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Luego de una semana más, ya estaba todo decidido. Oliver y Eva iban a dejar el instituto para mudarse al culo del mundo.

Samantha no quería ni recordar la expresión de su hija cuando se lo dijo. Parecía que cristal se rompía en sus ojos avellana, deslizándose como lágrimas por sus mejillas.

De repente la tristeza de Iris se transformo en furia. Oliver era un egoísta y cobarde.

¿Iba a irse y dejar todo así? ¿Así de confuso, desilusionante y perdido?

Casi tuvo ganas de correr a su casa para pedirle a gritos explicaciones y fundamentos, armarle todo un escándalo con pataletas incluidas... para luego rogarle que se quedara.

Oliver le gano de ante mano y toco por última vez la puerta de la casa de Iris. Lo recibió Samantha con aquella mirada de compasión y lástima que últimamente todo el mundo le daba. Todo el mundo menos Iris. Iris parecía apagada, como una flor comenzando a morir. De todas formas, sabiendo que su amigo se iba al día siguiente, le sonrió tranquilizadoramente. Esa sonrisa que decía que todo iba a salir bien, que la vida seguía y no era el fin del mundo, solo un nuevo comienzo. Esa sonrisa que Oliver necesitaba.

Le sorprendió lo madura que había llegado a ser Iris. No conocía esa lado suyo aunque sospechaba que era una máscara encubriendo el sufrimiento. ¿No era egoísta él yendo hacia ella para usarla como un pañuelo? Él sabía que era el único pilar que tenia. Por 24 horas más.

Se sentaron en la cocina, como siempre, con un té en la mano y enfrentados uno al otro. Se comentaron algunas cosas triviales. Oliver le comento que Eva le había pedido de marcharse, que no soportaría mirar de lejos a sus conocidos como seguían sus vida y tampoco toleraría las miradas juzgadoras de la gente. También le dijo que su tío le prestaría un departamento en la nueva cuidad hasta que consiga trabajo. Oliver tenía que hacerlo e Iris lo entendió, tratando de reprimir cualquier imagen de una familia feliz.

Cuando Oliver se estaba por ir, los corazones de ambos pesaron. Iris lo abrazo por instinto, sin resistirse al impulso, sin medir sus sentimientos o privarse del roce. Oliver la abrazo como nunca la había abrazado (inclusive la noche en la que le confesó que iba a ser padre) y enterró el rostro en su cuello, aspirando el perfume conocido. Se separaron lentamente como si estuvieran sellados con pegamento. Los labios de Oliver fueron rozando peligrosamente la mejilla de Iris dejando la brisa tibia de su aliento erizar cada centímetro de ella. Se detuvo en la orilla de sus labios, presionando los parpados para reprimir el impulso de besarla una vez más. Deposito un tierno beso en su mejilla y se alejo. Iris volvió a sentir frio.

—Adiós, Iris.

—Adiós, Cactus.

Ahora Oliver no era indiferente, frio o distante. Ahora Oliver era intocable y peligroso, tanto que Iris tenía miedo de tocarlo y lastimarse profundamente.

Él le tendió una carta que ella nunca leyó.

Se alejo de todo lo que había conocido; de la cuidad, de sus compañeros, de su familia.

Se alejo de lo que amaba; de Iris.

Cactus. [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora