Vida Humana

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Existía más de una razón por la que no le presentaba mis novios a
mamá. No era que saliera con muchos chicos, en realidad Lucas era el
primero. Sino que en mi familia, existían serios problemas de
confianza, mamá casi nunca se encontraba en casa y por último y más
importante, ella era el tipo de mujer que hacía que los tipos de cualquier
edad voltearán a verla.
Sin duda, mamá jamás prestaría algún tipo de atención especial a
alguno de mis novios. Existen códigos que ni siquiera ella sería capaz
de romper. De cualquier manera, no era bonito saber que el chico con
quien sales estaba en casa solo para mirar a tu madre, y la cuestión es
que yo quería que eso—lo que sea que eso fuera— funcionara.Llevábamos dos meses y medio de relación, y esta vez era en serio; y
para mi sorpresa, estar con Lucas no había resultado ser el infierno que
temía. En realidad era todo lo contrario.
Ahora bien, la primera vez que nos besamos se sintió rara. Su boca
era suave, húmeda y por alguna extraña razón me recordó a la textura
de los pollos. No los que traen plumas, sino los que venden crudos en
los supermercados. Supongo que el hecho de haber sido el primer beso,
influyó en que lo sintiera así.
Novata.
Pero la práctica hace al maestro y la etapa de los besos con textura a
pollo muerto había pasado. Así mismo, lo que comenzó como una
mentira había dado lugar a una relación bastante prometedora.
Yo le gustaba. Y cuando no me lo recordaba con sus palabras, lo
demostraba con su cuerpo. Lucas parecía ignorar una indiscutible
realidad: yo era diferente al resto de nuestros compañeros de clases y
era bastante difícil no darse cuenta del cómo los demás me miraban
con desdén, o sonreían burlescamente. O quizá Lucas sí se percataba
del bullying silencioso del que era víctima, pero lo disimulaba muy bien.Me gustaba esa parte de él. A su lado no era el bicho raro, ni
tampoco una octava maravilla del mundo. Con él me sentía yo, y eso
estaba bien, porque no había más que eso: Yo.
Como Yania se empeñaba en decir: no era fea. Claramente jamás
sería Miss Universo, ni tampoco saldría en el anuario escolar como una
de las más bellas. Pero no estaba mal. La única razón por la que me
encontraban rara, era debido a un grupo de idiotas que me
descubrieron en una de las premieres de Henry Ploter, un par de años
atrás. Y... bueno, no hubiese sido tan grave si en esos momentos no
estuviera haciendo un cosplay de maga. De todos modos, aquello era
cosa del pasado. Aunque no podía negar que, aunque improvisé mi
disfraz con una túnica y una varita cualquiera, lograba un efecto
bastante realista en mi caracterización.
De cualquier manera, las personas en general, eran bastante
hipócritas con el tema del fanatismo. Quiero decir, si vas por la calle y
ves a un chico con una camiseta negra de letras amarillas que dicen:
Nirvana. ¡Ya! Él es cool, porque sabemos que Kurt Cobain es
prácticamente una leyenda, pero intenta usar una que diga: Mago en
Entrenamiento o Muérdeme.
Sí. Lo sé. Muy mala idea.—¡Llegué! Hola... —avisé, sabiendo que nadie contestaría. No tenía
el poder para ver el futuro, en realidad el único poder que tenía era el
de ahorrar dinero para invertirlo en literatura. Sin
embargo, en
ocasiones la esperanza es todo lo que tienes y no me parecía malo
desear que por alguna vez mamá estuviera esperándome en casa y me
preguntara “¿Qué tal estuvo tu día?”.
Cada vez que cerraba la puerta tras de mí, no podía evitar mirar
hacia la escalera a mi derecha. Siempre imaginaba a mamá bajando para
saludar. Era un acto absurdo, pero tan mecánico como inevitable.
Suspiré por mera costumbre.
—Bien, iré a comer —con el correr del tiempo había desarrollado la
habilidad o mejor dicho, la necesidad de hablar sola. No es que fuera
esquizofrénica, créanme en algún momento de verdad me lo planteé, a
veces me preguntaba si valía la pena mantener conversaciones en voz
alta. No es que esperara una respuesta o algo así. Una cosa era hablar
sola y otra muy distinta era oír voces en tu cabeza. No había llegado a
ese punto... aún. En fin, la casa era grande, la sentía tan vacía y fría,
que me provocaba escalofríos.
A falta de mascotas, no me quedaban muchas opciones. De hecho
tenía un hermano mayor, Rodrigo; de veintitrés años, estudiante deingeniería en sonido, creyente acérrimo de que algún día formaría su
propia banda, yo no le veía futuro en eso. Más que nada porque se lo
pasaba todo el día encerrado en su cuarto jugando World of Warcraft.
Era un total idiota procrastinador.
Freí unos huevos y calenté en el microondas los restos de arroz que
habían sobrado del día anterior. Horas más tarde, casi entrada la noche,
había escuchado a Rodrigo salir. Siempre lo hacía. Con mamá fuera de
la casa la mayor parte del tiempo, no teníamos límites, salvo los que
nosotros mismos nos autoimponíamos. Al final, había cerrado mis ojos
y me había dedicado a contar ovejas. Estaba agotada emocionalmente,
incluso para leer.
Con el correr de los días, me vi obligada a tomar una decisión que
había roto mi corazón: mantendría la, eh... relación con Lucas en
secreto.
Ya había notado que la gente nos miraba mucho cuando estábamos
juntos y no quería eso para él. Exponerlo al rechazo del resto era un
acto egoísta. Por mucho que odiara los discursos de mi padre, desde
pequeña me habían enseñado a no herir, al menos no intencionalmente.
Y Lucas era carne fresca para los coyotes. No solo había llegado amitad de semestre en su último año de colegio, sino que también salía
con la rara de la clase.
Como sea. Independientemente de si se adaptaba fácil o no,
exhibirlo me parecía malo, un acto inhumano; no sé si un sacrificio
social, porque esas cosas me traían sin cuidado. Aun así, le había
pedido que mantuviéramos lo nuestro en secreto.
¿Y la verdad? me hirió la rapidez con la que había aceptado el trato.
Sin embargo, fuera de todo pensamiento paranoico, Lucas era genial
en muchas formas. Incluso diferente a los demás, sobre todo cuando
estábamos solos. El modo en que me besaba y tocaba. Rayos, eso hacía
que me olvidara de todo.
El poco tiempo que le robábamos a nuestras horas de sueño para
estar juntos nunca era suficiente. Lo más difícil era afrontar cada día
sabiendo que solo lo tendría para mí cuando las horas hábiles pasaran.—Tienes que estar bromeando —escupió Yania con irritación
cuando le conté la verdad sobre Lucas y yo. Entendiendo por verdad el
admitir que me había inventado un novio y luego confesar que apenas
dos meses atrás habíamos comenzado a salir de verdad, solo para
añadir después que actualmente estábamos llevando nuestra relación en
secreto. María José Ellery, mi otra mejor amiga, había sido mucho más
comprensiva, probablemente porque a ella no le mentí en primer lugar.
En el fondo, preferiría no habérselo admitido, nunca. Pero lo hice
más que nada, porque Yania le estaba tomando una aversión insana a
mi novio, ya que aún cargaba en su mente la imagen de mi Lucas
besando a la rubia natural. Sin embargo, qué otra cosa podía hacer,
Yania era así... tenía esta fascinación por hacer notar los errores o
defectos de los demás. Hábito que la imposibilitaba para la autocrítica y
la reflexión de sus propios problemas.
Quizá de esa manera ocultaba sus inseguridades. Sin embargo, al
verla con ese color chicle o purpura deslavado con el que se tiñó el
cabello, y además, llevarlo cortado como un plumero, destruía cualquier
teoría sobre su fisiología sicológica, porque ¡por favor! hay que estar
bastante segura de uno mismo para salir así a la calle.—Necesitas ayuda profesional —había dicho ella para dar el tema
por cerrado. Continuaba enojada, pero lo superaría. Estaba segura de
eso.
Como sea, todo marchaba bien y ya no me preocupaba seguir
ocultando la verdad con mentiras. Eso que dicen sobre la verdad que te
hace libre, parecía ser cierto.
A su vez, Lucas y yo congeniábamos perfectos. Resultó ser que él
era un excelente amante. Bien, esto último no era exactamente cierto,
pero era lo que Lucas pensaba, y no quería mancillar su orgullo con una
verdad tan fea. Lo mismo ocurría con la versión oficial que manejaban
mis amigas, una verdad a medias. Les había dicho que él besaba bien.
Para Yania, María José y también mi familia, yo seguía siendo virgen, y
seguiría siéndolo hasta el matrimonio. Admitámoslo, es lo que todos
los padres quieren oír...
En realidad solo nos habíamos acostado una vez. ¿La ocasión?
Celebrar el segundo mes de relación. Ninguno tenía experiencia en esa
área y el poco tiempo que había durado nuestra primera vez no fue
grato para ninguno de los dos: sus movimientos fueron torpes,
apresurados y bruscos. Sudaba y temblaba un montón... Ni hablemos
de mí.Y dada la pésima experiencia, no tuve muchas ganas de volver a
intentarlo. No durante lo que quedaba del mes, al menos. Desde
entonces no habíamos sacado el tema a colación.
Ya estábamos a veintiocho de Septiembre. Cinco días, cuatro horas
y nueve minutos habían pasado desde que habíamos quedado en
juntarnos en el cine para ver una película de terror. Di un vistazo a mi
ropa, para asegurarme de que no me había puesto zapatos de juegos
distintos al salir corriendo de casa.
Incliné mi cabeza, traía mis converse habituales y el resto, pues, no
había mucho que mirar. Estaba nerviosa así que opté por vestir con
ropa cómoda: jeans negros y un sweater gris. Estábamos en pleno
invierno, lo que en Valdivia significaba que llovería a cántaros, así que
me había arriesgado a traer mi preciosa bufanda de mago.El cine estaba repleto, una fila de sobre veinte personas bordeaba la
cafetería ubicada a un lado de la insignificante cinta que separaba las
salas de cine de la boletería.
Ansias locas barrieron con mi estabilidad al observar la hora en mi
reloj: seis con cinco. Acordamos que sería a las seis con treinta, pero
comencé a prepararme a las cuatro de la tarde. Los nervios pueden
hacer que rompas cosas o derrames el café sobre la ropa, así que preferí
hacer todo con anticipación y la anticipación me llevó hasta el cine media
hora antes.
«Genial, esto era simplemente genial».
Cuando por fin lo vi llegar, no pude evitarlo y terminé tragándome
el nudo con tamaño de bola de tenis que se había formado en mi
garganta. Era eso o colgarme a su cuello.
Lucas traía puestos unos vaqueros oscuros, casi negros y una
camiseta gris remangada hasta los codos. Un paraguas negro colgaba de
su brazo. Mi primer pensamiento fue que se veía absolutamente
comestible, el segundo fue que vestíamos del mismo color.
Mi corazón brincó y me asusté. Habían pasado dos meses desde que
habíamos iniciamos nuestra relación-penitencia. Él prefería lo primeroy últimamente, también yo. ¿Qué puedo decir? Mi expiación era
jodidamente placentera. O solía serlo.
Además, aunque Lucas mostraba señas de disfrutar lo nuestro,
seguía sin querer darle nombre, o tal vez él asumía que éramos "algo" y
era yo quién se estaba rebanando los sesos intentando entenderlo.
—Llegas temprano —dijo desviando su vista de mi rostro al móvil
que descansaba en su palma.
Pestañeé, un gesto horrible que se repetía un montón cuando estaba
nerviosa. No era como pestañear rápido, sino todo lo contrario como si
mis parpados se pegaran o les diera un maldito calambre. En resumidas
cuentas, yo pestañeaba jodidamente lento. Y Lucas lo notó.
—También tú —repuse, antes que él dijera algo relacionado con mi
nerviosismo. Después de todo, había estado dando vistazos a mi móvil
cada cinco minutos, eran las seis con quince. Él no había llegado lo que
se diría tarde, la película iniciaba un cuarto para las siete y acordamos
llegar quince minutos antes de que empezara.
—Culpable —me sonrió, ladeando su rostro levemente mientras
arqueaba una ceja sugestivamente—. Quería verte, no solo hoy, sino
toda la semana.Me sentía igual, pero luego recordé lo distante que había estado en
la semana.
—No es lo que me pareció.
La sonrisa de su boca desapareció y sus labios adquirieron un rictus
serio.
—No es fácil hablar con “alguien”, cuando ese “alguien” se pasa la
mitad del día huyendo de ti.
—¡No huía!
—Claro que no —se había cruzado de brazos mientras me veía
serio—. Solo te sientas al otro lado del comedor. Muy maduro,
señorita.
—Oye, cálmate un poco. Que te sientes en la mesa de esos tarados
no me lo pone fácil.
—¿Tarados?
—Disculpa, me expresé mal. Son solo tipos que hablan de perseguir
una pelota, mientras un par de rubias teñidas asienten como si
entendieran. ¿Cómo podrían serlo?
—Bueno son parte del equipo de fútbol de la escuela. No puedes
referirte así de ellas solo por tener buen gusto. Espera un momento
¿Estás celosa?Atónita, me tragué una maldición. Esta vez, ni siquiera pestañeé con
dificultad, porque ya no quedaba nerviosismo en mí, solo rabia.
—¿Eso piensas de mí?
Los ojos de él se desviaron a mi derecha, seguí su mirada, un grupo
importante de personas se había formado a mi espalda, mayormente
mujeres, probablemente esperando la función.
Lucas tomó mi mano entre las suyas y me arrastró hasta las escaleras
junto al baño de damas. Era la primera vez que lo hacía en público y
era una lástima que fuera en esta situación,
Qué absurdo que ese simple contacto se sintiera tan íntimo después
de todo lo que habíamos compartido.
—Esto de llevarme a sitios oscuros se te da bien —bromeé,
intentando quitarle la tensión al momento, pero en cuanto las palabras
salieron disparadas de mi boca, supe que había sido un error garrafal.
La cara de Lucas lo decía todo.
—Al parecer no.
Sabía lo que quería decir con eso, se refería a nuestra última vez
juntos.
Al sexo.Me miró triste y avergonzado. Lucía como un niño pequeño que se
ha perdido en el supermercado. Maldición, ¿Cómo diablos lo hacía?
Otro mohín de esos y no me haría responsable de mis actos.
Ahí de pie con su pecho subiendo y bajando con algo parecido al
miedo, supe que lo podía perder. Más bien... Que no lo podría retener.
No me pregunten cómo, solo lo sabía.
Era como tener la certeza de que en realidad nada te pertenece.
Nada es completamente tuyo. Ni mis padres, ni mis amigas, ni siquiera
él. Me rebelé contra ese pensamiento y me aferré a la esperanza.
—Lucas... —Quería excusarme. Quería decirle algo que se oyera
lógico, razonable, cualquier cosa que lo hiciera permanecer a mi lado.
Sin embargo, no conseguí terminar, porque...
—¡Gracias al cielo! —, de repente tenía sus manos asidas a mi
cabeza y su boca obstruyendo la mía.
¡Tan de película!
El beso empezó rudo, como siempre. Tal vez un poco torpe pero
después de que el nerviosismo se diluyera, el gesto se tornó más
enternecedor. Era un gesto más sincero y menos impulsivo.
—Miki, perdóname —volvió a besarme—.He sido un idiota —otro
beso—. No debí presionarte. ¡Maldición!, no debí apurar las cosas.Su boca descendió hasta rozar mi mandíbula.
—Fui un estúpido. Estábamos tan bien.
—Lucas —su lengua realmente era capaz de provocarme
escalofríos.
—¡Lucas, mírame! —pero él seguía besándome. Atacar mis labios
era una mejor alternativa, a la opción de enfrentar mis ojos.
Tomé su cara entre mis manos, mis dedos punzando en su
mandíbula y lo forcé a mirarme.
—Estamos bien ¿Me oyes? Nada ha cambiado —añadí con
determinación. Podría apostar a que no me creyó. Sin embargo, fue
bastante bueno en disfrazarlo, ya que me regaló una sonrisa cargada de
alivio y besó mi frente.
—Vas a desear pasar conmigo esta noche — dijo minutos más tarde
con sus labios besando mi oído en medio de susurros, mientras nos
instalábamos en las butacas del cine. Por fortuna, nuestra pequeña
discusión había sido más breve de lo que pensé. Supongo que decir que
algunos minutos se hacen eternos es una exageración, pero de que se
hacen largos, se hacen largos.
—Sucio —bromeé, observando el título de la película en la pantalla.
Ocaso.—¿Yo? Pero si no he dicho nada.
—¿Qué hay sobre “querer pasar la noche contigo”?.
—Muy bien, ahora quién es la mal pensada. Yo me refería a la
película. Esteban me advirtió que era bastante explícita, por eso
imaginé que desearías tener compañía esta noche.
—Sí, claro.
—De hecho, él usó la palabra “Gore”.
Le di un codazo justo cuando un par de chicas en el cine comenzaba
a gritar, pese a que la pantalla continuaba con el título en ella. Bueno
eso y un montón de pinos tras las letras que rezumaban misterio.
Le di una mirada rápida. El muy canalla estaba partido de la risa.
Vale, puede que tuviera razón. Si con solo ver el nombre de la
película gritaban de ese modo, no quería ni imaginar el resto.
Aferré mis manos a su brazo y lo escuché suspirar complacido.
—Juro que no te vas a arrepentir — me advirtió con un deje de
satisfacción. Y tenía razón. Yo no lo había hecho. El único arrepentido
fue él.
Supongo que en ese momento, debería haber sabido que las cosas
no acabarían bien, pero no lo intuí. Estaba demasiado absorta
observando la película y claro, también al protagonista: Edgard Clutter.Y así fue como Stephanie Moyer arruinó mi vida.
Una semana después de ver Ocaso, Lucas me regaló el libro. Al día
siguiente ya lo había terminado y gracias a mi personalidad saga-
adictiva, había llamado a Yania para que me prestara Luna Llena, la
segunda parte de la saga. Esa misma noche lo terminé y, aunque era
noche de colegio, a las 4:00 am conversaba con mis dos amigas por
Skype sobre las teorías del tercer libro que aún no tenía nombre.
Decir que me había gustado el libro era quedarse corta. Había sido
como una de esas revelaciones místicas, como ver la luz —o como diría
Enrique Iglesias— una experiencia religiosa.
Ese mismo fin de semana organizamos una pijamada para conversar
sobre Ocaso, pero terminó con Yania y María José actuando como la
inquisición. Se me había ocurrido la maravillosa idea de actualizarlas
sobre Lucas y yo. Ambas estaban de acuerdo en que debía exigirle que
le diéramos un nombre a “eso” que teníamos. Yania, por un lado,
insistía en que Lucas prácticamente me había forzado a tener sexo, lo
cual es una completa estupidez. Puede que no haya estado lista, pero no
me había forzado. Por otro lado, yo también quería darle un sustantivo
apropiado a lo nuestro y dejar de llamarlo “eso”.Para el final de la noche habíamos acordado que:
Habían 65 diferencias entre el libro y la película de Ocaso, y aunque
Robert Paterson era muy guapo, no era Edgard Clutter.
No puedes hacerte la manicure antes de irte a dormir, se arruinará
irremediablemente.
La fiesta de alianzas del liceo era la ocasión para definir mi relación
con Lucas.
Lamentablemente, en la vida uno propone y ella dispone... Y ese
día nada sucedió como lo habíamos dispuesto.

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