por tener tan grandiosas ideas, como la que tuve justo antes de salir de mi cuarto. Para llevarla a cabo, ni corto ni perezoso tomé el proyector y me dirigí a su mesa de noche, donde después de hacer la instalación correspondiente, estaba listo para ser usado en el momento que ella creyese oportuno.

—Yo voy a dar el primer paso para que este lugar deje de parecer tan frío, espero que seas tú quien de los demás después —Guiñé mi ojo, notando su mirada sorprendida.

—Yo… ¿Estás seguro de esto?

—Por supuesto, prefiero que lo tengas tú a que siga empolvándose en mi habitación, tenía meses sin sacarlo.

Ella pareció dudarlo por un momento, en el que crucé mis dedos por detrás de la espalda, hasta que después de echarle varios vistazos, asintió, no muy convencida.

—Lo haces ver fácil.

—¿El qué?

—Despegarse de las cosas. Vamos, yo no sé si podría regalar algo así tan fácil —soltó un bufido que se me hizo adorable.

—Yo tampoco sabía si podría, pero ahora que se presentó la oportunidad, no me arrepiento ni un poco. O al menos no lo haré si vuelvo a verte sonreír como hoy —Y no mentía, verla tan… libre removió por completo mi ser.

Porque aunque ella podía hacerme sentir del tamaño de una hormiguita con un par de comentarios, no se compara con lo que logré experimentar al verla siendo tan expresiva, como si la Kate que había conocido estos días fuese tan solo una máscara, y esta se rompiese frente a las estrellas artificiales. Me sentía como un cohete, saliendo disparado directo hacía el espacio, a una gran velocidad, sin frenos y mucha emoción.

Ella no respondió, tampoco hizo el amago de seguir preguntando, pero no importaba ya. En un día pude conocer tantas facetas suyas que me sentía afortunado. Y cuando llegó la hora de irme, no se mostró molesta al escucharme confesar mi deseo de volver al día siguiente, asintiendo con un gesto vago que terminó por crear fuegos artificiales en mi mente mientras se reproducía una canción sobre ser campeones cantada por una voz curiosamente parecida a la de Freddie Mercury.

Enamorando a KateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora