Despertar

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Sabes que estás mal cuando tu propio perro huye de ti, no es que
tuviera uno, pero definitivamente el del vecino me odiaba. Muy bien,
diré la verdad, un par de veces he pensado en arrojar veneno para ratas
por accidente en un filete y dejarlo a su alcance, justo en el jardín
vecino.
Por supuesto, jamás lo hice. Por muy tentadora que sonara la idea.
De todas formas, el maldito Pitbull era el último en la lista de mis
preocupaciones. Me desperté en el borde de mi cama con una resaca
terrible y la extraña sensación de que me estaba perdiendo de algo
grande, ¿sabes? Algo intenso y por mucho que me esforcé en recordar,
todo lo que lograba arrojar mi memoria, eran un par de ojos grises. Lo
juro, además no era una mirada amistosa. Me imaginaba cosas así todo
el tiempo. Algo bastante habitual, supongo, desde que leía fantasía.Durante todo el día domingo no había hecho más que dormir y el lunes
fue imposible concentrarme en las clases. Esos extraños ojos se me
aparecían donde sea que mirara, como si mi subconsciente estuviese
empeñado
en
desterrarlos
de
su
territorio
para
arrojarlos
constantemente a mi consciente.
Lo sé, sonaba súper loco y hasta cierto punto predecible, como
cuando vez una película de horror y terminas teniendo pesadillas. Pero,
en mi caso no era así, no había visto películas la noche del sábado, todo
lo que hice fue chatear con mis amigas, comer un yogur, ya que mi
madre por enésima vez, había evitado cocinar y luego de comerlo,
acostarme a dormir.
El profesor García dio la clase por terminada después de un
aburrido monólogo de quince minutos, en el que admitió haber
olvidado sus apuntes en casa y nos cedió la hora para actividades libres,
siempre y cuando mantuviésemos un volumen moderado.
Sí, claro.
—¿Viste las nuevas fotos que salieron? —chilló Yania, con sus
mejillas enrojecidas por la conmoción, o la falta de aire, ¡Quién sabe!
Sacudí mi cabeza, contando hasta diez mentalmente, para no sonar
desesperada...—¿Fotos?
María José rodó los ojos, obviamente creyéndome nada. Era bien
sabida mi afición-obsesión en tiempo record con la saga Ocaso, poco
más de un mes. A primera hora de la mañana, incluso antes de
ducharme, Facebook me había recibido con una grata sorpresa: una alta
cantidad de spoilers relacionados con la saga de Ocaso. ¿Qué puedo
decir? Robert era justo lo que me había recetado el doctor.
—En serio, no sé de qué hablas...
—Déjala, está teniendo su minuto de cordura —interrumpió Yania.
—Estoy cuerda —me defendí—, el que me guste un actor X, no
significa que esté loca.
—Claro que no —insistió mi amiga—, pero que planees tatuarte su
cara en la espalda da para pensar que estás de pieza acolchada.
María José abrió los ojos desorbitados, no le había contado lo del
tatuaje, en realidad preferiría no habérselo mencionado a Yania. Había
sido una idea al aire, un pensamiento, no una decisión, si no hubiera
sido por ese Vodka-Naranja, juro que no lo hubiese admitido en voz
alta y Yania debería saberlo. Después de todo, ella prácticamente había
patentado la frase “Con alcohol no se vale”, seguida de “Si no me
acuerdo no ocurrió”.Ni bien había terminado su comentario, cuando tenía todas las
miradas de la clase fijas en mí. En serio, Yania era una diosa ventilando
secretos. Tenía un don para eso.
—Gracias —mascullé entre dientes, antes de clavar mi vista hacia el
cuaderno e ignorar la atención no deseada.
Para colmo, en la primera fila, sentada junto a la ventana, Rita
Márquez había comenzado a reírse como una hiena desquiciada. Al
parecer le acababan de informar el rumor. Busqué a Lucas con la
mirada, pero él estaba concentrado en su cuaderno, o fingía estarlo.
—A ver, Señorita Márquez ¿De qué se ríe? —Le llamó la atención el
profesor—, ¿Por qué no comparte el chiste para reírnos todos juntos?
Luego de eso, toda la clase guardó silencio. Ni María José, ni Yania
volvieron a mencionar lo ocurrido, bien por ellas, valoraban sus vidas
después de todo.
Por mi parte, tuve que aguantar toda una hora de miradas raras y
susurros, incluso recibí atención del profesor Calvin, aunque a
diferencia de los demás, solo me sonrió preocupado. Era un secreto a
voces que él era fan de El Amo de los Aros, nada que ver con lo mío,
pero al menos sabía lo que era amar una saga con toda el alma.
No pude soportarlo más y levanté la mano.—¿Señorita, Palacios?
—¿Puedo ir al baño?
El profesor observó el reloj y suspiró.
—Pero si tuvo todo el recreo para ir —eso me recordó que después
de todo, seguía tratándose de mi profesor fanático de una saga o no—.
Cuando regrese su compañero, puede ir usted. No pueden andar dos
alumnos fuera de la sala.
Vale, tal vez yo estaba equivocada y el señor García me entendía
después de todo.
El timbre finalmente sonó y me apresuré en ordenar mis cosas,
obviando el hecho de que, al salir del aula, cada alma viviente me
observara con extrañeza.
Al llegar al estacionamiento fui recibida por un horrible día soleado.
Amaba la lluvia, nada me parecía más hermoso ni romántico que un día
nublado. Caminar por la costanera del hermoso río Calle-Calle mientras
ves cómo los Watermen olímpicos entrenan en sus botes remeros,
entretanto la suave lluvia los refresca. Un perfecto panorama inglés,
para ir tomada de la mano con un chico alto y tierno con nombre
antiguo y de preferencia inmortal.Oh sí, el invierno me venía perfecto, por eso odié este día de
principio a fin.
—¡Micaela! —escuché que me llamaban por mi nombre, no el
diminutivo y eso solo significaba una cosa. Por supuesto, una chica
normal hubiera seguido de largo, ignorando completamente a su
inmaduro ex novio.
—¿Sí? —pregunté, girándome hacia él, justo frente a las rejas de la
salida. Desde luego, eso demostraba que yo no era normal en absoluto
y mis amigas tenían razón sobre mí, había perdido la cordura.
Lucas dudó, observando el perímetro antes de dar dos pasos hacia
mí. Lógicamente, no se podía dar el gusto de que lo vieran platicando
con la friki amante de los vampiros.
—¿No crees que estás llevando tu fanatismo un poco lejos?
Esta era la razón por la que ya no quería salir con tipos de mi edad.
No lo entendían, simplemente no podían y explicárselos me parecía
una pérdida de tiempo. Lucas menos que nadie podría entenderlo,
nunca.
—Pues a mí me gusta —le increpé, alisando mi camiseta, a
sabiendas de que le molestaría. Hoy era día de educación física, así que
nos permitían llevar salida de cancha. Adoraba el negro y era la pruebaviviente de que no se necesitaba ser gótica para saber llevarlo, además
me hacía lucir más delgada.
—No hablo de tu ropa —aclaró casi preocupado, su mandíbula
lucía tan tensa que la idea de propinarle un puñetazo fue perdiendo
fuerza. De repente, su ceño se frunció y casi salté cuando la mano de él
alcanzó mi cuello.
—¿Qué demonios te pasa? —le grité alejándome, y cuidando
secretamente mi integridad. Odié que ese breve contacto fuera
cualquier cosa menos desagradable. Lucas era el menos indicado para
mostrar preocupación por mí. De hecho, fingirla venía más al caso.
Porque si había un responsable de mi obsesivo interés, como lo
llamaba todo el mundo, era él. Lucas solo me había lastimado, mientras
que había encontrado en la lectura ese alivio y consuelo que tantas
veces me ayudó a sonreír, incluso cuando todo lo que me apetecía era
llorar.
Durante lo que me pareció una eternidad, su expresión fue
perturbación absoluta. Luego, bueno, simplemente la reemplazó por
lástima, que no era mejor.
—A mí nada. No soy quien se dibuja orificios en el cuello...¿Orificios?
Automáticamente,
imágenes
de
unos
colmillos
enterrándose en mi carne centellearon en mi mente. Sacudí mi cabeza,
resistiendo la tentación de llevarme la mano hacia donde se suponía
que estaban los agujeros.
Todas las mujeres sabemos que el chocolate contiene una cantidad
considerable de carbohidratos y que curiosamente éstos tienden a
alojarse en las zonas menos deseadas de nuestro cuerpo: caderas,
trasero e incluso peor, explotando en nuestra cara.
«¡Si al menos se alojara en el busto!»
Horrible, lo sé y sin embargo no podía dejarlo, era tan exquisito,
dulce... y exquisito, dulce. Bueno, eso.
Como decía anteriormente, toda mujer conoce lo perjudicial que
puede llegar a ser el chocolate para nuestra salud y sin embargo, son
pocas las inteligentes y disciplinadas que consiguen resistirse a comerlo.
Lucas Urzúa era como un chocolate... y yo no era ni inteligente ni
disciplinada.—No digas estupideces —sabía que debía responder otra cosa, del
tipo: vete a la mierda, pero el único sitio dónde deseaba enviarlo era lejos
de mi corazón. Se aproximó, acercando su mano hasta mi rostro, temía
que me tocara, pero quería que lo hiciera.
—Miki...
Mi antiguo apodo se sintió como miel en sus labios, tan dulce y
agradable, que por un segundo olvidé el lugar en donde estábamos y
me permití simplemente disfrutar del momento y la compañía, un acto
del todo irresponsable. Lucas rara vez me llamaba así y entiéndase por
“raro” que solo lo hizo tres veces, y eso fue antes de que decidiera
comenzar a llamarme de otra manera menos ortodoxa.
—Tengo que irme —hizo una pausa, mientras yo abría los ojos
avergonzada, en primer lugar por haberlos cerrado—. Piensa en lo que
te dije.
—No te preocupes, porque no lo haré —respondí, sabiendo que era
la peor de las mentiras. Porque lo haría, pensaría en él cada uno de los
días que restan de la semana y finalmente, en aquellas últimas horas del
domingo, en las que estaré tratando de dormir, reviviré una y otra vez
lo cerca que estuvimos y... Y mi estómago se revolverá pensando en lo
bien que se habría sentido su tacto sobre mi piel; en lo increíble que mesentí cuando, por un momento, me permití creer en que él aún se
preocupaba por mí.
Lo que era absurdo, porque Lucas solo se interesaba en él. Mi rival
era su ego y cuando nos tocó competir; bien, supongo que no es difícil
deducir quién ganó. Desde entonces, decidí no salir más con chicos,
nada de citas, nada de besos y sobre todo, nada de fiestas.
—Como quieras —se despidió bufando, mientras yo terminaba de
digerir mi mentira, lo bueno de mentir era justamente eso, yo podía
torturarme internamente, pero él... él jamás lo sabría.

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