En la cueva del Lobo

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Mi intención nunca fue violar la privacidad de Nate o cualquier
código que tengan los hombres. Me refiero a que, bueno, esperaba
encontrar lo típico. La verdad es que entrar a su habitación, era la única
forma que conocía para poder acercarme un poco más a él, para lograr
entenderlo y de paso, comprenderme a mí también, porque en
ocasiones, cuando el frío y el hambre no me dejaban dormir sentía que
era una reverenda estúpida por seguir ahí.
Dándolo todo, sin recibir nada a cambio. Ni siquiera aquellos
elementos necesarios para cubrir mis necesidades básicas.
Cuando entré a la habitación de Nate, no había nada de lo que
esperaba ver. Supongo que esperaba encontrar..., tal vez no un
cadáver, pero al menos una nevera con bolsas de sangre RH.Me detuve frente a su cama. No sé qué esperaba ver, tal vez un
colchón King Size o al menos una americana de dos plazas con sábanas
de satín negro, pero en lugar de eso me encontré con una sencilla cama
de plaza y media ordenada de manera impecable. Tenía un cobertor
azul, sábanas blancas, y sobre el cobertor, dos simples cojines de un
tono azul más claros. No había una sola arruga sobre ella. Toda la
habitación estaba reluciente. Como dormitorio militar. Apostaría a que
ni siquiera había partículas de polvo en el aire y, la verdad, no me
extrañaría que estuviera sin uso. Probablemente ni siquiera dormía, y si
lo hacía, no era aquí por lo menos.
Era
un
cuarto
promedio,
no
pequeño,
pero
tampoco
exageradamente grande. Como era el último, tenía forma cuadrada y
toda la pared frontal estaba rodeada por un armario. Las tres paredes
restantes las habían convertido en una moderna biblioteca, incluida la
pared dividida por la puerta, aunque ésa solo tenía la parte superior
convertida en librero.
Era una ventaja que el techo fuera alto, tenía más de un metro y
medio de puro libro sobre mi cabeza.
¡Debía haber por lo menos un millón de libros!
Lo sé, estaba exagerando.Al principio me emocioné, porque adoraba leer y aquí tendría
material de sobra. Me sentí como la protagonista de La Bella y la Bestia,
en su versión de Disney, con esas enormes columnas de libros y la
escalera anclada a sus barrotes. Pero claro, mi dicha no duró mucho
cuando todo lo que encontré fueron enciclopedias, libros de historia y
ensayos sobre la segunda guerra mundial. Autores como Wolfram
Wette, Wladyslaw Szpilman, Michal Grynberg y otros tantos con
nombres igual de ilegibles.
Definitivamente, su repertorio no incluía novelas de ciencia ficción.
Supongo que nadie puede ser perfecto.
De repente, noté que junto a la cama, había un pequeño buró de
madera. Era de un marrón mucho más oscuro que el resto de los
muebles de la habitación, también considerablemente más antiguo. Se
notaba que habían intentado acicalarlo, pero era innegable el correr del
tiempo, bastaba con ver la superficie.
Un vaso sin agua y una agenda descansaban sobre el buró y bajo
este, se asomaba un pequeño cajón a medio cerrar.
«No lo hagas, no es de tu incumbencia» me urgió mi conciencia,
pero había llegado tan lejos ¿Qué daño haría?Abrí el cajón, pero solo encontré comprobantes de la cuenta de luz
e Internet. También había una vieja medalla de plata que se había
ennegrecido por culpa del óxido. Tenía forma de cruz y sus puntas
convergían en un pequeño estandarte con un águila coronada en su
interior, era un poco más grande que mi pulgar. Encima del águila,
había un RP labrado sobre una escarapela, ésta terminaba en una
argolla, por donde pasaba un viejo y sucio listón de tela azul, cuyo
grosor no superaba los dos centímetros. El listón tenía motas marrones
que parecían ser barro... o sangre. Oí el sonido de un motor
acercándose y salí pirando de la habitación.
Cuando Nate entró a la cocina, ya había sacado las cosas de las
bolsas. No era mucho; un par de yogures, algo de pan, harina para
hacer lo poco y nada que sabía de repostería, fideos, arroz y los siempre
salvadores, huevos.
—¿Qué es esto? —preguntó mirándome serio.
—Buenas tardes a ti también.Elevó una ceja y metió ambas manos en sus bolsillos. Desde que
había llegado a su casa, habíamos desarrollado una rutina práctica, ni de
lejos mi favorita, pero era mejor que nada. Básicamente consistía en
Nate ignorándome por completo, se iba muy temprano y llegaba muy
tarde; sin saludar ni despedirse, nada de miradas o gracias a dios,
mordiscos y sobre todo, nada de preguntas.
En resumidas cuentas, nunca lo veía recién duchado, ni siquiera
vestido para el trabajo. Para cuando regresaba, yo estaba en el séptimo
sueño y si de milagro tenía un ojo medio abierto, él vestía siempre
conjuntos deportivos, pero en lugar de zapatillas, calzaba botas de
combate.
No obstante, ese día Nathan vestía un impecable traje azul marino,
corbata a juego, de esas delgadísimas, y una camisa blanca abotonada
hasta la manzana de Adán.
Enderezó sus hombros, fijando una sonrisa en su rostro mientras se
acercaba a mí. Yo ni siquiera había terminado de acomodar las cosas en
la despensa ¿con qué tiempo? Si había volado fuera de su cuarto en
cuanto lo escuché.
«¡No pienses en eso!»Comencé a cantar mentalmente Una Cuncuna Amarilla, mientras
tomaba dos huevos en cada mano y con mi pie abría la puerta del
refrigerador. Nate observó todo sin ofrecer ayuda. Al final, cuando
terminé de guardar los doce huevos y acomodé las bolsas de fideos y
arroz en sus lugares correspondientes, o los que a mí me parecía que
eran los lugares correspondientes, dado que no tenía mucha idea de
donde iba cada cosa, habló:
—Espero que esto no sea lo que estoy pensando.
Si no hubiera sabido que Nate era un vampiro controlador e
inescrupuloso, podría haber pensado que estaba sorprendido y casi
asustado, en cambio asumí lo obvio.
—¿Qué estás pensando? —pregunté genuinamente interesada,
mientras agarraba una cuchara para el yogur y me metía un poco a la
boca. Francamente, estaba curiosa por oír con qué salía ahora—.
“Esto” era solo yo comprando comida para no morir de hambre—dije
negándole la posibilidad de responder.
Cerré los ojos, degustando el sabor a frutilla en mi paladar. Mierda,
nunca pensé que extrañaría tanto algo tan básico como un desayuno
decente a las... Saqué el móvil de mi bolsillo, a las siete y media de la
tarde.—Tú, tendiéndome una trampa, querrás decir —arguyó en voz alta,
caminando en círculos por la cocina, cual león enjaulado. Sé que esta
comparación es cliché, pero no imagino otra forma de explicar el paso
maníaco que adoptó—. Escucha, sé de qué va esto y odio tener que
decírtelo, pero no va a pasar.
Abrí la boca sorprendida, al tiempo que la cuchara resbalaba de mi
mano. Tenía una vaga idea de lo que hablaba.
—Quiero dejártelo claro, no estoy interesado en menores de edad.
Mucho menos en humanas —dijo en ese tono lleno de vanidad.
Detestable.
¿Quién se pensaba que era? ¿Se podía ser más ególatra? Retiro lo
dicho, seguro que se podía. Vamos, se trataba de Nate.
—Estás malinterpretando las cosas.
Por fin se detuvo y apoyó ambas manos en el marco de la puerta. Su
pelo azabache, corto y ordenado; mantenía el brillo usual, tan
enigmático y similar al pelaje de un cuervo: Igual de atractivo, cien
veces más peligroso. Así mismo, sus refulgentes ojos grises, observaban
todo con el hastío habitual. No obstante, hastío era mejor que
indiferencia.—Entonces, debo hacer caso omiso de la pregunta implícita.
Perfecto, porque la imagen de mi volviendo a casa y tu esperando con
la cena lista, al más puro estilo de La Pequeña Casa en la Pradera no es
para nada perturbadora.
—Compré lo básico para no morir de hambre, no planeaba
cocinarte. ¡No planeaba jugar a la familia Ingalls!
—Exacto —me dijo serio—. No somos una familia. Yo mando, tú
obedeces. Yo bebo, tú te dejas. Dónde quiera, cómo quiera y cuándo
quiera. ¿Y sabes qué más?
Me crucé de brazos, dejando el vaso a un lado. No recogí la cuchara,
ni lo miré. Acababa de perder el apetito.
—¿Qué? —respondí de mala gana.
—Me apetece ahora.
Al principio, sentí una oleada de pavor bullendo desde lo más
profundo de mi cuerpo, eclipsada únicamente por los atronadores
latidos de mi corazón. Luego recordé que eso de asustar a su víctima y
regodearse de su horror, le gustaba. Así que opté por la segunda opción
más segura: la primera era huir, pero desde que yo misma había
accedido a vivir con él, no tenía sentido que tratara de escapar.
Además, ¿dónde iría? Él sabía dónde vivía antes.—Muy bien —dije dándome por vencida. Estaba determinada a
hacer de esto una actividad cotidiana, mientras antes me acostumbrara,
mejor. Además, era parte de mi fantasía. No era ¡Oh! la mejor fantasía,
pero Nate seguía siendo un vampiro. Tal vez no fuera en ese momento,
pero algún día terminaría por aceptarme. ¿Quién quita y nos volvíamos
más cercanos?—, pero sin beso.
Él contuvo una carcajada.
—Eres imposible
—¿Perdón? —dije fingiendo inocencia.
—No pidas perdón, no puedes evitarlo.
Después de que la alarma sonara, luchara contra las sábanas y la luz
se filtrase por las persianas, salí de la cama con la intención de bañarme
y alistarme para la escuela.Era una mañana cálida, así que abrí mi ventana y tomé una
bocanada de aire, impregnándome del perfume de los pinos, murtas y
hierba humedecida por el rocío.
Entré al baño, abrí el agua caliente y salí a la terraza. Sabía que toda
la casa de Nate compartía un pasillo hacia la terraza, cada habitación
poseía unos ventanales enormes que daban libre acceso a ésta. Así que
cuando salí a la terraza y cerré la ventana de mi cuarto, no debería
haberme sorprendido encontrarme a Nate ahí, con ambas manos
apoyadas en la baranda y la vista clavada en el horizonte. Sin embargo,
aquí estaba yo, en pijama en la terraza y absolutamente absorta.
Desde todo el tiempo que llevaba viviendo ahí, esta era la primera
vez que lo veía durante la mañana.
—No voy a preguntarte por qué estás en pie —dijo sin voltear.
Reprimí un bostezo y me llevé las manos a la cara, restregándome
los ojos.
—¿Qué otra opción tengo? Debo ir a clases.
Nate se giró y me miró ceñudo. Estaba vestido como para ir a
trotar, pantalón corto de algodón y una camiseta de manga corta a
todas luces desgastadas.
—Tenía la esperanza... Joder, de verdad eres un caso.—¿Demasiado responsable para tu gusto?
Una de las esquinas de su boca se curvó en un atisbo de sonrisa,
pero no llegó más lejos.
—Demasiado lenta, diría yo.
Cerró su ventana y no entendí para qué, a excepción de mí, no había
un alma en las próximas veinte hectáreas ¿Qué mierda escondía?
Quiero decir, ya conocía su habitación, aunque Nate no estaba al tanto
de eso. Claro, pero no había mucho que mirar ahí tampoco. Mi propio
cuarto era cien veces más interesante.
Nate se paró frente a mí.
De pie en esa zona iluminada por los primeros rayos del sol, con la
bruma flotando a su alrededor y los pies enfundados en unas zapatillas
deportivas, su negra figura era toda una estampa. Sin embargo, no me
sentía intimidada por él. Puede ser que hubiera sido más fácil si lo
hubiera estado.
—Tienes un aspecto lamentable, mocosa.
Era algo que ya sabía, pero claro, no sería Nate si no me lo
recordara al menos una vez al día.
—Gracias por recordármelo.—De nada, solo hago mi trabajo —me miró en silencio, consciente
de que me hacía sentir incómoda—. ¿Te acuerdas de esas novelas
románticas que leías cuando te conocí?
Fruncí el ceño, no comprendía hacia dónde quería llegar con eso.
Nate estampó ambos brazos contra la pared, uno a cada lado de mi
cara. Luego se inclinó y lamió mi oído antes de susurrarme:
—Donde la protagonista se despertaba lentamente con sus mejillas
sonrosadas, el cabello enredado adhiriéndose a la piel y el maquillaje de
los ojos corrido, pero aun así luciendo increíblemente sexy...
Había algo increíblemente erótico en tener a un vampiro hablándote
al oído sobre novelas rosas. Erótico y perturbador.
—Sí... —balbuceé, con mi respiración hecha un lío.
—Bueno, no es tu caso. Regresa a tu cuarto y lava esa cara, pareces
panda.
Hablando de bestias sin corazón.
Después de clases las cosas no mejoraron nada.—Cómo puedes ser tan... — «Maldito y un estúpido arrogante»,
pero puesto en perspectiva yo era mucho peor; era patética, la reina de
las idiotas, pero al menos no era una jodida bipolar, como cierto
vampiro...
Después de desvanecerme en plena clase, unos días atrás, según yo
por no haber desayunado, la enfermera me había dicho que tenía que
hacerme unos exámenes. Una semana después los había recibido y
resultaba que tenía anemia...
¡Anemia! Todo por culpa de ese
chupasangre egoísta.
Desde el otro lado del oscuro dormitorio, Nate permanecía de pie
en el rincón, al lado del pasillo, mirándome con el mismo apetito que
transmitía su sonrisa ladina.
—¿Tan qué? —curioseó, acariciándome con voz cada vez más
cercana. Sin embargo fueron sus ojos los que más daño me causaron.
Eran vacíos, cenicientos como una mañana sin sol o una noche sin
luna, inevitablemente me hicieron pensar en su vida humana.
¿Qué había en la vida de Nathan que lo hacía ser tan cruel? «¿Qué
parte de ti no me estás mostrando?»
Supongo que apenas conocía una fracción del universo que
componía a ese frío vampiro.—Alto ahí, Mica. No vayas por ahí.
Ignoré su comentario y lo esquivé respondiendo a su pregunta
anterior. Si quería, podía ser bastante convincente. Bien, eso no era del
todo cierto, pero dado que no me quedaban demasiadas opciones,
pues, fingiría que me importaba una mierda su vida humana y lo poco
que le apetecía hablarme de ella.
—Cruel, eres el ser más insensible que he conocido nunca.
—Y has conocido bastantes —sus ojos se volvieron rendijas color
cromo, haciendo que pensara en los de una serpiente albina—, así que
ser el peor es todo un logro.
Dejó escapar un silbido bajo.
—Lo digo en serio —lo hacía, pero él no tenía por qué saber lo
difícil que era para mí hablarle con seriedad o peor aún, coherencia.
Cuando te pasas las veinticuatro horas bajo los efectos de la compulsión
la objetividad es un lujo que no te puedes permitir.
—¿Y qué te hace pensar que yo no?
Me tomó quince segundos encontrar las palabras y poder responder.
Los conté.—Bien, entonces espero que encuentres a alguna otra que te
alimente porque de mí no obtendrás una maldita gota —no era mi
respuesta más madura, ni la más elocuente, pero sí la que más sentía.
Me giré hacia la derecha, con la intención de encerrarme en mi
habitación, mientras secaba rápidamente mis lágrimas y mandaba a la
mierda la estúpida idea de tomar un baño caliente.
Esperaba que me siguiera, una chica tiene derecho a soñar, salvo
que mis fantasías jamás se cumplían.
Ya en mi cuarto y con la certeza de que mi puerta se encontraba
fielmente cerrada con llave, me atreví a gritar:
—¿Sabes qué, Nathan? ¡Vete a la mierda!
Quería hundirme en mi propio dolor y no emerger más. Quería
maldecir a mi madre por olvidarse de mí, gritar a mi padre por
abandonarme, quería que Rodrigo pagara por ser el peor hermano en la
historia de la humanidad. Pero sobre todo... lo que más quería era que
Nathan me amara. Aunque sabía que estaba mal desear algo así, dado
que sus reglas habían sido claras desde un principio.
Yo sería su alimento y a cambio me dejaría vivir, era un buen
acuerdo. Una buena relación.Las astillas de madera saltaron en un santiamén, junto al resto de mi
puerta. Ni siquiera me detuve a mirar la cerradura, para eso se
necesitaba el factor duda y yo no las tenía. Sabía de antemano que el
cerrojo estaba reventado por alguna parte de mi habitación.
Mi cama rebotó cuando su peso cayó sobre ella. Nathan me sujeto la
cabeza con las manos y me apretó contra su cuerpo fibroso. Estaba
frío, pero eso no era una novedad... sobre todo en noches como esta.
Las palabras no dichas de Nate quedaron flotando en el aire, y aquel
silencio fue tan desgarrador como el millón de horribles verdades que
no estaba lista para oír.
Cerré los ojos esperando el dolor, pero solo sentí un mareo fuerte.
Él lamió mi piel de una forma que me pareció casi tierna, estaba
mordisqueando mi carne y sus colmillos me provocaban cosquillas.
Sentí el roce de sus incisivos acariciándome la piel, había aprendido a
temer a su filo y mientras Nathan no dejaba de succionar mi cuello yo
comencé a notar que él parecía estremecerse... gemía, como si
estuviera siendo atormentado.Levanté la cabeza, forcejeando contra su agarre e insólitamente
Nathan no se resistió, enderezó su cuello y me permitió mirarlo directo
a los ojos. Cuando volvió a sonreírme vi algo más que ira en esa mirada
de mercurio; vi impotencia. Durante un momento, creí ver luz en ella...
Pero solo fue eso, un breve lapso que él se encargaría de dejar en el
olvido. Las lágrimas saltaron furiosas por mis ojos cuando me mordió.
El dolor y la decepción eran un plato amargo que aún me costaba
digerir.
—¿Cómo puedes ser tan malo? —tartamudeé—. ¿Acaso no te duele
el corazón?
—Yo no tengo corazón, así que no puede dolerme.
No era verdad, hasta un vampiro como él tenía corazón. Incluso Ian
Somerhot en The Vampire Agenda, con todo lo bastardo que era, tenía uno.
Tenía que estar mintiendo ¿Cierto?
—Eso es imposible —murmuré.Por un momento, se vio como si estuviera pensando mis palabras,
sus ojos parecieron observar algo más allá de lo obvio, como si buscara
una vía de escape o algún sentido real en mi respuesta. Se veía
interesado, pero no me iba arriesgar a decir si verdaderamente le
importaba, dado que pestañeó con rapidez y procedió a esbozar una
vez más esa sonrisa que ya me conocía de memoria. Sí, la misma me
robaba día a día la voluntad.
—¿Quién lo dice?
—¡La medicina, desde luego! —Oh, dios mío. Estaba gritando—.
Todos tienen un corazón a no ser que seas un porífero —añadí
rápidamente, intentando suavizar el tono de mi voz.
Sentía las lágrimas quemando en mi hinchada cara. No era justo.
Apartó con sus dedos las lágrimas de mis ojos, mientras la mueca
sardónica era ahora reemplazada por una sonrisa algo dulce, lo que me
dejó aún más vulnerable.
Me hizo pensar en miel y en chocolates, también me hizo querer
besarlo.
—¿Por qué? —al inclinarse más hacia mí, mis manos tocaron del
todo su pecho, demasiado profundo... increíblemente íntimo.—Olvídalo —mi mandíbula tembló, al igual que mis hombros y las
mariposas de mi estómago, cuando volvió a tocarme con su dedo—.
Son de la familia de las esponjas marinas y de todos modos, tú no te
pareces a ellas.
—Vaya, gracias —dijo lamiendo sus labios, como si estuviera
disfrutando el sabor de mi nerviosismo. Incluso peor, casi podía
escuchar el latir en mi pecho, a diferencia del suyo que además de
mudo era inerte. Maldito vampiro traidor. Maldito Nathan por ser tan
cruel e irresistible.
Para cuando me acordé que ahora él debía estar dándose un
banquete a costa de mis pensamientos, todos mal encausados, era
demasiado tarde y Nate ya había apartado sus manos de mi rostro.
Eran manos lindas, grandes y suaves. Sus uñas lucían cortas y limpias.
Era condenadamente difícil imaginar que manos como esas se pasaban
la mayor parte del tiempo teñidas de escarlata y con vísceras humanas
prendadas a ella.
—Sabes qué, me da igual —dije con un falso tono frío, mientras
erguía mi rostro y me topaba con su semblante especulativo—. Vete
con alguna amiga tuya... o desángrame ahora mismo, no me importa.
Era una mentira muy mala, tanto Nate como yo lo sabíamos.—De todas formas sé que mañana me lo harás olvidar —No sabía
bien a qué iba todo eso, probablemente a las jaquecas que había
padecido los últimos días. Sabía que era injusto culpar a Nathan cada
vez que tenía un dolor de cabeza, pero tampoco era como si él no me
hubiera dado motivos para desconfiar. Supuse que en realidad no
importaba ya que a él le bastaba con posar sus ojos de depredador
sobre mí para desarmarme por completo.
—¿De dónde has sacado eso? —ronroneó con voz ronca y yo
experimenté un arrebato sexual que me hizo pensar seriamente en la
idea de morir de lujuria.
—Es una idea muy factible.
—Absurda. Tu idea es absurda.
Pero «absurdo» era lo que yo estaba sintiendo, y por eso su
respuesta me dolió tanto, casi tanto como la idea de pensar en que él
era capaz de entregarle su cuerpo a otra con la misma facilidad con que
se cambiaba de camiseta. En serio, lo hacía con muchísima facilidad.
—Quiero estar sola, por favor.
—¿Y qué te hace pensar que me importa lo que tú quieres?Desvié el rostro hacia la vacía pared de mi cuarto. No era como la
que tenía en casa. Extrañaba mis poster y mi edredón, también mi
almohadón de Edgard Clutter y la hermosa repisa sobrecargada con
obras de J.L. Smithen, Moyer y Harrison. Al menos tenía mi laptop, si
algo debía agradecerle a Nathan, además de mi vida y un techo, era la
conexión a Internet. Parecía ser de las pocas cosas que ambos
apreciábamos y teníamos en común.
El triste color ocre me mareó, tan desnudo tan llano, tan vacío. Me
volví a girar. No pasaron muchos segundos antes de que su mirada me
deshiciese. Esos inhumanos ojos claros me batieron, enviando
escalofríos a mi columna. Recordé su anterior pregunta y me obligué a
ser sincera, de todos modos no tenía grandes alternativas
—Mi estupidez, por supuesto o el efecto de tu compulsión en mí —
mis hombros se encogieron rendidos—. ¿Acaso importa?
—Debería —sonrió—, es de tu mente de la que estamos hablando
—la distancia que él había marcado se desvaneció cuando su boca se
escurrió por mi oído causándome cosquillas con la punta de sus
caninos, pero a la vez demostrando lo despacio que podían acariciar los
susurros—. Podrías haber perdido la cordura. Ya lo sabes.
—La cordura está sobrevalorada.—También el amor y el corazón.
Sus colmillos desaparecieron de su boca de la misma forma en que
él lo hizo de mi cuarto, rápido y sin que yo tuviera oportunidad de
objetar. No podía culparlo, mi réplica seguramente hubiera estado
repleta de incoherencias. ¿Cuándo no? De todos modos no oí otro
ruido, lo que me dejaba saber que Nathan se había quedado en casa.
Sí. Tenía mi victoria, pero entonces ¿por qué me sentía tan mal?
Cuando entré a la cocina, no tenía apetito. Me sentía morir y estaba
segura que era culpa de la anemia. Además, Nori aún no me había
llamado por lo del trabajo y ya habían pasado varios días desde que le
dejé mi currículum, lo que podía significar que:
a) No quedé en el trabajo.
b) Ha estado muy ocupada.Esperaba que se tratara de lo segundo. Había decidido dejar lo que
quedaba de mi dinero para emergencias y medicamentos para combatir
la anemia.
Nate estaba sentado en la mesa de la cocina, sostenía un tazón de
café en una mano, pero no podía ver lo que había en su interior, bien
podría tratarse de sangre. Aunque, también era cierto que una vez lo
había visto comer panqueques. Mis panqueques.
—Juro, no entiendo por qué las estudiantes de hoy creen que se ve
bien usar más de una calceta por pie.
Di un vistazo a mis piernas, usaba bucaneras azul marino, como
todas las niñas de mi escuela. No le veía lo malo.
—Es la moda.
—Ya, pero yo pensaba que no te gustaba ser como el resto.
—Porque no lo soy.
—Sin embargo, te vistes como si lo fueras.
—¡Qué esperabas!
—No lo sé, sorpréndeme.
—Seguro, pero tendrá que ser otro día, ahora debo irme.
—¿Cómo diablos vas a ir a la escuela si está por bajarte el período?
No se supone que antes deberías comprar unos tampones o ¿algo así?Mierda... Esto era sórdido.
—Tú... —le advertí apuntándolo con el dedo.
—¡Era una emergencia! Además, no es para tanto, lo veo todo el
tiempo.
—¿Y cómo se supone que lo ves? O es que me perdí la parte donde
el vampirismo incluía visión de rayos X.
—Por el olor, Mica. No hay manera posible en que un vampiro
pueda pasar desapercibido ese aroma. Es como poner chocolate en la
punta de tu lengua y luego arrancártelo sin que le puedas dar la probada
decisiva. Traduce ese sabor al sentido del olfato, es un olor penetrante,
se te queda en la nariz durante horas.
«Sabelotodo», pensé. Estaba segura que me estaba tomando el pelo.
Llegué a clases a buena hora, nada de atrasos, ya le había agarrado el
ritmo a la locomoción, por otra parte, el clima había sido una farsa
total.
Había salido de casa hecha una bala, no es que tuviera demasiadas
opciones. A no ser, claro está, que me gustase oír charlas del tipo Sé
cuándo menstruas porque puedo olerlo. Apostaría todo a que Becca jamástuvo que escuchar de parte de Edgard semejante cosa. Claro que no,
Edgard era un caballero.
A la segunda hora del día, comenzaron los retorcijones. Estúpido
Nate con su olfato súper desarrollado. Esperé que sonara la campana y
corrí al baño.
Me había manchado.
Había leído que cuando te da anemia no te baja el periodo.
Evidentemente no se debe confiar en Google.
Era, por supuesto, algo que debería haber previsto: ningún vampiro
capaz de oler tu sangre a kilómetros, podría pasar por alto esos días del
mes. Y, Dios, había sido tan estúpida para no pensar en eso. Tendría
que comprar algún desodorante ambiental quién sabe, tal vez los
antitabaco. Pero la cuestión era, que estaba viviendo con un vampiro.
Lo único peor que eso sería que él intentara probar... Y no creía que
pudiera pasar por ello.
Oh, por todos los cielos.
Debí haber pasado a la farmacia, pero claro, yo era la reina de las
orgullosas, no había querido hacer caso a Nate y ahora estaba pagando
por ello. Me merecía pasar vergüenza.Me encerré en un cubículo y llamé a María José por teléfono, pero
no contestaba su móvil. Al final, esperé que se desocupara el baño y
con mi cara roja de pudor, le pregunté a una chica que había quedado
rezagada del resto de sus compañeras si tenía un tampón o toallas
higiénicas.
—¡Claro! —dijo ella y por el rabillo de la puerta, la vi rebuscando en
su bolso, con esas sonrisas comprensivas que nos damos entre mujeres,
porque a pesar de que podemos ser brujas vengativas, somos empáticas
en esos días del mes.
—Oh, no. Estaba segura que la tenía —me dio una mirada
apenada—. Pensé que la había puesto en el bolso.
—No te preocupes —respondí, desde mi patética posición, sentada
en el baño, con la puerta cerrada y la mano estirada bajo ésta.
Observé la pantalla de mi móvil, había un nuevo número grabado
en la lista de discado automático, uno que yo no había guardado.
Exactamente, quince minutos después, lo sé porque los conté,
alguien llamó a la puerta de mi cubículo. Fue un golpe suave, tranquilo,
con seguridad; el golpe de alguien que no tiene prisa y que sabe
perfectamente por qué está ahí.
—Déjalas abajo.Nate dejo salir un suspiro frustrado y por debajo de la puerta, los
casi veinte centímetros que la separaban del suelo, observé un par de
piernas enfundadas en tela inclinándose. Oh, no. Di ninguna manera
iba asomarse.
—Quédate donde estás —ordené, pero él no hizo caso. Así que, en
efecto, estábamos atrapados en esta estúpida posición ¡absolutamente
denigrante!: Yo sentada en el wáter, él de rodillas en el suelo, al otro
lado de la puerta, intentando observar. Solo me había quedado en el
baño porque con el pasar de los minutos, el flujo había aumentado y en
resumen, tenía una mancha del tamaño de un mapa mundial en la parte
trasera de mi único jumper.
—No es divertido de esa manera.
—Podrías haber saltado la puerta, lo sabes.
—Otra vez, no sería divertido. Desde esta posición tengo una vista
privilegiada.
Junté más las piernas, solo por si acaso. Él resopló antes de poner
los ojos en blanco y desaparecer, lo siguiente que supe, es que Nate
había arrancado la puerta.
—Como dije antes, la diversión está sobreestimada.
«Seguro»—No tienes que hacer gran cosa de esto. Créeme, lo noté
inmediatamente sin necesidad de mirarte atrás...
¿Por qué no podía solo pasarme las malditas toallas y largarse?

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