8 El Mariachi

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Aquella tarde la pasaron en la piscina los dos solos. Su hermana les había dejado por una vez tranquilos y se había ido al centro comercial con unas amigas a comprar gomas para el pelo y pulseras de Violeta. F no desaprovechó la oportunidad. Sentados bajo el árbol a la sombra, entre baño y baño y entre juego y juego seguían la conversación. Hablaban de todo y de nada, de música, de cómo había sido su infancia , de lo que serían de mayor, de la cocina en México y en España, de culebrones y de cantantes de pop nasal de dudosa reputación. F se alegró saber que R ya no escuchaba esos grupetes de niñas y que había empezado a interesarse por la música española: Sidonie, La Casa Azul, Parade, Tachenko etc. Increiblemente los grupos que le gustaban tambien a F.

−¿Quieres que te cante una cación con la guitarra?−
−Pero F ¿sabes tocar la guitarra tambien? desde luego eres toda una caja de sorpresas. Como hagas eso tan bien como haces otras cosas creo que pronto serás una estrella en el panorama de cantantes de dudosa reputación − Los dos rieron con la ocurrencia, F le besó en los labios mientras se levantaba y se iba a por la guitarra −Ahora vuelvo− le dijo.

El sol se empezaba a ponerse. Tumbada sobre la toalla empezaba a no hacer tanto frio. Parecía que hubiese pasado una eternidad cuando por fín F llegó.

A R no le gustaban los chicos que tocaban la guitarra. Siepre le recordaban al hijo de un mariachi que el verano anterior le había sacado a bailar "Adelita" en la boda de su prima en Cancún. Fue un momento horrible, estaba toda la familia, R era más bien tímida y se sentía patosa en la pista de baile. El hijo del mariachi debía tener su edad y bailaba condenadamente bien, pero claro ... solo sabía bailar corridos y cosas así. Cuando cogió a R por la cadera y comenzó a balancear su cuerpo al ritmo de la música que tocaba su padre ella notó como la cara se le poniia roja como un tomate. La canción le pareció durar toda la noche, nunca terminaba y el chico ese la tenía cogida por la cintura moviéndola de un lado para otro. Mientras tanto el padre tocaba su guitarra y cantaba con su enorme mostacho entre carcajadas. Esa escena le marcó y cuando vio a F con su guitarra incluso le pareció tener enfrente al hijo de un cantante de bodas. En fin dijo, habrá que hacer que me gusta.

Junto con la guitarra F trajo una manta para poder cubrir a R del fresco de la noche que comenzaba a echarse encima. F se había puesto unos vaqueros gastados, unas converse negras y se había puesto una sudadera Nike con cremallera que le quedaba terroríficamente bien.

−Hola R, perdona que haya tardado, tenía algo que terminar. Ponte esto por encima, no me atreví a entrar en tu habitación a buscarte un jersey y cogí esta manta. ¿Qué quieres que te toque?− Preguntó F muy consciente del juego de palabras que acababa de hacer
−Qué directo eres ¿no? No sabía que los españoles eran tan explícitos, pensé que les iba más el caracter "conquistador" Jajajaja− R rio y a F le pareció estar viviendo un sueño. Ahí en una tarde de verano, con el cielo del color del ocaso, con la piscina al lado, con el olor del pino que les había acompañado todo el día y en la compañía de una chica que cada vez le parecía más encantadora.

La luz de los focos de la piscina iluminaba la cara de R. Él podía ver sus pupilas, brillantes, devolviendo los reflejos de la piscina, y su pelo cayendo sobre sus hombros. Su piel devolvía la luz de la luna que comenzaba a aparecer tras de ella. La escena era perfecta y F comenzó a tocar la guitarra:

−"Era un pueblo con mar, una tade detrás de un concierto, tu reinabas detrás de la barra del único bar que vimos abierto, ...y soñé con sus ojos de gata, pero no recordé que de mí algo esperaba..." −

La voz de F sonaba varonil y tierna a la vez. Cantaba con mucho sentimiento y entonaba bien. Cogía la guitarra como si tuviese entre sus manos un cuerpo de mujer. Recorría su cuello con la mano izquierda, apoyando sus dedos en lugares estratégicos que hacían sonar una melodía preciosa, con su mano derecha acariciaba su cabello dispuesto en seis cuerdas que vibraban con solo el rozar de sus dedos. R tuvo celos, muchos celos y quiso ser la quitarra. Se acercó a F , abriendo la toalla para poder acogerle dentro de ella. R cerró los ojos, nunca hasta entonces habían cantado solo para ella, y eso le encantaba. Ya nunca más pensaría en el Mariachi de boda cuando viese a un chico con una guitarra.

Una visita inesperadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora