La Noche del Terror

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El gran reloj en la cima de la torre marcaba las veinte treinta horas, momento en que subían al escenario Stanley junto a los otros. Las guitarras ya estaban afinadas y el escenario listo, sería un gran espectáculo. Los chicos vestidos en casacas negras comenzaban a tocar los primeros acordes, sin saber el infortunio que sobrevendría a la ciudad dentro de los próximos siguientes minutos. 

En ese instante, el canoso doctor Reid Ford, manejaba el dorado Mitsubishi por las afueras del gran estadio deportivo en compañía de la sensual Diane Herring, su amante, una ex bailarina de la casa de apuestas, y con quien tenía casi veinte años de diferencia de edad. El profesor, había estado involucrado los últimos cuatro años en la investigación de los agentes biológicos del antiguo complejo subterráneo de la ciudad, clausurado hace diez años por una fuga de una cepa mortal de campylobacter, lugar de donde había obtenido preciada información biológica. 

Stanley entonando el primero de los éxitos de la noche, miraba las altas galerías aglomeradas de los fanáticos, intensamente iluminadas por las luces de neón y mercurio que salían desde los asientos. Cinco minutos después, el imperceptible cilindro había sido lanzado desde el puerto de Citnos, al otro lado del continente; empero, a medida que el proyectil alcanzaba velocidad, el enérgico zumbido se extendía por la bulliciosa ciudad, de tal forma que sólo aquellos en los silenciosos suburbios lo habían escuchado.

Centenares de edificios colapsaron tras el violento impacto. El cilindro había colisionado con el extenso grupo de rascacielos que formaban el Complejo de Seguridad de Éphyra, situado a dos cuadras del estadio donde tocaba la banda. La masiva destrucción de las imponentes torres arrasó con todas las tiendas circundantes, levantando una densa ráfaga de polvo que se mantendría por más de una hora en suspensión, nublando la vista de todo el puerto, y de los barcos allí presentes. 

Los carros de seguridad llegaron al poco tiempo, abriéndose paso entre la turbia atmósfera blanquecina que parecía neblina; así lo describía al departamento uno de los oficiales.

Éphyra parecía indiferente al terrible escenario que se vivía. Por las numerosas autopistas que recorrían los cielos de la ciudad, los automóviles corrían a inmensa velocidad, mientras el resto yacía en las casas de apuestas, en los clubes nocturnos, y en las tabernas de recreo. Era viernes, el día de celebración, el momento preciso para ejecutar tan terrible desgracia, y que sólo eran los hechos previos al caos final.

Cuarenta minutos más tarde, y aun atrapados en la densa niebla, los operarios de seguridad acudían a los centros de atención con urgencia, porque habían comenzado a presentar el continuo sangrado nasal; los médicos hablaban de inhalación de gases tóxicos.

Un chico de tan sólo veinticuatro años de edad yacía en la fría sala de espera cuando había comenzado a sentir fuertes dolores abdominales. La gente comenzaba a socorrerlo llamando a los médicos que corrían por los pasillos; trece segundos después vomitaba la oscura sangre. Ahí muchos de los presentes notaron a lo que se enfrentaban realmente, y la gente corría a los vehículos, para llegar a sus casas, encerrarse, y activar los filtros, que sin embargo no servirían.

Mientras los médicos corrían por la clínica, el doctor Reid Ford llenaba los vasos con el brillante brandy, en su apartamento. Él celebraba como siempre con su espectacular musa, pero esta vez sería distinto, había depositado un grisáceo polvillo sobre el potente licor. Se acercó a la cama, tomando bruscamente a Diane por la cintura, y besándola apasionadamente.   

  - ¡Hoy será distinto!, ya sabes, ¡cada día estamos mejorando! - 

El profesor había asegurado una dosis para él y para su hermosa musa, porque en esos nanométricos cristales grisáceos yacía la inmunidad, y así se evitaron los fatales dolores que experimentaban los del Departamento de Seguridad, y que más tarde también sufrirían los médicos de ese centro.

Cada cosa había sido planeada, y si bien él había trabajado en el desarrollo de la mortífera arma lanzada, ya se había asegurado la protección creando una cura efectiva. 

Luego de haberse bebido el amargo trago, y de haber recorrido el joven cuerpo de Diane, recibía la esperada llamada, interrumpiendo el ardiente momento. 

 -  ¡Ya está hecho profesor!, el departamento le manda saludos. Le han depositado el resto del dinero. Váyase a la oficina de correos, ¡encontrará los pasajes! -

En ese instante Stanley Rawson, había comenzado a sentir una leve molestia. Una delgada lámina blanca le cubría la visión en su ojo izquierdo, y mientras giñaba el ojo para intentar recuperar la correcta visión, desafinó tocando un acorde distinto al que debía. Rees Needham, el de la segunda guitarra lo suplantó, de tal forma que el desequilibrio armónico se mantuvo imperceptible para el público, no así para ellos tres que se miraron nerviosamente. 

Una mueca de dolor en el rostro de Kay Kazner, el baterista, fue el paso al triste desenlace, a la agobiante noche que se acercaba, y que habían preparado hace más de una semana con expectativa de que fuera inolvidable. 

El reflujo se hizo continuo, Kay lo venía sintiendo hace sólo dos segundos, y subía hasta su boca. Una mezcla ácida comenzó a chorrear por su nariz, acompañada de las pequeñas gotas rojas. El próximo acorde le hizo vomitar enérgicamente sobre los lustrosos cristales del piso. El rock se detuvo, mientras sus compañeros corrieron en su ayuda.   

  - ¡Llamen a una ambulancia! - gritaba Rees, dejando a un lado la guitarra, hecho acompañado de un desafinado acorde.  

La gente en la galería gritaba exaltada, como si fueran simios en jaulas, esperando por el espectáculo que había sido fortuitamente paralizado. La noticia no tardó en masificarse por las redes sociales, y por la televisión transmitían frenéticos los periodistas "Kay Kazner, sufre trágico accidente en recital". 

Con la sangre saliendo a borbotones por su boca y nariz, Kay seguía convulsionando, los fanáticos horrorizados comenzaron a retirarse en lo que fue una batalla campal por acercarse a los integrantes, mientras le trasladaban en una camilla hasta la ambulancia que había llegado. 

Pronto sería fatal para muchos, porque al profesor Ford ya había soltado la terrible cepa bacteriana, que había sido financiada por la poderosa industria farmacéutica; y no era nada nuevo pues muchas de los microbios que supuestamente habían mutado eran diseñados con técnicas a las que en otra época llamaban biología sintética. 

No había mucho que hacer, la gente corría despavorida, unos a los bunkers, y otros a las olvidadas iglesias. Cosas como estas ocurrían todos los días en Europa, luego de la gran guerra claro, pero hoy les tocaba a las principales ciudades del nuevo mundo, y Éphyra era la primera, aquella fundada sobre las ruinas del antiguo Valparaíso, situada junto al mar, en el antiguo país al que llamaban Chile. 

Su gente caía aniquilada por los microbios, fruto de la potente arma lanzada. Los chicos en el hospital creían dar el último adiós a Stanley, y luego Kay y Rees, también se desplomaban en las camillas de la clínica. Aunque aquella noche se pensaba, sería el final de una legendaria banda, clandestinamente era el principio de un nuevo grupo, los chicos buenos diríamos, aunque para la mayoría eran sólo las ratas, aquellos que tocaban tras las cámaras, esos que sólo aparecían en las pequeñas tabernas de recreo, o si tenían suerte en los boulevard nocturnos. 

Mientras los chicos agonizaban en el hospital, en el campamento cerro La Cruz, en la zona alta de Éphyra, se organizaba la contraofensiva. Aunque la estrategia era establecida entre varios de los trabajadores, había uno que se había preparado al dramático desenlace. Su nombre era Einar, guitarrista de rock, de unos veintiséis años de edad, y amigo de los chicos de la banda. En su blanquecino cuerpo se  podía notar el efecto de la vida bohemia, bebiendo diariamente el licor barato de las tabernas, pero sin embargo poseía los conocimientos, y había logrado conseguir varios antibióticos de la nueva generación usando técnicas moleculares. Si bien, era el lugar donde sintetizaban las drogas que consumían en las fiestas, ahora sería el búnker subterráneo en que nacería la simiente a la nueva generación. Aunque muchos morirían, centenares de personas lograrían sobrevivir a las mortales cepas.


Día FatalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora