Bienvenida Realidad

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Tras llegar a casa, después de aguantar un horrible viaje en bus, cuyo
chofer parecía estar más pendiente de terminar de fumar su cigarrillo
que de respetar las normas del tránsito, me apresuré en tomar una
ducha y ponerme el pijama.
Lo sé, ninguna persona normal se iba a dormir tan temprano,
entendiendo que apenas eran las seis de la tarde, pero he repetido
muchas veces, yo no era normal, ni quería serlo.Sin nada más que hacer, luego de haber terminado los deberes de
química, mi estómago hizo un sonido familiar, y un poco vergonzoso.
Hambre, como si esto fuera algo de qué avergonzarse, era una
necesidad primaria. Robar y mentir eran actos vergonzosos, que mi
estómago sonara, bueno, tal vez lo era pero solo si lo hacía en público.
Sin embargo, estaba sola en casa y nadie me haría algún comentario por
el rugido de mis tripas.
Mi hermano Rodrigo había salido con su novia de turno y mamá,
supongo que también, aunque en el caso de ella era novio. Lo cierto es
que Richard era una especie rara de ser humano que yo aún no
terminaba de asimilar o entender.
Mi improvisada merienda fue mejor de lo que esperaba ¡No había
nada más glorioso que comer con hambre! Sin nada que hacer, subí a
mi habitación, obligándome a no pensar en las palabras de Lucas, pero
fallé garrafalmente en cada intento. Llegué a mi cuarto por inercia y de
la misma forma me dirigí hacia el espejo.Aunque muchas veces he sentido de cerca el terror, nunca antes lo
había sentido por lo desconocido, seres sobrenaturales, espíritus,
etcétera. Los seres humanos ya eran lo suficientemente monstruosos
para sentir pavor ¿Vampiros y fantasmas? Pan comido. Excepto que
ahora, en todo lo que podía pensar era en ahogar el grito de horror que
se esmeraba por escapar desde mi pecho. No tendría por qué temer
mientras no admitiese que me sentía asustada.
Siempre había sido así: «Si no lo digo, no es real».
Si no confesaba que me dolía, pues no terminaría llorando. Eso fue
lo que me mantuvo en pie todo el tiempo que me pasé soportando la
indiferencia de Lucas y en el peor de los casos sus burlas, y fue esa
misma convicción lo que me instó a tocar las marcas en mi cuello.
Repasé más de cerca las heridas, ignorando el temblor en mis dedos.
Estaba baja de azúcar, eso era todo. Una persona escéptica hubiera
pensado que se trataba de una picadura de araña, ya me había pasado
dos veces. Pero esta vez era distinto, lo sabía. No había fiebre ni
picazón en las heridas, lo cierto es que si no fuera por Lucas apenas lo
hubiera notado. Quizás la sensación de resaca me hubiera hecho
sospechar un poco, pero más tarde, mucho más tarde.—Guau —dejé escapar un silbido, mientras tanteaba las pequeñas
punciones, que no eran tan notorias, un par de círculos carmesíes que
parecían derramarse como estrellas, en su centro varios tonos más
oscuros, de todos modos era una suerte que mis amigas no se dieran
cuenta. Aunque, probablemente lo habían hecho y simplemente, lo
habían ignorado.
Sin dejar de mirarme, comencé a repasar, otra vez, los sucesos de la
noche del sábado. No parecía una buena idea y fue precisamente por
eso que lo hice:
Colegio, yogur, cama, en ese orden. Sin embargo, continuaba sin ver
nada. Volví a intentarlo, pero todo en lo que podía pensar era en que
Lucas debía haber estado realmente pendiente de mí, para reparar en
las mordidas de mi cuello.
Porque me habían mordido, eso seguro, no había otra forma de
explicar estas heridas, aunque lo cierto es que no recordaba casi nada;
unos ojos claros, bastante demoniacos de un hermoso vampiro.
Porque tenía que ser un vampiro, incluso cuando los ojos satánicos
pudieran ser parte de un sueño, lo que a estas alturas parecía probable,
las heridas no podían haber salido de la nada.Volví mi atención al espejo; mi reflejo parecía el de alguien enfermo,
lucía demacrada y con una dramática falta de color en las mejillas, lo
que no me sorprendió en absoluto.
Si no fuera porque yo era, ya sabes... yo, incluso dudaría, pero se
trataba de mí y me conocía demasiado. No estaba loca.
Me fui a la cama temprano, sin revisar el correo y apenas resistiendo
el deseo de encender el computador.
Grité, mordí y pataleé, pero no importaba lo que hiciera era incapaz
de escapar de las garras de un psicópata que se entretenía mutilando mi
cuello. ¡Despierta, despierta, despierta! No fue hasta que abrí los ojos
que pude dejar de gritar, solo para dar paso a un llanto desgarrador e
infantil. Me pasé el resto de la semana teniendo pesadillas igual de
intensas, dolorosas y cada una más vívida que la anterior.
Decidí contarles a mis amigas sobre los sueños que me acosaban,
desde que Yania muy apegada a su forma de ser, comenzó a hacer
bromas crueles sobre mis “tatuajes” en el cuello.
Si no creían en la veracidad de mis cicatrices, mucho menos
confiarían en que por las noches un extraño de ojos grises me visitaba
en la alcoba. Yo misma no terminaba de creerlo, pero el dolor y su risa.
Todo eso no podía ser inventado.Desde el salón, asomé la cabeza hacia el pasillo, casi esperando que
alguno de los jugadores del equipo de fútbol apareciera de repente para
gastarme alguna broma maliciosa. Habitualmente, eran en referencia a
los vampiros o algún comentario sobre mis pechos, daba igual. Por
desgracia, ser la rara de los vampiros no me hacía invisible antes los
ojos de los hombres, solo les sumaba repertorio para sus burlas. Aun
así, al final del día, seguía siendo un par de tetas y piernas largas en su
lista por conquistar.
De hecho, conquistar era una palabra demasiado linda para el
término que ellos usaban, pero yo era una señorita después de todo.
Las palabras que ellos decían no se verían bien en mis labios.
Por fortuna el área parecía despejada, lo que no debería
sorprenderme dado que era viernes y a diferencia del resto del mundo,
no tenía ningún jodido panorama... al menos no uno diferente al de
leer fanfiction o alguna novela romántica.
La mayoría de los alumnos de la escuela, para ser más precisa, la
mayoría de los alumnos del universo parecían encontrar cierta
entretención en conseguir escabullirse más temprano de clases los días
viernes. Como si las fiestas fueran a empezar a la una de la tarde.
Idiotas.Dicho así, podría parecer una resentida social y lo cierto es que,
nunca me disgustó que se marcharan temprano, si eso no significara
quedarme ordenando las mesas del salón, sola... obvio. Pero este
viernes en particular, habíamos votado para elegir al encargado de aseo y
orden nivel aulas. Incluso mis amigas votaron, espero que no por mí. Sin
embargo, si es que lo hubiesen hecho, jamás podría culparlas, se trataba
de ellas o yo. Si la situación hubiera sido a la inversa probablemente
hubiese hecho lo mismo. De hecho, lo hice en más de una ocasión.
Observé el reloj en mi móvil y gemí de disgusto al ver la hora, eran
las tres de la tarde, retiro lo dicho, quedarse sola después de clases era
una jodida mierda. Y odiaba a mis amigas por abandonarme. Llevé de
mala gana la escoba al cuarto de aseo donde solíamos enrollarnos con
Lucas antes de romper. Si antes adoraba el lugar, ahora solo me
provocaba punzadas en el pecho. Quizá de rabia o dolor. No sé.
La enorme reja del portón parecía la de una cárcel, sus fuertes
barrotes cubriendo todo la manzana alcanzaban su grosor máximo
justo en la puerta frontal, donde me encontraba yo ahora, dando el
paso que me guiaría a la libertad o en su defecto, a las afueras de la
escuela.
Salí y ahí estaba él.Su cabello lucía más oscuro, probablemente porque estaba
empapado.
Se había duchado.
Por un momento me pregunté qué diablos hacía aquí. No parecía
molesto. De hecho, parecía bastante amigable. No normal, sino
diferente, como me gustaba. Nos miramos lo que me pareció una
eternidad, hasta que finalmente él tomó la iniciativa.
—¿Hola? —preguntó, con actitud infantil y casi idiota.
—Hola —respondí, actuando aún más infantil y más idiota.
—Me quedé a las prácticas de fútbol...—me avisó, como si tuviera
la necesidad de excusarse por estar aquí, por estar conmigo; por
esperarme.
—Ok —Un nuevo monosílabo, pero lo que en realidad quería decir
era: “¡Lo sé, pero eso fue hace tres horas!”
La situación no podía ser más incómoda. Puede que yo no
significara la gran cosa para él, pero él seguía siendo importante para
mí.—Te esperé... —lo dijo tan de golpe que pensé que había sido
producto de mi imaginación, como tantas otras veces, y no fue hasta
que me tomó de los hombros y se acercó hasta mi rostro, que
comprendí que lo había dicho en serio.
—Lucas.
—Shhh.
No me quería callar, deseaba exigirle que me explicara por qué había
cambiado tanto, por qué se había convertido en un clon de sus
compañeros quienes, a su vez, me tenían como carne de cañón; blanco de
sus bromas, malos tratos, prejuicios y, por qué no decirlo, condenas.
Pero también quería que me besara. Recordé nuestra primera cita, lo
mucho que se quejó porque los vampiros de la película en lugar de ser
aterradores, como él se pensaba, resultaban ser seres que brillaban
como princesas cubiertas de lentejuelas. Y sin embargo, no había
dudado en regalarme el libro de Ocaso, a la semana siguiente.
—Las cosas pueden ser mejores —dijo antes de posar sus labios
sobre los míos. Fue algo rápido y un poco torpe, pero cuando me
envolvió en sus brazos no fue torpe en absoluto—. Solo tienes que
volver a ser tú, hacer las cosas que hacías antes...—¿De qué hablas? —pregunté cerrando mis ojos, intentando
relajarme, pero mi cuerpo continuaba tenso.
—De nada importante, Miki... —Ahí estaba de nuevo, mi antiguo
apodo saliendo de sus labios. Por un instante, me pregunté si Becca se
sintió así de bien cuando Edgard la besó por última vez, el día de su
cumpleaños. En el libro parecía ser que él casi había perdido el control,
¿Cómo convirtió ese último beso en algo tan memorable?
No tengo jodida idea, pero este beso compartido con Lucas, podía
ser suave, podía ser corto, pero estaba desgarrando mi corazón, pero
no me importó. De hecho, prácticamente me lo estaba comiendo por
completo. Su aliento calentó la superficie de mi oreja, causando en mí
un incontrolable escalofrío. Era igual que siempre, las mismas palabras,
su mismo olor, el modo en que sus manos envolvían mis hombros, sin
embargo, me pareció mejor, casi mágico.
—Vas a hacerlo bien, ya lo verás.
Sonreí, sin poder decir nada, sin querer decir nada. No quería
estropear el momento al pedirle explicaciones, porque realmente no
entendía qué demonios estaba diciéndome.
—Hey, ¿Por qué lloras?Rápidamente, comencé a secar las manchas saladas que surcaban
mis mejillas. La verdad, no usaba mucho maquillaje, pero la máscara
para pestañas era un complemento fundamental para mis ojos, como la
leche para el cereal.
No debía verme nada guapa.
—Estoy horrible —me quejé, alejando sus pulgares de mi rostro,
que habían intentado secarlo sin resultado.
—No estás tan mal—se detuvo un momento, escrutando mi cara—,
de hecho eres bastante bonita... siempre lo has sido.
—Gracias.
Él me sonrió, pero rápidamente frunció el ceño y se alejó un poco
de mí.
—Sobre lo de antes, hablaba en serio.
—Está bien.
—No, no lo está —negó y una mirada familiar cruzó su rostro. Yo
había visto esa expresión fijarse en sus ojos antes, y no auguraba nada
bueno—. No quiero que sufras.
—¿Por qué lo haría?
Él se pasó una mano por el cabello, revolviendo la humedad que
aún quedaba en él.—Ya sabes cómo son los chicos, no te dejarán entrar al grupo sin
gastarte un par de bromas antes.
¿Grupo? Sonreí.
—¿Y por qué querría estar en ese grupo? —le pregunté, sin borrar la
sonrisa de mi cara. En serio, no entendía.
—¿Por mí tal vez?, ¿No es esto de lo que hemos estado hablando
desde que llegué?
Fruncí el ceño.
—¿Desde qué llegaste? Creí que me habías estado esperando...
Un sutil rubor cubrió sus mejillas.
—Es lo mismo.
—No, no lo es —no lo era en absoluto, Lucas había salido hace tres
horas, incluso antes que el resto de los estudiantes. No podía haber
estado simplemente esperándome. Entonces reparé en su vestimenta,
ni siquiera llevaba el traje del equipo, o el uniforme habitual. Traía unos
jeans y una camiseta blanca que se ceñía a su cuerpo...
Y también traía un chupón en su cuello.—Miki...—suspiró, como si estuviera realmente costándole mucho
escoger qué palabras usar—.La genta habla, la gente comenta sobre ti
todo el tiempo. Solo te pido que actúes normal por un tiempo. ¿Es tan
difícil para ti? ¿Por mí?
Y fueron precisamente esas palabras las que me hicieron trizas por
dentro. Podría haberme llamado con todos los insultos habidos y por
haber, incluso pudo haberme dicho que ya no me quería, pero fingir
que le importaba algo solo para hacerme “normal”.
Eso dolía, demonios cuándo iba a lograr entender que no era
normal, era única.
—¿Algún problema con mi chica?
Lo reconocí antes de girarme. Era la voz de quién me atormentaba
por las noches. Era su risa cínica y arrogante, pero no por eso me
dejaba de gustar.
Se interpuso entre Lucas y yo con un movimiento sutil, calmado, no
de esas intervenciones ensayadas que aparecen en la televisión.
—Te hice una pregunta...—insistió, esta vez levantándolo desde el
cuello, mientras yo intentaba, sin resultados, apartar la vista de sus ojos
grises.—Micaela, amor ¿Estás bien? —preguntó, girándose hacia mí,
soltando el cuello de Lucas.
Quise preguntarle quien era, como conocía mi nombre y por qué le
importaba si estaba bien o no, pero cuando sus brazos me escondieron
en su inmenso torso por medio de un abrazo, todo lo que hice fue
cerrar los ojos y controlar mi respiración, era eso o gritar. ¿Qué estaba
pasando? ¿Cuándo crucé a este mundo alterno de locos?
—Hoy vas a morir —soltó por encima de mi cabeza, la amenaza no
iba dirigida a mí, sin embargo el tono cruel que adoptó su voz me dio
un escalofrío. Lo siguiente que escuché fue el sonido que hicieron los
pies de Lucas al alejarse corriendo.
—Muchas gracias —tartamudeé, minutos después, mientras me
alejaba de su cuerpo y observaba avergonzada la mancha de humedad
en su chaqueta.
Él respondió con un suspiro que fue similar a cuando te aguantas la
risa, pero mientras más me alejaba de su cuerpo, más me hacía
consciente de la realidad.
—¿Quién eres?Llevó una mano hasta su pecho y su boca se curvó en un mohín.
Dios, realmente parecía que se iba a poner a llorar, si ignorabas el brillo
malicioso en sus ojos.
—Mica, Mica. Si no fuera porque tuvimos una noche inolvidable,
realmente podría llegar a sentirme ofendido.
Bien, ahora estaba sonriendo.
—¿Una noche inolvidable? tienes que estar bromeando.
Habría agregado un “no te conozco”, pero sí lo conocía, o al menos
conocía esos ojos crueles.
—¿Bromear?
Sí, definitivamente esa era una sonrisa.
Al final, soltó una carcajada tan agradable que me faltó poco para
unirme a su risa, era demasiado cálida y contagiosa.
—Suelo hacerlo a menudo —la sonrisa abandonó su rostro—, pero
esta tarde no has tenido tanta suerte.
Bien, la amenaza estaba implícita en sus palabras.

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