PARTE VI

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Leonardo jamás había sido arrestado, estaba tan inmerso en sus clases y el beisbol que ser llevado tras las rejas no era siquiera una posibilidad, sin embargo; no creía que el oficial que estaba esposando a Ángel estuviese haciendo un buen trabajo.

—¡No hemos hecho nada malo! —protestó el chico mientras que era obligado a ponerse su playera de vuelta. —No hay quejas de los vecinos por ruidos molestos o nada...

—Hagamos esto de una vez, Romero —dijo el policía con voz cansada. Tomó el brazo pálido de Ángel y lo retorció para llevarlo a su espalda. —La única manera que tengo para atraer a tus padres a la estación es llevarte conmigo, tu hermano es una rata escurridiza y desapareció tan pronto entramos en la discoteque temprano esta noche.

—¡Ouch! —El rostro de Ángel se retorció con molestia.

—Oiga oficial... —Yendo hacia adelante, Leo colocó su mano en el hombro del sujeto para llamar su atención, el tipo se volteó con una rapidez sorprendentemente envidiable, tomando su brazo y doblándolo. —Pero qué...

—Jamás toques a un policía haciendo su trabajo, hijo —Él empujó a Leo, sujetando ambos de sus brazos, llevando sus manos atrás juntas. El inconfundible chasquido de unas esposas al ser cerradas cortó cualquier protesta.

Ángel forcejó en vano, sus manos atrapadas a su espalda lo cortaron de moverse de más. Si alguien le hubiese dicho que iban a terminar la noche esposados, sus pensamientos ni de loco habrían ido por ese rumbo. Dolía. Christian Grey era un apestoso fraude.

—Suéltelos, —demandó Pam cruzando sus brazos sobre su cuerpo a medio vestir. —no puede hacer esto con ellos. Si usted no los deja ir yo voy a... a... —Ella miró a todos, buscando algo qué decir. Sus manos se empuñaron. —Lo arañaré, no tengo miedo de quebrarme una uña.

Bueno... eso era un lindo ofrecimiento de su parte.

Benjamín y Leo la miraron con sus cabezas ladeadas intentado descifrar si aquella había sido una amenaza real. Los ojos de Ángel en cambio miraron a su amiga con divertido orgullo.

—Miren, sus amigos serán llevados a la estación. Podemos seguir debatiendo toda la noche, ya los esposé. —El hombre habló comenzando a enfadarse. —¿Es que acaso quieren acompañarlos?

Leo comenzó a negar hacia Ben, cuando los tres chicos dieron un asentimiento colectivo. ¡Jesús, con buena razón su madre solía repetirle aquel dicho que la amistad es ciega, sorda y muda!

Veinte minutos después, los cinco se apretujaron dentro de la parte trasera de la camioneta del policía, prácticamente quedando montados unos encima de los otros. La cabeza de Leo cayó contra el cristal de la ventana al comenzar la marcha.

—Nada más espera a que mi padre se entere de esto —dijo abatido hacia Benjamín al otro lado del asiento.

—¿Eres algo así como Draco Malfoy? ¿Tu padre armará un desmadre? —preguntó Daniela. Ella se había mantenido en inusual calma dada las circunstancias.

Leo restregó su frente sobre el helado vidrio.

—No, él va a patearme tan fuerte que juraré en su nombre cada vez que me siente, cada día... por el resto de mi existencia. —Si su voz sonaba amargada y con un deje de terror, solo era cosa de la vida. La verdad fuese dicha, su padre enfadado era un hombre de temer. No tenía puntos extras por ser su hijo, si acaso eso lo empeoraba. Él tenía que ser correcto, a la altura de los valores que le habían sido inculcados durante su crecimiento. De no ser porque conocía de la insuficiencia cardiaca de su progenitor, bien podría pensar en ejerció una carrera en el ejército.

Daniela miró a Pam y a Ángel con su rostro lleno de risa.

—¿No eres mayor de edad? —dijo en un tono que sonó despectivo. —Tu viejo no puede tocarte.

Aquello era cierto, solo en el sentido legal de las cosas.

No es que él fuese maltratado por sus padres al ser disciplinado. Leonardo había tenido una vida consentida como hijo único, lleno de amor y de tantos lujos como sus padres de clase media pudieron darle; nada de eso tenía que ver con las reglas de la casa. No tomar el peso de un padre era algo impensable para él, no podía solo hacerlo. No daba por sentado lo que se le daba en su hogar. No quería hacerlo tampoco, ni aunque eso le ganase miradas de superioridad de parte de los chicos de su edad. Era un chico de casa, demándenlo.

—No lo entiendes, se trata de respeto. —intentó explicar. Se echó atrás para mirar a los ocupantes del carro. De los cuatro pares de ojos, solo los de Benjamín mostraban entendimiento. —Vivo con mis padres, no puedo menos que mantenerme fuera de líos.

Pam le guiñó.

—Nosotros también vivimos con los nuestros. Eso no significa que debamos ser lo que esperan que seamos. No eres diferente, no te fuerces.

—No, él es un chico bueno —habló de pronto Ángel. Él negó con su cabeza hacia sus amigas para que dejaran el tema estar. En el raro entendimiento que aquellos tres parecían mantener, ellas volvieron sus rostros al frente, de inmediato desconectadas del tema. Ángel miró a Leo con intensidad. En el espacio que escasamente separaba sus cuerpos, alcanzó la mano del mayor, tocó sus dedos indeciso y al ver que no era rechazado, los entrelazó con seguridad y les dio un cálido apretón. —Lo siento, no lo entendemos, para nosotros es otro asunto, somos los chicos que sus padres esconden en el segundo piso cuando tienen visitas. Tu realmente eres diferente.

—Lo dices como algo malo.

—No malo, solo nuevo. 

Flores en el cabelloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora