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No sé cuánto he dormido, debe ser mucho tiempo porque cuando me levanto me duele todo el cuerpo. Me trono los dedos y la cabeza para relajarme y parece funcionar. Doy un vistazo a mí alrededor, es la misma habitación pero siento que hay algo diferente. Me fijo en la ropa y comprendo. Estoy con una playera amarilla y unos jeans ajustados, que me parecen horribles. Lo único que se me ocurre es que dormí tanto, que no me acuerdo de que me cambie de vestimenta. Voy al baño de mi habitación para cepillarme los dientes, y mientras lo hago veo algunas cosas cambiadas de lugar. Como la pasta dental, que en vez de estar en el vaso junto a mí cepillo se encuentra en el almanaque blanco. Esto me desconcierta.

Enjuago mi boca, llevando el agua de izquierda y derecha. Luego escupo lo restante y coloco el cepillo en su lugar. Pongo las manos en los costados el lavadero y me observo en el espejo que tengo enfrente. Voy viendo cada detalle de mi rostro. Tengo el pelo negro acomodado hacia el lado derecho y los lados rapados. Hace unos días que me lo hice, y aunque mi padre se negaba en un principio, aceptó apenas en cuanto vio mis buenas calificaciones. Mis ojos oscuros son los mismos de siempre y todo de mí. Pero algo me dice que no.

No le doy muchas vueltas y salgo para ir a desayunar. Mediante el reloj del pasillo me doy cuenta que son las nueve de la mañana, por suerte es sábado y tengo todo el día libre. En eso, un dulce aroma de panqueques invade mis fosas nasales, y mi estómago responde con un rugido repentino. En cuanto me acerco a las escaleras el olor es más intenso, me parece raro porque mi madre no sabe hacerlo y peor mi padre. Pero no me importa demasiado y bajo para llegar a la cocina.

Allí veo a mi madre y a una señora que no conozco. Tiene el cabello demasiado corto, tanto que en un principio la confundo con mi hermano, pero supongo que es una amiga nueva. Están cocinando dándome la espalda, mientras charlan toda sonrientes y con algunos toqueteos de por medio. Hace mucho tiempo que no veía a mi madre tan feliz, y me causa curiosidad qué pensará mi padre cuando venga de la iglesia después del almuerzo. Y les quiero preguntar sobre él, pero estoy seguro que no me contestarían.

—Hola señora. —Hago un ademán con la mano en dirección a la desconocida—. Buen día ma...

Ambas voltean y me miran extrañadas, no me importa y me siento en la mesa con desgano. Agarro un pedazo de bizcocho que hay en frente de mí y le doy un gran mordisco.

—Hijo, por favor no le digas a tu mamá señora. —Me reta dándole vuelta al panqueque de la sartén y trayéndome una taza de café bien cargado.

Me tiemblan las manos. Mi mamá no hace ese tipo de bromas.

—E-Ella no es mi madre —digo confundido con el estómago revuelto e intento descifrar si me está mintiendo. Pero regresa junto con la señora para seguir con lo suyo.

— ¿¡Qué!? —expresa la otra dándose la vuelta y llevando sus manos a la cadera en modo de broma. Tiene algunas arrugas en las mejillas, pero sus ojos negros tienen una chispa de juventud. Y muestra una leve sonrisa—. Oh, vamos Caín. Sabes que no me gustan tus chistes.

Ahora me tiembla todo, no logro comprender lo que sucede. Me voy corriendo a mi habitación y me encierro allí, cerrando con pestillo. No sé qué hacer.

Y ahora puedo ver lo que me parecía diferente en la mañana.

Hay una foto de Leo en mi repisa ¡¿Qué hace allí?! Por impulso la tiro y estalla en mil pedazos al estamparse en suelo de madera. Lo que antes era vidrio, ahora es una constelación brillante, transparente y aterradora. Pero la foto de Leo sigue completa, sin ningún daño y me pone en un estado nervioso, la agarro rápido y la parto en dos, en tres, en mil partes de papel.

¡¿Dónde mierda estoy?!

¡¿Es un sueño no?!

Me pellizco en mi brazo con fuerza para tratar de despertar, pero parece que no funciona. Alguien toca la puerta e intenta girar la perilla varias veces. Pero no lo logra. Retrocedo algunos pasos y choco con la cama.

—¡No abriré! —grito a todo pulmón, cayéndome en una superficie suave pero produciendo un fuerte ruido. Que alarma al que está afuera.

—Hijo... ¿Estás bien? —Reconozco la voz de la otra mujer, la que parecía hombre está del otro lado.

Mi corazón se empieza a acelerar, sintiendo que en cualquier momento va a dejar de bombear sangre. Mis manos sudan descontroladamente, todo mi cuerpo suda.

—S-si ma... —miento tratando de bajar la voz.

Todavía no sé qué está pasando pero debo averiguarlo. Se escuchan sus pasos alejarse. Tomo esto como una oportunidad y abro las cortinas situadas al costado de mi cama. Todo lo que veo me deja perplejo, mujeres agarrándose descaradamente la mano, banderas del color del arco iris en cada casa del vecindario y algunas parejas gay besándose. Caigo en cuenta de que está es la realidad y no un simple sueño.

Una repugnante realidad.

HeterofobiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora