Estrellas fugaces

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Si la primera vez había tardado a posta, esa vez había aparecido antes. Estaba nerviosa aunque no lo admitiría nunca, menos frente a Kaminari, porque podría llegar a estirar tanto la tontería que acabaría pensando en algo que no era y molestadole todo el día.

El rubio había llegado justo a tiempo, listo para una tarde sin planes fijos y con los nervios a flor de piel. Sentía presión, una presión imaginaria y auto-creada por el mismo para no meter la pata. Hoy se jugaba perder o ganar por completo a su novia y, como le perdiera, no se lo perdonaría nunca.

Se quedó parado a los pies de la escalera al verla. ¿Desde cuando Jirou se ponía falda fuera del instituto? Se estaba muriendo por dentro al verle así, era una imagen que sabía que no se volvería a encontrar. Daba ya gracias a Yaoyorozu porque seguro estaba detrás de eso.

— ¿Quieres moverte ya, idiota? —gruñó de brazos cruzados, sonrojada al igual que él.

—Idiota —murmuró bajando la mirada.

— ¡V-Venga, baja! —Agarró el borde de su camiseta, nerviosa.

—Voy —canturreó con una sonrisa tonta, andando a paso lento.

Jirou apretó los labios al ver como tardaba y decidió adelantarse, agarrándole de la muñeca y arrastrándolo fuera de la residencia.

— ¿Vamos a irnos fuera?

—No, te he sacado fuera para luego entrar —bufó.

— ¿Entonces esto es una salida de amigos?

—Una cita, idiota.  —Intentó no elevar la voz, pero acabó casi gritando, sintiéndose una idiota.

— ¿Y qué tiene esto de diferente a la primera vez que salimos?

—Que mi padre sabe de tu existencia.

—Buen punto —murmuró haciéndole parar con un simple tirón—. ¿Pero tienes algo pensado o estamos andando por andar?

—No había pensado nada. —confesó parándose en el sitio.

—Luego soy yo el que no piensa. —Negó con la cabeza haciendo que ella le golpeará con su cables.

— ¿Tienes tu algún plan? —gruñó.

—Habernos quedado en mi habitación, abrazados, dejando el tiempo pasar...

—Íbamos a hablar, no a darnos amor.

—Ambas cosas son posibles. —canturreó intentando abrazarle.

—Tú no puedes hacer una cosa como para hacer dos. —agarró los brazos se él, apartándole.

—Kyouka, no seas tan mala. —lloriqueó.

—Hace muy buen día, deberíamos aprovecharlo. —Dudó antes de ofrecerle la mano. El rubio pudo ver que temblaba y estaba roja hasta las orejas—. Podemos ir a cualquier lado

—Diria a uno que este cerca. —Aceptó su mano, con una sonrisa.

— ¿No tienes dinero suficiente?

El sonido de un rayo; KamijirouDonde viven las historias. Descúbrelo ahora