PARTE III

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Si había una palabra que describiera a Leo, esa era tosco. Ángel había pensado en él como un oso Teddy pequeño y esponjoso, pero no terminaba por calzar. El chico era musculoso, de manos grandes más que el promedio, un torso corto y piernas anchas, fibrosas a través de los jeans. Mientras se deslizaban hasta la pista de baile, Ángel reparó en todos los detalles importantes; los hombros de corte cuadrado, el tendón marcado en su grueso cuello y los antebrazos velludos.

Leo era un deportista por donde se le mirase.

Y se movía como uno, lamentablemente. Pues hay que desmentir aquel mito de que todo deportista es un buen bailarín, de hecho, la mayoría tiende a ser un desastre. Su coordinación de brazos y piernas nula para seguir el ritmo rápido de la música y para un tipo como Ángel que adoraba bailar, eso hubiese sido motivo suficiente para dar un paso atrás y retirarse. Pero había algo en Leo, había algo dulce que lo rodeaba, cierto encanto en su timidez al moverse y su insistencia al seguirlo.

Ángel podía apostar que él tenía más experiencia en el mundo que el chico, incluso con su diferencia de edad.

Arriesgándose a algo tan peligroso como lo es enredarse con alguien que despierta sentimientos cálidos en el centro del pecho, Ángel atrajo a Leo hacia sus brazos para bailar un lento. De nuevo, la música no los acompañaba, pero a quién carajos podía importarle una cosa como esa. Rodeó su cuello con ambos brazos, sus dedos se enrollaron en los rizos ensortijados de la nuca del chico y se deleitó con la idea, la nueva posición les dejaba sus bocas separadas por escasas pulgadas. Las manos de Leo se aferraron de pura impresión en las caderas del chico más alto, su agarre flojo, dejando ver sus nervios.

—Se vale que aprietes un poco —Ángel le tomó el pelo. —No me molestaría, es más; tienes manos grandes, quisiera ver qué tanto abarcan.

Un costado de la sonrisa del más bajo tiró hacia arriba y luego sus manos se abrieron, cubriendo la zona de la baja espalda de Ángel y parte de la curva de su trasero al ser abrazado.

—Mmm... mucho mejor —ronroneó en la oreja de su pareja de baile.

Ángel estaba acostumbrado a ir por algo que deseaba y se valía el ser descarado para conseguirlo, sin embargo, Leo lucía tan lindo sin mover sus manos de donde habían quedado que tuvo que ser cuidadoso cuando se decidió a explorar el cuerpo del chico, recorriendo su espalda por encima de la tela de la chaqueta y su pecho por encima de la camiseta, como dato para destacar, sus pectorales firmes hicieron cosas en él y cuando sus dedos tocaron la v de la camiseta y se percató de que Leo tenía pelo en el pecho fue un plus extra. Eso era varonil, muy de macho dominante.

—¿Es solo mi idea o todo el mundo luce demasiado joven? —Leo comentó solo por buscar conversación.

—Posiblemente, tu edad importa un comino cuando tienes dinero con que pagar —Ángel se desentendió. No sabía que decía eso de su perfecto hermano Marco, pues él llevaba gran parte de esos clubs, pero Leo estaba, después de todo, justamente allí por un contacto.

Bailaron un poco, de manera torpe porqué no decirlo, mientras que encontraban un vaivén cómodo.

Leo estaba tan inseguro, no sabía si podía hacer más, moverse un poco más, pedir por algo más. Entonces, Ángel comenzó a reírse soltándolo y apartándose. Alejando sus manos con ademanes suaves y a la vez firmes.

—Está bien, esto es un desastre. Apestamos juntos.

Escuchar eso fue como un balde de agua fría para Leo, y Ángel se recriminó de inmediato por el poco tacto en sus palabras. Él no estaba acostumbrado a preocuparse por su diarrea verbal. El otro chico miró a su alrededor, sus gestos en un claro deseo de ser rescatado por la divina providencia.

Pero nada era tan terrible, no en verdad, ellos solo no congeniaban dar dos pasos en la dirección correcta, nada que no pudiese solucionarse; ellos bien podían volver a su apartado y beber, quizás meterse mano y ver si había algo más. Era agradable estar con Leo. Para Ángel al menos, no todo había llegado a su fin.

—Leonardo, —Ángel fue hasta él. Su mano buscó su moflete ensombrecido con ligera barba. Las luces de colores que jugaban encima de sus facciones, resaltando sus ojos profundos. —el baile no va, pero eso...

—Oye, eres guapo y sexy como el infierno...

—¿Crees que soy sexy? —Ángel no pudo evitar interrumpir. Eso era halagador. Leo negó algo trabado, cohibido y Ángel se dio cuenta que, entre todo, sus ojos no dejaban sus labios. Que lo miraba como si se estuviese perdiendo de algo importante, no un ligue, no al chico de turno, no al tipo guapo que le prestaba atención... lo miraba de una manera particular de la que él no había sido merecedor nunca. —¿Quieres besarme?

Los ojos de Leo se abrieron de impresión y su lengua apareció para humedecer sus labios.

Ángel estaba tomando nota de lo que parecían significar esos gestos vulnerables.

Y tomando la iniciativa, lo besó.

Él estaba acostumbrado a hombres altos, a tipos rudos que lo jalaban con ímpetu y le mordían los labios con fiereza. Fue una sorpresa que casi lo llevó a sus rodillas el hecho de que Leo fuese suave. Más que eso, se impulsó lo justo hacia adelante para mantener el contacto de sus labios unidos y entonces, con un suspiro le entreabrió la boca con la lengua y profundizó en él.

No hubo contacto de manos, sus cuerpos no se rozaron, no era un beso caliente, ni indecente. Era solo un beso. Solos sus bocas tomando el sabor del otro. Solo sus labios amoldándose a los del otro. Solo sus cabezas inclinadas manteniendo el contacto, el raspar de los dientes de uno en el labio inferior del otro y un gemido ahogado en algún punto.

Era eléctrico, novedoso, sorprendente y sabroso.

Se apartaron, las luces bajas no le permitieron ver la expresión del otro, ellos iban a hablar cuando los gritos comenzaron. Desde todas partes, fuertes ladridos, ordenes rudas y el rostro de Ben abriéndose paso entre los cuerpos que comenzaban a empujar.

—Tenemos que irnos —El chico se dirigió a su amigo. Se veía pálido y sudoroso. Tomó a Leo por el brazo para jalarlo. En acto reflejo, Ángel le tomó el otro dejándolo en su lugar.

—¿Qué sucede? Acaban de llegar... —Se quejó con voz cortada. Sus amigas llegaron también. Pam lo miró alarmada y fue ella quien contestó.

—Es la policía, están haciendo una redada.

Por el tono en que lo dijo, eso debía de significar algo, pero Ángel estaba aún con la sangre atronando en sus oídos que no lo comprendió. ¡Él acababa de recibir un beso i-n-c-r-e-í-b-l-e!

—Ángel, —Pam fue directo al grano —hay menores de edad aquí, droga en las bebidas y tu hermano está a cargo; espabila, tenemos que irnos.

La voz de la chica no admitía quejas ni objeciones. Ángel entendió todo y maldijo su suerte, a su hermano y al sentido de la oportunidad. Su mano soltó el brazo de Leo, pero para su grata sorpresa, la mano de este se enredó con la suya, tomándolo y apretando sus dedos.

—Tenemos un auto —dijo con seguridad, ni un vistazo del chico tímido de antes. —Ustedes indiquen el camino.

Ellos echaron a correr. 

Flores en el cabelloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora