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Mi respiración es irregular, las gotas de sudor caen por todo mi rostro lentamente haciéndome estremecer. Con cada trote que doy siento mi corazón a punto de estallar, pero tengo que aguantar, solo unos minutos más y acabará todo. Solo es el cielo el que me tranquiliza, y desborda de éste gotas diminutas que me acarician la piel. De la nada, Leo me saca de mis pensamientos.

—Caín te quiero —musita el muy puto. Con pasos rápidos me ha logrado alcanzar y en sus labios se ensancha una sonrisa.

Levanto la vista, las nubes grisáceas que se encuentran en el cielo representan mi estado de ánimo: de muy mal humor. Acelero mis pasos para perderlo de vista. Pero vuelve hacia mí, como si yo fuera un imán humano.

¿No se da cuenta que lo quiero lejos de mí? ¿O qué?

Le doy un vistazo rápido, y veo sus ojos azulados, que brillan en medio de todo el caos. Sus mejillas están pintadas de un rojo suave y cubiertos con sudor. Son increíbles las ganas de estamparle un puñete ahí.

De repente, siento un dolor de cabeza que me produce náuseas. Paro de golpe e inclino mi cabeza hacia atrás, para después respirar hondo varias veces. El mareo va desapareciendo.

—Caín, ¿Estás bien? —Su melodiosa voz me irrita demasiado. Se sitúa a mi costado y trata de examinarme.

—Cállate maricón. —Suelto molesto mientras me dirijo a la banca donde está mi mochila. Saco una toalla y limpio mi cara sudorosa.

Me doy la vuelta y Leo vuelve a correr. No sé si lo que estaba debajo de sus ojos son lágrimas o la fría agua de la lluvia. Tampoco me importa.

Él es un maldito gay que detesto. Uno de tantos.

Lo dejo ahí sólo, en el circuito de atletismo del colegio, mientras el sol se digna a aparecer. Llego a penas a casa por lo cansado que estoy. Subo corriendo a mi habitación y me tiro de panza a mi cama, dejando mi mochila a un lado, o más bien en el piso. A los tres minutos mi madre toca la puerta insistentemente, no oigo su voz pero supongo que es ella. No le respondo. No tengo humor para nada. No después de que un asqueroso gay se me haya declarado.

Los detesto a todos ¡Como podían gustar de otra persona de su mismo género! ¡Es simplemente repulsivo!

Mi padre, por suerte, cura esa enfermedad en su iglesia. Pero todos esos idiotas dicen que Dios los quiere así como son. Mentira. Dios los odia y se van a morir en el infierno, todos esos putos, ni uno solo va a ir al cielo.

Doy un bufido, y me levanto de la cama con las pocas fuerzas que tengo. Me dirijo al baño para tomar una ducha rápida y sacarme todo el sudor que tengo encima. Por lo menos hoy ha sido un buen viernes de entrenamiento, el último del año. Las clases ya se acaban y los clubes deportivos ya se andan cerrando.

El vapor caliente se mezclando con el aire espeso de mi cubículo, el vidrio se empaña lentamente hasta sofocarme por completo. Abro un poco el agua fría para terminar de ducharme, es una costumbre rara que tengo.

Al terminar de acomodar la toalla en mi cintura agarro mi celular para entrar a Facebook. Voy chequeando las publicaciones de mis compañeros mientras me dirijo a mi habitación.

Todos hablamos de lo mismo. Del puto de Leo.

Que lo desprecian, que mañana le van a escribir el pupitre, que todos lo bloqueemos.

Estupideces de niñatos en sí, me bastaba con no hablarle nunca más. Eso le dolería más que cualquier tipo bullying. Ya que debe estar acostumbrado ese tipo de trato desde que empezó la secundaria. O por lo menos eso recuerdo. Todo débil siendo intimidado desde el primer día de clases, y tratando de esconderse bajo sus mechones rubios.

No sé de dónde sacó la valentía para declararse, es algo que nunca tiene ¡Ha!

Después de rebuscar en el desorden de mi armario elijo ponerme unos jeans sueltos y una playera negra. Veo a través de la ventana y aún sigue lloviendo, pero ha bajado la intensidad que ya no se nota tanto. No sé por qué pero me da un poco de sueño y bostezo cansado. Y sin darme cuenta ya estoy tirado en mi cama en medio de un plácido sueño.

HeterofobiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora