Leo debería estar preparándose para ir a la cama.
Lo sabía, tenía un juego de beisbol el día siguiente; el primero de la temporada para ser más exactos, pero el conocimiento de ello no podía hacer que su cuerpo cooperase. Se sentía como un estropajo. Tendido en la cama, con los ojos cerrados tenía la imagen clara de la multitud esperando por él detrás de los parpados; después de unas merecidas vacaciones extrañaba el olor de la arena recién mojada y la tiza para marcar el terreno. Extrañaba oír el vitoreo de la gente cuando hiciera su lanzamiento. Los rostros pintados y sonrientes apuntando en su dirección. Las chicas aclamándolo y el pobre chico de primer año destinado como la mascota del equipo pegando saltos a lo loco.
Sería memorable, estaba seguro de eso. Siempre lo era.
Se sentía emocionado al punto de considerar invitar a sus padres a las gradas, tal vez así conseguían arreglar algo las cosas. Últimamente, no se llevaban bien y el ambiente andaba tenso. Él se imaginaba que debía ser difícil para sus normados padres afrontar su homosexualidad, pero qué diantres. Ya habían pasado dos meses; lo estaban procesando demasiado lento.
A él solo le gustaban los chicos, por todos los cielos, no andaba por la vida pateando mujeres embarazadas que se le cruzaran en el camino.
Cough Syrup comenzó a sonar en su celular, anunciándole una llamada entrante. Se revolvió y alcanzó el aparato del bolsillo trasero de sus jeans ajustados.
—¿Diga?
—Adivina quién tiene pase libre para divertirse hoy. —dijo la entusiasmada voz de su mejor amigo Ben.
—Mañana tenemos un juego Benjamín, esta vez paso.
—Oh no, no, no; sueñas que me dejarás colgado. —Suspiró dramáticamente, como un niño tozudo. —Me ha costado horrores que mi madre se crea que me iré a quedar en casa de mi chica y mucho más que esta me dé pase libre por una noche. Solo tengo una noche, ¿sabes lo que es eso? Pues no, porque tú estás soltero y no tienes a una neurótica novia detrás de tus talones las veinticuatro horas del día.
Leo soltó una exagerada risa, abrazando una almohada.
—No tendrías a una neurótica novia detrás de ti todo el tiempo si no le dieras de qué sospechar. —Intentó ser la voz de la verdad.
—Ese no es el punto.
—Já.
Benjamín refunfuñó.
—La cosa es esta, quiero ir por allí y conseguir remojar mi culebrita...
Leo se atragantó sinceramente contrariado.
—Dime que no has dicho eso, te refieres...
—Ya vamos, pasaré por ti dentro de una hora tanto que estés de acuerdo como si no. —Él iba a protestar cuando Ben siguió. —Ah, y te recomiendo que vayas bien arreglado. Tengo planes que lo ameritan.
Dicho esto, colgó.
Leo se quedó con el aparato muerto en la mano, para nada tan indignado como debería. Después de todo, Benjamín Donofrio tenía la costumbre de crear planes de último momento, pasando por alto su opinión pues bien sabía que su camarada en la vida jamás lo abandonaba.
Reclamando para sí, convenciendo a su cuerpo de animarse para lo que sería de seguro una noche larga, se movió hasta su armario para elegir algo que ponerse. Benjamín también era un amante de la puntualidad, así que solo contaba con un par de minutos antes de que se presentara en su casa. Necesitaba verse bien sin esforzarse. Se decidió por un atuendo clásico de jeans, camiseta y cazadora de cuero. Eligió zapatos en lugar de calzar sus raídas Convers. Porque conociendo a su amigo y sus enigmáticas palabras, de seguro que lo llevaría a una fiesta de pijos.
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Flores en el cabello
RomanceUna noche fuera de control; Leo conoce a Ángel. Y Ángel no es como nadie que haya visto antes. A Ángel le gustan las cosas llamativas, le gusta el rosa y llevar vestidos. Usar tacones y aplicarse maquillaje. Alcohol, drogas, policías arrastrando...