Conociendo al Vampiro

597 19 3
                                    

A primera hora del día sábado me dirigí hacia la Cafetería de Nori. El
paradero obligatorio si eres joven y vives en mi ciudad. Todas las
paredes estaban barnizadas y vigas de madera entrecruzaban el techo.
No era como Starbucks (no habían en Valdivia), pero hacían unos cafés
deliciosos, sin mencionar que el precio era mucho más adecuado a mi
situación.
—Hola, Mica —me saludó en cuanto entré. Nori era bajita, gordita
y cachetona, muy simpática. Su rostro aniñado podría hacerla pasar por
una estudiante, a pesar de que bordeaba los treinta—. ¿Qué vas a pedir
hoy?
—Lo de siempre.
—Entonces será lo de siempre —acordó y me guiñó el ojo.En realidad, la cafetería no era suya sino de su padre, le habían
cambiado el nombre al local cuando ella nació, ya que antes tenía el
nombre de su abuelo, un hombre cuyo apellido, la verdad, nunca
aprendí a pronunciar.
Una vez que me tendió el cambio, avancé hacia la mesa que siempre
ocupaba y esperé. Era la más alejada de las ventanas, al fondo del local.
No me gustaba que la gente que transitaba por la calle se me quedara
viendo al pasar. ¿Hay algo menos interesante que alguien tomándose un
café?
—Ten —ofreció Nori, dejando el café helado sobre la mesa. No era
tan sofisticado como un Capuchino o un Moka, pero para mí era el
cielo.
—Gracias. Eres un sol — ella puso sus oscuros ojos en blanco y
acomodó unos panqueques junto a mi copa—. ¡Sabes que lo eres! —le
insistí, pero ella ya estaba lejos.
Me encantaba venir acá, era el único lugar donde no me sentía la
desadaptada que todos decían que era.
Los fines de semana, se llenaba de grupos alternativos,
especialmente otakus. No tenía nada contra ellos, pero prefería venirmás temprano. Había ocasiones donde eran demasiado efusivos y
terminaban bailando en los pasillos.
Así que, aquí estaba yo, bebiendo mi rico batido y tratando de
digerir un gran trozo de panqueque cuando lo vi pasar.
Al otro lado del ventanal, con un chaleco gris y una gorra de béisbol
negra, estaba mi vampiro.
Pasó tan rápido que apenas lo vi.
—¡Nori, vuelvo enseguida! —grité con la boca llena de panqueque a
medio digerir, mientras salía volando de la cafetería.
En
aquel
momento,
me
sentía
eufórica,
esperanzada,
completamente loca. Luego caí en cuenta y observé el cielo: un
monstruoso sol se cernía en medio de él. Nada de nubes y, por
supuesto, nada de noche. Hasta ahí duro mi esperanza.
Qué estúpido. Era imposible que fuera mi vampiro. Todo el mundo
sabe que los vampiros reales no caminan bajo el sol, salvo los de Ocaso,
esos caminan a la luz del día, pero brillan. El tipo que yo había visto
pasar a través del cristal no brillaba.
Pero estaba, casi segura de haberlo visto.
«¿Dónde te metiste?»Unos minutos más tarde y ya resignada a no encontrar ni una sola
pista de él, me dispuse a caminar todo el trayecto de vuelta hacia la
cafetería.
Qué bajón. Estaba segura que era él, con o sin sol.
Mi vampiro de bajo perfil seguía sin querer mostrarse. No entendía
por qué continuaba en ese plan ¿Sería este algún tipo de juego mental?
«Me ves. Ahora no me ves»
Lo dudaba, y de ser así, esperaba que alguien le dijera que era
pésimo escogiendo pasatiempos. No tenía gracia. Mientras que
caminaba por la vereda aproveché de meditar mi situación actual.
Quiero decir, ya habían pasado un par de meses desde que Lucas y yo
habíamos terminado.
Era extraño pensar tanto en alguien que apenas conocía. Decidí que
por lo menos debía ponerle un nombre, algo con personalidad, original.
Algo como Edgard o Ramon Salvador... En eso estaba, cuando de
repente, al otro lado de la calle divisé una silueta oscura. Una sombraque el Sol se negaba a dejarme identificar. Puse una mano en mi frente,
protegiendo mis ojos de la luz, únicamente para encontrarme con que
en lugar de un vampiro se trataba de un maniquí que estaban
introduciendo en una de las boutiques.
Para cuando llegué a la cafetería, me sentía ridícula, frustrada y
hambrienta.
¡Había estado tan cerca!
—Lo siento —me excusé cuando pasé por la caja en dirección a mi
mesa. Nori me sonrió tendiéndome una bandeja con mi café helado.
Supe de inmediato que lo había reemplazado por uno recién preparado
y que los panqueques habían sido recalentados.
Esa última visión aligeró mi humor.
—No te preocupes —dijo—. ¡Ah! Eso sí, tendrás que usar otra
mesa, la tuya fue ocupada.
Fruncí el ceño y asentí recibiendo la bandeja, ya que mi estómago
comenzaba a protestar.
Nada me salía bien. Mi vampiro no era vampiro y ahora mi mesa
estaba ocupada. A nadie le gustaba esa mesa. Nori decía medio en
broma que la había cargado con mi energía negativa. Pero la verdad era
que estaba demasiado escondida del resto. En un restaurant más formalla gente podría querer privacidad, pero en una cafetería como la de
Nori todo el mundo quería estar cerca de la barra de postres.
Avancé hacia donde solía sentarme con la intención de ubicarme en
la segunda mesa más alejada. No sería lo mismo, pero era mejor que
nada.
Estaba arrastrando la silla, para sentarme en ella cuando lo vi. Era él
¡Era él! El vampiro de la noche anterior. Su mandíbula imposiblemente
definida y esa presencia arrogante, me habían acosado todo el santo día,
definitivamente era él.
¡Era él!
—¿Tú? —solté con más rudeza de la que hubiera deseado. Mi idea
era sonar indiferente y ¿por qué no? También algo indignada. Sin
embargo, mi intento se fue a la basura ya que terminé tambaleándome
al maniobrar la copa llena de café helado y crema en una mano y mis
panqueques en la otra. Diablos, por poco y los perdía, pero mi reacción
ante la sorpresa fue suficiente estímulo como para derramar lo que sea
que tuviese a un radio de cinco mesas. Claro, suponiendo que me
desmayara y rodara por el piso.
Muy lentamente mi vampiro alzó el rostro. Lo primero que busqué
fueron sus ojos, bajo su gorra. Pero los llevaba cubiertos con unas gafasoscuras. Asumí que las usaba con el fin de ocultar el anómalo gris-
blanquecino de sus ojos.
—¿Me estás siguiendo? —dijimos ambos a la vez.
—¿Qué? —exploté.
—Esto es mucha coincidencia.
De hecho, él tenía razón. ¿Qué probabilidades había de que justo
entrara a esta cafetería y se sentara precisamente en mi mesa?
—¿Cómo me encontraste? —Esta vez, su voz fue como una hoja de
afeitar en mi piel. Se me tensaron los músculos—. No sé cómo lo
hiciste, pero no te conviene seguirme.
Mentiroso, estaba segura de que él había ocasionado este encuentro
adrede.
—¿Seguirte? —en cuanto dije eso, el perfecto arco de su ceja se alzó
en una muda pregunta.
—No necesitas ponerte paranoico. Toma mi mesa, no la necesito.
—No me digas... —repuso, dejando el tazón que mantenía en sus
manos sobre la mesa—, ¿Te refieres a esta? —Señaló con su índice la
superficie de madera, la habían barnizado lo justo y lo necesario, para
que no perdiera su estilo rústico—. ¿En serio es tuya?
Sacudí mi cabeza.—Solo la tomé como mía porque a nadie le gusta. Así que todos los
sábados, ese es mi lugar, aunque también vengo los miércoles para
meditar y estar tranquila ¿sabes?, a veces una solo necesita un sorbo de
café en el lugar adecuado para pensar sobre... —noté que él me miraba
con una ceja arqueada, tragué nerviosa—, uhm cosas.
—Hablas mucho, ¿te lo han dicho?
—Me dicen un montón de cosas, como por ejemplo, “No soy
vampiro. Sin embargo me luzco y actúo como uno.”
—Vaya, además de parlanchina, graciosa.
—No te ves como si te causara gracia.
—Contractura de la musculatura facial. Nada grave.
—¿En serio?
—Ajá, tensión, estrés, defecto de nacimiento, llámalo como quieras.
Asentí lentamente, intentando lucir convencida, la situación era tan
inconcebible. Él estaba hablando de estrés. Tenía a un vampiro
hablándome de estrés...
En nombre de Dios ¿De qué diablos hablaba? ¿Qué defecto podría
ser tan perfecto? ¿Qué estrés?
Mientras pensaba en una respuesta lo suficientemente sagaz que le
dejara bastante claro lo que pensaba de sus dichos, que era básicamente¡Jódete!, él se estiró en la silla, como probándome su punto, o más bien,
lo irracional de éste. Todo el ancho de su espalda reposando en el
respaldo.
«Dios bendito».
Quedé boquiabierta ante la imagen de él pasando los brazos por su
pecho y luego cruzándolos entre sí, estirando la tela de su sweater.
No, no me quedé viendo. Lo que hice fue comerlo con la mirada.
—uhm, ¿Todo bien?
Asentí con la vista fija en los músculos que se marcaban en su pecho
bajo la prenda gris de cachemir. Vestido así no parecía vampiro.
—Pareces satisfecha, como si hubieras comido mucho y necesitaras
de una siesta para reposar.
No lo estaba. Lo que hacía era babear mentalmente...
Alcé mi vista hacia su rostro, su boca se ladeaba en una curva
perspicaz y podría apostar a que tras el cristal, sus ojos también
sonreían.
Estúpido vampiro pedante. Sí, me lo había comido con los ojos,
pero tampoco era para tanto y ciertamente, no necesitaba de una siesta
para reponerme, ni que fuera Edgard Clutter.—Nada que ver. Oye y ¿De qué nacimiento estaríamos hablando?
¿Antes o después de que te volvieras un chupasangre?
—Baja la voz.
—¿Por qué? —Deliberadamente hablé más fuerte—, después de
todo no eres un vampiro —abrí demasiado la boca para decir esa
última palabra—. ¿Por qué te preocupas?
—Para empezar, quien te oyera podría tomarte por loca. Si quieres
otra razón, comienzo a pensar que eres tú la que provoca todo mi
estrés. Me incomodas.
—Dime algo que no sepa.
Sus ojos repasaron mi cuerpo de forma fugaz, como si no hubiera
mucho que mirar.
—No luces nada vampiresa el día de hoy.
—No soy gótica —sentí la necesidad de aclarar.
—Yo podría discrepar —murmuró, mientras dirigía el tazón hacia
su boca. Sentí este impulso loco por hacer algo audaz y acabé sentada
en su mesa. Por supuesto, llevé mi batido y mis panqueques conmigo,
de hecho, lo primero que hice una vez que me senté, fue llevarme un
trozo de panqueque a la boca para calmarme, ya que había empezado a
ponerme nerviosa.Hombre, sabían exquisitos.
—Si lo dices por la camiseta de la otra noche, olvídalo. Eran unos
colmillos pequeñitos, a penas y se veían—balbuceé con la boca llena de
panqueques.
—Si quieres pensar eso...
Tomé otro trozo de panqueque, más que nada porque tener la boca
llena era un buen medio para evitar decir idioteces.
—Pareces estarlo disfrutando.
Me atoré mientras notaba, demasiado tarde, que no le había quitado
la mirada de encima en todo este tiempo. En mi defensa tenía que decir
que el tipo estaba buenísimo, en la escala del uno al diez le daba un
once.
—¿Cómo?
—Los panqueques, haces estos sonidos tipo gato...
Solté el aire.
—Exacto, justo así. Ronroneas como gata en celo.
De ningún modo yo había ronroneado. Imposible. Y si lo hice, cosa
que no pasó, fue porque la masa de verdad estaba exquisita.—Es que son buenísimos. A veces pienso que Nori les pone alguna
clase de droga, qué se yo, heroína o algo de ese tipo, porque te vuelves
adicta.
—¿Te molestaría? —preguntó, enderezándose otra vez en la silla y
señalando mi plato con su largo y blanco dedo.
Sentí escalofríos. Luego negué.
Él tomó mi tenedor en sus manos y lo enzarzó en un trocito de
masa que aún goteaba manjar. Entonces me di cuenta que cuando yo
volviera a ocupar el cubierto, éste habría estado en su boca. Por todo lo
sagrado, eso era bastante parecido a un beso (y de paso una muestra de
ADN vampírico).
Un segundo, dos, el tiempo se detuvo mientras lo observaba
masticar «Inhala-exhala», me repetí cual mantra. Estoy segura de que
vista desde afuera, daba pena, risa, incluso rabia, por mi forma ridícula
de actuar. Pero oye, nadie ha vivido antes algo así. Tener frente a ti al
objeto de tus fantasías, añádele a eso que compartan un tenedor.
Sí, lo sé. No es tan fácil juzgar ahora ¿Verdad?
—Tienes razón, no está mal.
Con un gesto rápido y elegante tomó una de las servilletas que
descansaba sobre la mesa y limpió los bordes de su boca. En esepreciso momento caí en cuenta de una obviedad: él había comido. Se
suponía que los vampiros no comían.
—Sabes, me divertí bastante —me daba igual. Lo único que quería
era que dejara el maldito cubierto ahí. Estaba tan cerca de alcanzar el
tenedor, de probarlo, digo, de probar mi teoría. Entonces abrió la boca,
interrumpiendo mis fantasías.
—Lástima que tenga que marcharme.
El señor tengo prisa, dejó su puesto con una gracia que solo había
visto en vampiros de la televisión y algunos modelos (también de la
televisión).
Entonces, justo cuando pensé que lo iba a perder para siempre se
quedó viendo mi plato con una expresión sarcástica.
—Te pediré otro panqueque —guiñó su ojo y yo me quedé ahí,
estática. Lo miraba como una idiota y tampoco actuaba mucho mejor.
Me di cuenta, una vez que Nori llegó con la nueva orden de
panqueques, que él se había llevado el tenedor consigo.
Daba igual, ya tenía una idea más o menos formada de a que me
enfrentaba. Empezando por el hecho de que los vampiros sí existían,
siempre lo había sospechado, pero tú sabes, se necesita más queintuición para comprobar que algo es real. Se necesitan evidencias y eso
era algo con lo que no contaba. Por ahora.
Luego, estaba el hecho de que el vampiro en cuestión creía que me
tragaría su “yo no soy lo que tú crees”, aunque siempre hay cosas
peores como “no soy bueno para ti” o anda tú a saber qué otra cosa.
Esa tarde llegué a casa saltando en un pie de la alegría, obviamente
fiel a la costumbre que había desarrollado en las últimas veinticuatro
horas: revisar y escribir los sucesos del día. Solo una breve reseña, nada
muy elaborado. Me salté las partes donde salí a buscarlo por los
alrededores de la cafetería y me concentré en él lamiendo mi tenedor
(por el ADN de vampiro, evidentemente).
No fui consciente de lo concentrada que estaba escribiendo hasta
que me oí suspirar.
De repente, la puerta de mi cuarto se abrió interrumpiendo mis
cavilaciones y cortando mi suspiro a mitad de camino.
—Mica, te buscan abajo —ordenó mi madre con voz golpeada para
luego desaparecer por donde entró.
Mamá nunca se tomaba la molestia de golpear la puerta, no es que
yo estuviera haciendo algo malo, pero en ocasiones necesitas
privacidad, como por ejemplo cuando te estás desvistiendo, que no erael caso, pero debería tener más consideración, sobre todo cuando tiene
un novio que bien podría ser el tuyo dando vueltas por la casa.
—De inmediato —respondí con tono sarcástico, ya que en realidad
le estaba hablando a la pared. Mamá se fue tan rápido que ni tiempo me
dio para asentir. Escondí mi bitácora dentro de la funda de un cojín
mientras pensaba seriamente en conseguir otra agenda, solo por si algo
le pasaba a ésta.
Cuando llegué a la cocina me esperaban ella y su novio, bueno. No
sé si me esperaban. Estaban un tanto ocupados mirándose con
expresión hambrienta y simulando que no lo hacían.
No es que yo supiera mucho del tema, pero con Lucas nunca
fuimos tan expresivos.
Vale, lo habíamos hecho un par de veces, y con eso quiero decir
realmente un par, o sea dos. Nada demasiado memorable, y me lo pasé
la mayor parte del tiempo pensando en otra cosa.
De modo que, no sé mucho del tema. Además, mamá es demasiado
diferente a mí, tanto en lo emocional como en lo físico. Donde ella es
blanco yo soy negro, donde ella es luz yo soy tinieblas. Su cabello es
castaño claro, el mío negro. Sus ojos verdes, los míos no pasan de
pardos.Ella es radiante, yo soy... Diferente. Como siempre digo, diferente
no está mal, es mejor ser única, que una copia del resto.
—Cof-cof—supuse que toser sería un mejor ejercicio, pero se me
secó la garganta y tuve que improvisar. Mamá giró su rostro hacia mí,
lucía molesta y juro que no tengo idea del porqué.
—¿Qué quieres?
Richard ni siquiera se giró, continuó mirando a mamá, no lo
culpaba. Ella era bastante guapa.
De niña solían decirme que padecía el mal de la lagartija: “mejor la
madre que la hija”, pero ya lo superé y ella es despampanante, tiene esta
cintura que no sé cómo se consigue, pero ella la tiene y le sienta divino.
Mi tez es clara, la de ella de un tono canela, lo peor de todo son sus
ojos, los tiene tan verdes como mi hermano. El caso es, mamá es
hermosa y no puedo culparla por querer rehacer su vida con quien
considere necesario. Así que, cuando se me queda viendo con
expresión ofuscada, como está haciendo justo ahora, me trago la rabia
que siento, que es bastante porque fue ella quién me llamó ¡Es el colmo
que se moleste!
Esperé en silencio a que añadiera algo más, pero no dijo nada.
—¿Mamá?—¿Qué quieres? — O-K. Doblemente raro.
—Tú me llamaste ¿Recuerdas?
Juntó sus cejas formando una arruga en su frente.
—¿Yo?
—Ajá.
Sacudió la cabeza, negando.
—No he llamado a nadie.
La tentación de soltar un par de palabrotas se estaba haciendo
mayor, pensé en algo positivo, pensé en María José, en lo tolerante que
era, ¿Qué haría ella en mi lugar?
—Subiste a mi cuarto y me pediste que bajara a la cocina —
expliqué—.Dijiste que alguien me buscaba.
—Micaela, ni siquiera han tocado a la puerta.
Desvié mi vista al reloj de la pared, era una de las pocas cosas que
quedaban de papá y se distinguía un montón, más que nada porque
desentonaba terriblemente con el resto de la cocina; nuestra pared tenía
un mural con diseños florales de un aburrido ocre y ese reloj azul con
rojo era la única mancha de felicidad en casa.
—Son las seis con diez, ya tengo hambre.Ella abrió sus ojos con sorpresa, pero a continuación se encogió de
hombros.
—Bien, si quieres saca un yogur del refrigerador, Rick y yo,
saldremos hoy.
Rick es el diminutivo de Richard, no estoy segura de su edad, debía
tener más de veinticinco. Como era de esperarse, él asintió confiado,
como si hubieran planeado esa salida desde siempre y no fuera una
estúpida excusa de mamá para evitar quedarse en casa.
Esta vez sí suspiré. Demonios, sí que lo hice, tenía mucho aire
acumulado en mis pulmones.
—Bien, como sea. Ah, y gracias por el yogur, no tenías que haberte
molestado.
Llegué a mi habitación con el cuerpo hirviendo de rabia, solo para
encontrarme con que mi agenda no estaba donde la había dejado;
revisé mi cama, el interior del cojín, bajo el catre, cada cosa, dos veces y
nada, la maldita agenda había desaparecido.
Cosas como estas no deberían sorprenderme cuando tenía un
vampiro al acecho. No pude evitar sonreír ante tan tonta afirmación.
Sobre todo porque era yo quien se encontraba atenta ante cualquier
visión del mismo. Había leído un montón de novelas rosa y sabía quesiempre es el príncipe quién le roba el diario a la doncella; o el vampiro,
la agenda.
De forma automática di un vistazo en ciento ochenta grados a mi
habitación, a la espera que hiciera su aparición. Luego, me giré hacia la
ventana y ¡Maldición! Estaba abierta.
Corrí hasta el marco de ésta, mis puños blancos aferrándose a la
madera.
—¿Se puede ser más predecible?
Cerré el pestillo y a través del cristal, distinguí una enorme sombra
moviéndose entre los arbustos. Era él, mi vampiro, el exquisito imbécil
de la cafetería, el mismo que se negó a dejarme el tenedor.
“El tiempo es oro”, cita la frase, así que aprovechando que mi
hermano llegaba tarde de la Universidad me escabullí por la puerta
lateral de su habitación, así no me encontraría con mamá y corrí hacia
el patio, hacia esa sombra, hacia donde sea que él estuviera. Sin
embargo, cuando llegué al jardín, no había un solo rastro de él.
De repente, la idea de estar actuando como la friki de los vampiros
cobró fuerza y ya no resultaba tan lejano a lo real, ni molesto. Tal vez
no estaba loca, pero ciertamente estaba actuando como una. Ese último
pensamiento me hizo enojar.Sabía lo que había visto: una sombra moviéndose entre mis
arbustos, y era demasiado grande para tratarse de un gato, tampoco
pude haber sido un ladrón, Valdivia era una ciudad tranquila y mi casa
estaba frente a la estación de Policías, ningún ladrón sería tan idiota
para intentar robar en mi casa. Esto solo daba más fuerza a mi teoría.
Era él, el vampiro. No solo me había intentado engañar cuando sacaba
la basura, también se había llevado el tenedor y luego, como si
necesitara más motivos para sospechar de él, ¡había robado mi agenda!
—Te gustan estas cosas, ¿Verdad? —comencé a hablar al aire, no
grité, mamá seguía en casa, pero quién quiera que se escondiera en los
arbustos de mi patio oiría. La situación era tan absurda. Hasta yo lo
reconocía—. Jugar a las escondidas... ir por ahí, robando agendas de
vírgenes inocentes. Seguro te excita. Apuesto que te pone a mil
observar mientras te buscan. Admito que ha sido una sorpresa, no te
pensaba voyerist... —sentí un golpecito en la parte baja de mi nuca, un
tacto gélido y suave. Un terrible escalofrió recorrió mi cuerpo.
Doble-mierda.
La sorpresa hizo que me mordiera la lengua. Estaba tan nerviosa,
que lo único que atiné a hacer fue pestañear. Ah y tragar saliva por
montones. Hombre, estaba aquí, el vampiro, estaba justo a mi espalda.—¿Vírgenes? —usó tal tono de burla que, indignada, giré para
enfrentarlo.
Por fin estaríamos cara a cara.
Aunque no era del todo cierto, él era demasiado alto, comprobé en
cuanto lo tuve frente a mí. Con mi uno sesenta y cinco ni siquiera le
llegaba al pecho. Sin embargo, él solucionó eso inclinando su rostro
demasiado cerca de mi cara. Mierda, mierda, mierda.
¿Podía alguien morir de tanta emoción?
—Vamos, Mica —me instó y ¡Dios! No era creyente, pero seguro
que me volvía religiosa después de esto. Era un ángel, maldita sea,
debía serlo. Nadie debería tener una voz así de... ¿Espiritualmente
seductora? ¿Ardientemente encantadora? ¿Absolutamente sublime?
Violable, eso era. Al diablo los adjetivos. Todo él era completa y
absolutamente violable. Su voz era tan cálida como fuego líquido
embotellado en el más exquisito, fascinante, sensual y maravilloso de
los envases.
No solo su voz, el aliento que emanaba desde entre sus labios
también lo era.
—Vamos, ni siquiera tú eres tan inocente. Nadie te creería esa
mierda.Vale, no era un ángel. No podía imaginar a uno soltando groserías.
Pero ¿quién sabe? tal vez hay excepciones. ¿No se suponía que tanto
vampiros como ángeles viven por siempre? Tal vez sus especies son
como primos lejanos o algo así...
—«Andas por ahí robando a vírgenes inocentes» —imitó mi voz
perfectamente—. En serio, te creía más ingeniosa.
¿Qué demonios? Cómo... cómo era posible.
Retrocedí, sin poder evitarlo hasta que mi espalda dio contra la reja
de mi patio. Comencé a respirar con dificultad mientras me llevaba una
mano a la boca.
Joder, esto era increíble. Absurdo, pero increíble.
Tal vez lo de las vírgenes no era cierto, pero de nuevo ¿cómo se
supone que lo supiera? No es que fuera tonta. De hecho, mi profesor
de Matemáticas siempre decía “no hay preguntas tontas, sino tontos
que no preguntan”. Así que me armé de valor y demostré que no me
avergonzaba no saber.
—Entonces qué mierda comes.
Ahora, eso pareció asombrarlo. Arqueó sus cejas un poco y esos
preciosos ojos grises me observaron ladinos.—Bueno, soy bastante fan de McDonald’s, pero el O positivo no
está mal. Además, si el mito de las vírgenes fuera real a estas alturas ya
estaría famélico.
Él tenía un punto y yo tenía otro porque acababa de lograr algo así
como una confesión. De seguro le hubiese sacado algo más, pero
escuchamos a mamá y Richard caminar hacia el patio. Se había
arruinado el momento, bueno, eso y el hecho de que tenía ganas de
hacer pis.
—Ven —dijo, no era una pregunta. Su voz no daba espacio a
negativas
—¿A dónde?
—Ya lo verás, te encantará —rodó los ojos con actitud aburrida y
luego se me quedó viendo serio—. Ahora mismo, es la única cosa de la
que estoy realmente seguro.
Oh, mierda, lo iba a hacer ¡Me iba a convertir!
—Eh —me aclaré la garganta—, Esto... Verás. Uhm. Hay algo que
no me queda claro.
Inmediatamente, arqueó una de sus cejas, tomé aire y continué
hablando.
—¿Es una especie de cita?Mordí la cara interna de mi mejilla, esperando. Tan estúpido como
sonaba, hoy me sentía optimista, de hecho, no había pensado en Lucas
en todo el santo día. Eso era algo bueno ¿no?
El vampiro volvió a su posición original, irguiendo su rostro y
quitándole complicidad a nuestra plática. A continuación, estiró su
brazo hacia mi cara y, en lugar de acariciarme, como pensé que haría,
sacudió el cabello de mi cabeza, como si yo fuera un cachorrito que
acababa de hacer una gracia.
—No seas ridícula, no me gusta jugar con la comida.
Co-mi-da. ¿Había dicho comida?... ¡Comida! Oh. Mierda. Lo sabía.
Dos puntos para Mica. Era el momento de confirmarlo.
—¿Eres...? —probé.
—¿Soy?
Había una curiosidad insana bailando en esos ojos plateados
mientras me respondía con otra pregunta.
—Tú... —De repente, estaba apuntándolo con mi dedo índice—.
Estoy absolutamente convencida de que eres un....
—¿Hombre muy guapo? Sí, me lo han dicho.
—Un vampiro — dije bajando la voz.
—Ah, eso... Bueno ¿vienes conmigo o te tendré que obligar?Dudaba que eso fuera necesario. Pero solo para picarle, añadí:
—Inténtalo
Me regaló una sonrisa que envió mi imaginación a terrenos
pecaminosos. Luego, me noqueó.
Adolorida, confundida e increíblemente molesta, comencé a
desperezarme. Tenía un martilleo constante en la cabeza, pero lo que
más dolía era la zona entre mi boca y nariz. Llevé mi mano hacia ésta y
descubrí que tenía un tapón de algodón en ella.
Con horrible pesar, abrí mis ojos, solo para cerrarlos de inmediato
cuando los rayos de luz penetraron en ellos.
Mis piernas estaban recogidas, al igual que mis brazos, retrayéndome
en posición fetal.
—Cuidado con lo que deseas, podría volverse realidad.
La voz de mi captor viniendo de una distancia presumiblemente
corta y a mi espalda fue suficiente aliciente para que el dolor se me
olvidara. Tenía que resistir, era la única forma de salir viva de donde
fuera que estuviésemos. A pura fuerza de voluntad resistí el impulso dellevarme una mano a la boca. De ninguna maldita manera le daría el
gusto.
Oh mi Dios. ¿Realmente, me había golpeado?
Y una mierda que lo hizo. Probablemente, ni siquiera se trataba de
un vampiro real, sino que era algún desquiciado que vio una
oportunidad y la tomó. .
«Mantén la calma», me dije, mientras intentaba adoptar un ritmo de
respiración normal y me repetía «No lo mires. No lo mires y todo
estará bien».
—¿Dónde estamos? —mi voz brotó ronca cuando hablé. Aun así
mantuve una actitud tranquila. Terminada mi actuación, abrí los ojos y
tomé nota de cada detalle que pudiera darme una pista del lugar donde
nos encontrábamos. Sin embargo, no había mucho que mirar. Por lo
que notaba, él y yo estábamos en una construcción a medio terminar y
eso podría significar cualquier sitio. Últimamente a la ciudad le había
dado por levantar hoteles como si se tratase de torres de Lego. Con la
llegada del Casino, los turistas era el nuevo sustento económico de la
ciudad. Todo esto, suponiendo que nos encontráramos en Valdivia.
Inesperadamente, su mano cubrió mi boca. Esto me sorprendió
tanto que ni siquiera tuve tiempo para pensar en un movimientoevasivo o cualquier cosa que se le pareciera cuando en cosa de
segundos, me estampó contra una de las paredes del edificio. Sentí mi
cabeza estallar en miles de pedazos.
Esto era grave.
Negó, probablemente adivinando que quería insistir en saber dónde
diablos estábamos. Pestañeé lentamente, estaba aturdida. De hecho,
manchas de colores comenzaron a relampaguear en mi visión y
lentamente, sentí que mi cuerpo se iba a pique. Él lo notó y me
acomodó entre sus piernas.
Maldita la hora en que se me ocurrió seguirlo. Maldito el momento
en que comencé a hostigarlo con preguntas. Maldito el día en que vi
Ocaso.
Siempre me caractericé por ser de esas personas que hablan mucho,
hasta por los codos. María José o Yania me mandaban a callar, no
obedecía y me metía en problemas. Habitualmente no hallaba modo de
enmendar las cosas y esta era una de esas ocasiones.
—Ahora, ¿no te lo dije? —Susurró en mi oído—. Te encantará —
Esa era a todas luces una promesa, pero mientras sentía sus fríos dedos
hacer mi pelo a un lado, noté que, incluso bajo la seda, la amenaza era
palpable en el tono de su voz.A la vez que apretaba los dientes, traté de volver a mi posición
original; doblé mis rodillas, las envolví con mis brazos y oculté mi
rostro entre ellas. Este no era Edgard, ni siquiera un vampiro, no era
más que un maldito loco aprovechando la oportunidad que yo misma le
di tan fácilmente.
—Es, después de todo, lo que habías estado deseando —más
amenazas.
Deslizó su mano por encima de mi hombro y la situó en mi pecho.
No había nada remotamente sexual en ello, todo lo contrario, la usó
para darse impulso y atraerme más cerca de su cuerpo. Mi espalda
chocando incómoda contra su pecho. Descansó su mandíbula en mi
hombro, como si saboreara la experiencia, como si se tratara realmente
de un vampiro. ¡Já! En un acto de morbosa curiosidad, giré mi rostro
hacia él, al tiempo justo para ver cómo se echaba hacia atrás, abría su
boca y provocaba que sus colmillos se alargaran y resplandecieran a la
luz.
¡Mierda!
No podía decidir si este descubrimiento era bueno o malo, ya que
un puntazo desgarrador en mi cuello interrumpió mis cavilaciones y
grité.Lloré, lloré como nunca antes, o sea, involuntariamente... Mientras
su mano me sujetaba el pecho de forma violenta.
Me había mordido. Peor aún, me había dolido. Esto era malo, muy
malo.
Una idea se encendió en mi cabeza. Tal vez dolía solo al principio.
Quiero decir, al final no había estado tan equivocada ¿Verdad? Era un
vampiro después de todo. Aguante el dolor en silencio mientras lo oía
sorber. Por supuesto, yo estaba equivocada, en lugar de disminuir el
dolor, la succión lo acrecentó.
Mi visión se nubló y lo sentí sonreír contra mi piel, aunque no sabría
decirlo. Él continuó cortando mi carne y las punzadas de dolor me
hicieron pensar en lo absurdo de la situación.
«¿Pensar?» Quería gritar.
Algo hizo presión en mi mejilla y ojo izquierdo. Sus dedos, supuse.
No estaba segura.
Negro. Todo estaba negro.
—¿Suficientemente sexy? —se burló. Su tono de voz tan tierno
como el de un devorador de niños. No era sexy en absoluto.
Pese a estar aturdida, no pude dejar de cuestionarme los últimos
sucesos. Para empezar: ¿Dónde estaba la sensualidad?, ¿dónde quedó laexcitación de sus colmillos finos y certeros a la hora de convertirme en
inmortal?
La risa gutural que dejó escapar me hizo notar que había estado al
pendiente de mis cavilaciones. Tonta de mí.
—¿Cómo llegaste a la absurda conclusión de que te transformaría en
inmortal? —dijo respondiendo a mi pregunta no formulada.
Por mi parte, solo podía esperar, sin terminar de creerlo mientras,
con cruel determinación, él volvía succionar.
Con torpeza, froté mis ojos con el torso de mi mano, intentando
desperezarme; un acto inútil, comprendí demasiado tarde. Lo que veía
no era una pesadilla, ni siquiera mi imaginación podía ser tan cruel.
Y, para empeorar aún más la situación, daba la impresión de que
esto apenas empezaba, más que nada, por la forma en que el vampiro
había comenzado a jugar con mi pelo. El gesto me ponía la piel de
gallina.
Por una fracción de segundo, me pareció que el dolor de su anterior
mordida desaparecía, pero esa ilusión se disolvió en cuanto una nueva
arremetida de sus dientes se deslizó en mi tensa carne. Esta vez,
parpadeé rápido para alejar las lágrimas.Ipso facto, se giró llevándome consigo. Me envolvió en sus brazos
como lo haría un amante y acomodó su cuerpo sobre el mío a una
velocidad que desafiaba las leyes de la física, sin dejar que yo tocara el
piso.
Aquel movimiento, al puro estilo Hollywood, me provocó mareos,
aunque no estaba segura si se debía a la maniobra que utilizó o a mi
pérdida de sangre. Sea cual fuera el origen, era su culpa.
Bajo mi espalda, su mano se sentía enorme. Debía serlo para
sostener todo mi peso.
El mundo se inclinó, luego dio vueltas, únicamente para inclinarse
otra vez. En mi pecho, mi corazón golpeaba tan fuerte que llegué a
plantearme la idea de si sería posible vomitarlo, y hablo en serio,
apostaría a que era alguna parte de mi corazón lo me obstruía la
garganta.
Parecía absurdo estar pensando en algo como eso, dadas las
circunstancias. Ni siquiera vi mi vida correr como una película,
tampoco imágenes en blanco y negro de situaciones del pasado, y
menos, la luz al final del túnel. En fin, acá otro mito derribado. Las
historias de aquellos que estuvieron a punto de morir eran falsas. Ya
iban dos en la misma noche.—Supongo que es mejor en las películas —sus labios acariciaron mi
oído antes de bendecirme con un susurro. Supongo que poner a mi
verdugo en la misma frase junto a palabras como “caricias” o
“bendición” era por decirlo menos, enfermizo. Pero entre el golpe en la
cabeza y mi falta de sangre, era comprensible. Sí, definitivamente
comprensible. Antes, morir en los brazos de un vampiro me parecía la
mejor opción. Ya sabes ofrendarle hasta tu última gota de sangre.
Épico.
Lástima que no hubiera nada de épico que él se riera mientras yo
moría. Sin olvidar el dolor de mierda que me estaba causando.
El paisaje se iluminó ¿o tal vez se debía a que había abierto los ojos?
No, realmente se había aclarado. Ladeé mi cabeza, justo a tiempo
para ver la luna llena alzándose en el centro de la noche.
Noche... Oh mierda ¿Cuántas horas llevaba ahí? ¿Cuánto tiempo
había estado desmayada antes de recuperar el conocimiento?
Tomó mis manos entre la suya y las llevó hasta su cuello. Esto era
enfermo. La luna iluminaba su piel, su blanca, perfecta y tan lamible
piel. No podía negarlo, había mucho que mirar. Al parecer la luna
estaba de acuerdo, ya que iluminaba todo lo que en secreto yo había
deseado, algo que ahora no era más que un recuerdo insano.Largas líneas surcaban su clavícula, cuello y quijada. Tenía unos
hombros increíblemente fuertes, gruesos. Era toda una mole la que
tenía sobre mí. A fuerza de voluntad, conseguí cerrar los ojos.
«No te distraigas, es solo un disfraz»
Él dejó escapar un sonido grave y lascivo, segundos antes de que sus
labios se cerraran sobre mi piel. Aquella succión se prolongó suave y
similar a un beso, salvo que los besos no te hacían sangrar.
Esta era la parte que no debía olvidar. La parte fea. Lo que suponía,
Mr. Vampiro, quería enseñarme.
«Cuidado con lo que deseas» había dicho él.
—En mis años de vida, nunca he dejado de sorprenderme por la
estupidez de ustedes los humanos.
Lo dejé hablar, al menos así dejaba de beber.
—No todos por supuesto, tengo amigos entre ellos. Mi proveedor
de Internet. Naturalmente, ¿Quién soy yo para juzgar?
Un bastardo inescrupuloso, quise decir, pero estaba tan débil que
me conformé con un precario:
—Detente, por favor...Estaba llorando. Rogando, él lo sabía, pero aun así no se detuvo. En
lugar de eso, me recorrió con la mirada todo el cuerpo, antes de llegar a
mis ojos. Era una mirada furiosa.
Y ahí, con su enorme complexión sobre mí, con el frío cuero de su
chaqueta ocultando la verdadera razón de los temblores de mi pecho,
mientras esos hermosos ojos grises me taladraban con una mirada
vacía, sin vida, lo comprendí. Realmente lo hice: Entendí que un ser
sanguinario como él no conocería el significado de la palabra
indulgencia, con él no funcionarían los “por favor” ni las
manipulaciones.
Mientras volvía a triturar la carne de mi cuello, yo respondía a su
apremio con mis manos, dando puñetazos al azar y esperando infligirle
algún daño. Sin embargo, si sus manos eran sólidas a la hora de
sostener, su pecho lo era aún más oponiendo resistencia. Mis nudillos
se sentían como gelatina golpeando concreto.
—¿Por qué te quejas? —preguntó con una voz absurdamente dulce.
Luego se detuvo y negó, como si se estuviera replanteando algo.
—¿No te pedí que me dejaras en paz, que te fueras a dormir y me
dejaras tranquilo?
«Tienes que estar bromeando».—Vaya ¿Eres toda una fierecilla, no? —sus palabras estaban
cargadas de cinismo, eso me dio más fuerzas para luchar. Mejor
amoratada que cobarde. No quería que estuviera cerca de mi cuello, así
que esta vez, procuré que mi golpe le diera en la boca, pero al igual que
los anteriores, lo esquivó sin esfuerzo.
Hubo una parte de mí que estaba tentada a claudicar. Lo había
intentado todo, desde patadas a rodillazos en la ingle. Cuanto todo eso
falló, volví a empezar, uno a uno mis puños rebotaban en su pecho,
pese a ello, no me rendí. Continué estrellándole mis puños, cada golpe
más débil que el anterior y por su expresión, él lo estaba disfrutando.
Era rápido en regenerarse. Mucho más de lo que yo habría esperado.
En uno de mis tantos golpes conseguí sacarle sangre en la mejilla, nada
demasiado grave, solo un rasguño. Un instante estaba sangrando y al
siguiente ya tenía una pequeña sombra de costra. Estaba sentenciada a
fracasar, pero plantar resistencia era todo cuánto podía hacer mientras
drenaba mi sangre, y hubiera seguido así por horas de no haber sido
porque el muy maldito enganchó su mano a mi pelo, forzándome a
tirar la cabeza hacia atrás.
—Lo siento.
No entendí a que venía eso ¿En serio se estaba disculpando?—Aunque creo que tú lo sentiste más —añadió, después de que yo
soltara un grito de dolor, segundos después de que el muy bastardo
sacara su mano de mi cabeza con un montón de mi cabello entre sus
dedos.
—¿Tan feo soy? —ronroneó, mientras su mano cubría el segundo
grito que peleaba por salir de mi boca. El aire comenzó a faltarme y
justo cuando pensé que moriría por asfixia en lugar de desangrada, el
cielo conspiró a mi favor y ¡Milagro de milagros! El vampiro quitó su
inmunda mano de mi boca. Pero no era realmente sucia, sino suave y
con olor a menta.
Santo Jesús, era de mi asesino de quien estaba hablando.
—¿Quieres saber un secreto? —preguntó retóricamente—. Me
joden las expectativas, yo de niño soñaba con ser Drácula, hoy en
cambio, nadie te da un veinte si no actúas como un inglés despeinado
con colmillos falsos. ¡Te hice una pregunta!
No pensaba responderle, desde luego que no era feo, pero era poco
probable que él necesitara de mi ayuda para mantener su egolatría sobre
el nivel normal.
Para variar, volvió a sumergirse en mi cuello destrozado y laxo
como el de una gallina muerta, a estas alturas ya no me quedabanfuerzas para luchar, tanto él como yo lo sabíamos, por lo que con mi
dignidad hecha trizas, me limité a descansar mi rostro contra la fría
chaqueta de cuero que cubría su torso. Sin embargo, duró poco.
Comencé a sentir frío, supongo que mi cuerpo comenzaba a preparar el
proceso de muerte, congelando mis células para de esa forma retardar
la muerte cerebral. Al pensar en la muerte y en cómo mi cuerpo
trabajaba para retrasarla, me rendí.
Sí señores, yo, Mica Palacios, me había rendido.
A lo lejos, comenzó a sonar el tema principal de Ocaso, podría haber
reído si no hubiese ocupado mis fuerzas llorando y golpeando a mi
agresor. María José lo había puesto de ringtone en mi móvil, así sonaría
cada vez que alguien llamara.
Irónico que fuera precisamente esa canción lo último en oír antes de
morir.
—¿Va... vas a matarme? —me encontré balbuceando débilmente.
No tuve mucho tiempo para recibir su respuesta, ya que fue ahí que se
apagó la luz. Sin embargo, podría jurar que aún en la inconsciencia
escuché su risa y un horrible:
—Dulces sueños. Ah, por cierto, tenemos un trato. Luego te
explicaré los detalles.

AnatemaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora