Su amor iluminó mi vida, pero también hizo de ella un infierno tan placentero como destructivo. Ciego, dejé que me sedujera. Con su ternura hizo que me derritiera, con su pasión que ardiera en llamas. Pero finalmente esas llamas me volvieron cenizas. Cenizas arrojadas al viento para morir en la nada...
Mi camino al infierno comenzó cuando tenía catorce años, de una vida no lo suficientemente agradable cómo para agradecer a Dios en cada plegaria. Me sentía en el grupo de los olvidados por aquella divinidad que todos tanto nombraban, pensaba que tal vez ni siquiera merecía pertenecer a este maldito mundo, o a algún otro, si es que existía. Mi padre me regañaba y realmente se ofendía con cada pensamiento que pasaba por mi cabeza, él era un hombre muy espiritual, y ni siquiera el hecho de haber perdido a su compañera de vida había afectado esa fe interior. En mi caso, yo era todo lo contrario, no encontraba manera de explicar la muerte de mi madre, estaba enojado con la vida misma porque sentía que fue de lo más injusto que una mujer tan joven, hermosa y llena de anhelos partiera de mi lado sin siquiera tener la oportunidad de despedirse. Tal vez ese era mi complejo, el no poder haberle dicho lo mucho que la amaba antes de no volver a verla nunca más. Incluso habíamos sufrido una discusión esa misma tarde cuando me marché de casa, dejándola con la angustia atorada en esas palabras que nunca pudo decirme.
Quince años más tarde, en mis intentos por triunfar en el mundo de la música, la conocí a ella. Ella me enloquecía, era la única que me brindaba plenitud en lo absoluto, paz, tranquilidad, incluso felicidad. "No te enamores de ella" me decían, pero ninguno de ellos entendía nuestro amor, ninguno comprendería jamás el alivio que mi alma sentía cuando su dulzura navegaba por mi sangre.
Sabía que era un amor prohibido, estaba seguro de que caminaba por un sendero hacia la cueva del diablo, pero estaba dispuesto a todo por mantenerla a mi lado hasta que la muerte finalmente nos separe. Ella fue mi vida y mi perdición. Mi dulce perdición.Mi amigo Slash y yo, habíamos abierto un pequeño taller en el vecindario, nos conocíamos de pequeños, si bien me llevaba un par de años de edad, nuestra pasión por la música dio a luz una fuerte amistad, que creció mucho más con los años. Y ahora nos encontrábamos emprendiendo ese negocio con la idea de juntar un buen par de dólares para largarnos juntos a Los Ángeles.
—Parece que tendremos vecinos nuevos. —señaló él al ver un camión de mudanza estacionarse frente a la vieja casa de los Spiegelman, mientras metíamos mano en el motor de un automóvil.
—Bien por sus dueños anteriores. Les agradará tener huéspedes nuevos. Sólo, espero que a la nueva familia no le asusten los fantasmas. —me burlé, haciendo referencia a la muerte de Roth Spiegelman y su esposa, unos ancianos que habitaron esa casa durante prácticamente toda su vida.
—Oye, eso es cierto. Yo no pasaría la noche allí ni aunque me paguen un millón de dólares. — afirmó Slash, quien en realidad adoraba las historias paranormales, pero cuando se trataba de vivir algo parecido, se echaba atrás como todo un cobarde.
—¿Ni aunque ese millón te sirviera para mudarte a Los Ángeles, comprar una propiedad allí, y conseguir tu contrato con una discográfica?
—Bueno... Eso cambia las cosas. — continuó su trabajo. — ¿Crees que esa gente sepa lo que ocurrió en esa casa?
—No lo creo. Los agentes de bienes raíces ocultan todos esos datos para no espantar a los clientes.
—Sería estupendo que lo supieran...— hizo un gesto de picardía mientras limpiaba la grasa de sus manos con un trapo sucio.
—¿En qué estás pensando, Slash?
—Iremos a darle la bienvenida a los nuevos vecinos. Sería muy descortés no hacerlo. — sonrió.
-Creo que a ti te interesa más espantarlos que darles la bienvenida.
-Vamos, será divertido. - él atinó a caminar en dirección hacia la casa con nuevos dueños.
—¿Por qué no esperamos a que terminen de instalarse? — pregunté siguiéndolo antes de cruzar la avenida.
—¿Eso que cambia? Seremos amables y les diremos sobre los fantasmas antes de que terminen de desempacar sus cosas. Les aligerará el trabajo cuando se arrepientan y rompan el contrato con la inmobiliaria.
—Oh, eres tan considerado, amigo. — dije sarcásticamente.
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DANGEROUS CANDY: Mi Dulce Perdición
RomanceSu amor iluminó mi vida, pero también hizo de ella un infierno tan placentero como destructivo. Ciego, dejé que me seduciera. Con su ternura hizo que me derritiera, con su pasión que ardiera en llamas. Pero finalmente esas llamas me volvieron ceniza...