2. La Encomienda (Parte 1)

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Londres, Inglaterra

Era un día de invierno, y llovía sobre la vacía ciudad de Londres. Daniel Sanders caminaba por el borde de la acera en dirección a su casa. Estaba entero mojado, tiritaba de pies a cabeza mientras el cielo comenzaba a oscurecer, pero aún le faltaban unas varias cuadras por recorrer antes de llegar. La cosa se pondría fea.

Se peinó el rubio cabello hacia atrás antes de sacar su celular y marcarle a su hermano menor, Matthew. El teléfono sonó 3 veces antes de que contestara:

-¿Siiii? -se escuchó una aguda voz a través del celular

-Matthew, dile a la familia que me atrasé un poco y que no me esperen para cenar.

-Pero, ¿como vamos a empezar sin ti? -dijo el pequeño, apenado- Eres parte de la familia, Daniel. Es una tradición familiar. Todos deben estar presentes para empezar a comer.

-Te estas comportando extraño. ¿Desde cuando eres amable conmigo? -respondió Daniel sospechando que algo tramaba su hermanito.

-¿Y ahora de que hablas? ¿Acaso no puedo mostrar un poco de interés en la vida de mi hermano mayor?

Daniel rió.

-Claramente pusieron algo en tu comida para que te comportaras.

-Que cruel eres. Aún así te quiero.

Esa última palabra se le clavo a Daniel como una estaca en el corazón.

-Vale, nos vemos en casa -se precipitó en decir-. La lluvia esta muy fuerte y me estoy empapando.

-Creo que al único que le pusieron algo en la comida fue a ti. No ha caído una gota de agua en semanas- se burló Matthew.

-¿Sabes que más? Te has reído lo mas de lo necesario, y no lo voy a tolerar. Ya tuve que lidiar con los idiotas de mi equipo toda la tarde como para que vengas a molestarme tú ahora.

-¡Pero si no es broma! No esta soleado tampoco, pero-

-Ya basta. Nos vemos en quince.

Y colgó.

Caminó otros cinco minutos antes de que un auto pasara al lado de el y le salpicara agua sucia encima. En ese entonces, Daniel explotó, dejando toda la rabia salir en un fuerte alarido, para liberarse de todas las presiones de ser un líder, hermano mayor y estudiante. Para liberarse de todos los enojos por los que había pasado en los últimos días, sin haber podido soltar nada.

Unos minutos después de caminar en línea recta, tropezó torpemente con lo que creyó que era una piedra, y como su rabia ya había excedido los límites, estaba hecho una furia. Al caer, todo su cuerpo se cubrió de barro, dejándolo hecho un asco. Se paró rápidamente, recogió la piedra con propósito de lanzarla lejos, pero al levantar el pedrusco del barro, se dio cuenta de que estaba sujeto a un delgado hilo de plata. Daniel lo limpió con la manga de su chaqueta (lo que no sirvió de mucho ya que estaba llena de tierra mojada) y pudo darse cuenta de que tenía una letra griega y un nombre escrito en ella.

-Zeus... -dijo para si mismo-. ¿Como el dios griego? Reconozco ese símbolo... Es la letra alfa, del alfabeto griego.

Un brillo cegador salió desde el trozo de cuarzo, llenando la calle de luz blanquecina, haciendo que Daniel cayera dormido.


Los Angeles, Estados Unidos

-¡Chris, ya bájame! -dijo ella riendo. Él también rió.

-Claro, Soph... ¡En cuanto me devuelvas lo que me quitaste! -gritó Chris, apretándola más fuerte.

-¿Qué cosa? -le hizo cosquillas para que la soltara, y cuando lo logró, corrió hasta el otro lado de la habitación- ¿Tu dignidad?

Olympus: El Legado de los DiosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora