Cuatro.

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La alarma sonó. Blake empezaba a odiar el tono de su celular que sonaba de lunes a viernes faltando veinte para las siete. Estiró el brazo para callar el estruendo que hacía su celular. Transcurridos unos minutos se sentó en la cama y poco después entró al baño. Prendió la ducha, se despojó de los pantalones grises y la camiseta negra que llevaba puesta y entró a bañarse. El agua resbalaba dulcemente por su cuerpo bien definido y aunque su deseo era quedarse bajo la lluvia artificial por mucho más tiempo, tuvo que salir de la ducha para poder cumplir con el horario de la universidad. Secó su cuerpo y luego lo adornó con las ropa que había comprado unos meses atrás. Bajó las escaleras lentamente para llegar a la cocina y se sorprendió al ver una figura femenina sentada en uno de los banquitos que se encontraban entre la cocina y la sala.
-¿Mamá, qué haces acá?
-Buenos días a ti también, Blake- levantó la vista de la taza caliente que sostenía entre las manos y le rió dulcemente a su hija- y hasta donde yo se, esta también es mi casa.
-Lo siento, mamá- se excusó la chica y fue a donde su madre para depositar un beso en su mejilla.
-Hasta te dejé un poco de café y así es como me tratas- rió.
-En realidad pensaba desayunar en la universidad, pero puedes guardarle ese café a Nick. Y dime, ¿Qué haces acá? Pensé que estarías en el trabajo...como siempre.- esto último lo dijo en voz baja y con un tono de desilusión.
-Le pedí a Armstrong que me cubriera en el turno de la mañana. Ayer la cabeza me dolía demasiado y los pies me mataban.
-¿Qué más se puede esperar después de pasar alrededor de quince horas al día atendiendo a gente enferma en un hospital?- rió con ironía.
-Sabes que amo lo que hago y eso me hace feliz, y ya sabes lo que siempre te decimos tu padre y yo: lo importante es que seas feliz en la vida.
-Sí, claro, siempre lo recuerdo...¡diablos! Me tengo que ir mamá, voy con el tiempo justo.
-Suerte, Blake.
Se despidió de su madre con un beso en la mejilla y salió disparada de su casa. El bus que tomaba todos los días ya se había ido, y sabía que el siguiente tardaría años en llegar así que la castaña decidió irse caminando a la universidad. Se ató el pelo en una coleta y comenzó a trotar en dirección hacia el norte. Se agradecía a sí misma por haberse puesto ropa cómoda y unos tenis esa mañana, no como otros días que además de ir con vestidos iba maquillada y más arreglada a la facultad. También pensaba en los años que llevaba jugando volleyball y en los meses que había ido al gimnasio, si no fuera por eso, no hubiera aguantado el trote ni hasta la mitad del camino. Entre varios pensamientos banales y pequeños instantes mirando el reloj en su celular, Blake llegó al lugar justo antes de su primer periodo. Corrió al aula y tirando un gran suspiro de alivio se sentó en una de las sillas azules de las primeras filas. Trató de relajar su respiración y sacó una botella de agua que llevaba en la maleta, procedió a arreglarse un poco antes de que el profesor de microeconomía cerrara la puerta del salón y comenzara su clase. El profesor terminó de explicar, y cuando Blake estaba preparada para salir por la puerta por la que había entrado alguien la jaló fuertemente por el brazo haciendo que un gemido saliera de su boca.
-¿Pero qué...?- iba a comenzar a insultar a la persona que le impidió salir, pero cuando vió esos ojos color cielo que la habían enamorado alguna vez, se le heló la sangre y se plasmó a verlo en silencio.
-¿Qué pasa, zorrita?- dijo Aaron respirando en el cuello de Blake con una sonrisa maliciosa en su rostro. Blake a penas pudo reaccionar, ya que el miedo que sentía en ese momento la carcomía por dentro.
-¿Qué te pasa, imbécil?- dijo empujándolo para que se apartara de encima de ella. La chica no se había dado cuenta, pero para ese momento los dos se encontraban completamente solos en el salón donde hace pocos minutos atrás ambos estaban tomando clase. Aaron rió negando con la cabeza mientras se volvía a acercar a la castaña.
-Blake, Blake, Blakey...nunca vas a cambiar, ¿ o sí? No lo creo... Una vez perra, siempre perra.
-¿De qué mierda hablas?- Blake estaba perdiendo la paciencia, sobretodo porque cada vez que veía a su ex pareja, sólo podía pensar en lo que había hecho. Nadie merecía depositar toda su confianza en una persona para que luego esta la despedazase frente a sus ojos sin ninguna clase de escrúpulo.
-No, la que me va a dar explicaciones eres tú, zorra. ¿Quién te crees para llegar a clase toda sudada y desarreglada, además jadeando como el animal que eres? Dime, ¿con quién estabas?- Blake se quedó un rato mirándolo confundida con el ceño fruncido, hasta que por fin decidió hablar:
-¿Estas borracho o es que eres tonto?- Aaron apretó sus puños y se acercó más a ella, parecía que la quisiera lastimar físicamente.
-Escúchame bien porque sólo lo voy a decir una vez: nadie me habla así, y mucho menos tú ¿Quién demonios te crees? Vuélveme a decir algo por el estilo y verás como te va.- Blake empezó a temblar y pasó saliva, el rubio la penetraba con la mirada y siguió hablando- y ahora, ¿me vas a decir con quien mierda te acostaste esta mañana antes de entrar a clase o lo voy a tener que averiguar a las malas?
-Aaron, no estuve con nadie. Corrí a la universidad desde mi casa porque iba tarde, lo juro.
-Más te vale que eso sea verdad, porque si no...¡Uy!- rió irónicamente- te metes en varios problemas. Bueno, amor, te dejo. Tengo cosas más importantes que hacer que hablar con alguien como tú. Nos vemos por ahí, Blake.- dicho esto, el muchacho le robó un beso en los labios y se fue sin afán. El frío que reposaba en el metal negro del piercing de los labios del rubio penetró en los labios de ella. Blake seguía temblando y agradeció que el chico se hubiera ido justo antes de que ella rompiera en llanto.

I'D LIKE TO TELL YOU...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora