A menudo, Zèon recordaba las tardes que había pasado junto a su profesor de Alquimia, tiempo atrás, en una de las torres de palacio. Nevaba suavemente en el exterior y los ojos azules del pequeño zorro ártico se perdían en los dibujos que los copos de nieve trazaban sobre el cielo gris. Su maestro, mientras tanto, anotaba alguna fórmula incomprensible en la pizarra, antes de girarse hacia él. El viejo zorro solía mesarse la barba con una zarpa mientras le dirigía una mirada suspicaz y, a continuación, recitaba aquellas palabras que el joven recordaba con tanta claridad, casi como si fueran un mantra.
-Verás, *********; el problema del mundo es que está en constante cambio –solía explicar, con aquella gastada voz que parecía crujir como las páginas de los viejos pergaminos -. No puedes fiarte de nada. Los motivos y patrones de las cosas nunca dejan de cambiar, guiados por la necesidad de un mundo que no tiene lógica. Pero ahí está la clave, ¿sabes? El movimiento caótico de todo es el origen de la vida, y también su final. –Y aquí, siempre hacía una pausa, taladrándole con una mirada dolorosamente cargada de realidad -. Así que nunca te fíes del mundo. Aunque quisiera, jamás podría cumplir su palabra. Y nunca olvides quién eres.
>>Es lo único que la vida no puede arrebatarte.
Aquella mañana no fue distinta a ninguna otra.
Zèon abrió los ojos poco antes de que la alarma del edificio sonara con fuerza, un desagradable sonido agudo y penetrante con el que tiempo atrás se había visto obligado a familiarizarse. Casi como si pudiera ver a través de las paredes, el zorro ártico percibió cómo todos los demás se despertaban uno tras otro, en sus respectivas habitaciones. Las camas crujían tras una noche de sueño profundo, pero poco reparador; una noche sin sueños, llena de incertidumbre. En apenas unos minutos, el sonido de las zarpas al pisar en dirección a la ducha y de las insulsas conversaciones que despabilaban a la gente por la mañana se harían demasiado fuertes como para ignorarlos. Zèon tendría que seguir sus pasos. Siempre era así. No había objeción posible.
Al menos él no tardaba en ponerse alerta una vez despertaba. Luca tampoco. Zèon podía ver que, al otro lado de la habitación, el lobo ya se había incorporado y se dirigía hacia la puerta. Ambos cruzaron una muda mirada de entendimiento, como hacían siempre, pero aquello fue lo más parecido a una conversación que mantuvieron. En cuanto la cola gris de Luca hubo desaparecido por la puerta de la habitación, Zéon se arrastró hasta el borde de la litera y asomó la cabeza, sujetándose a la barandilla con cuidado de no caerse.
-Hola, Koi –dijo, con suavidad.
Sus ojos estaban fijos en un pequeño bulto que permanecía justo al otro extremo de la cama. Estaba envuelto en sábanas, pero parecía respirar levemente a juzgar por el lento movimiento de su cuerpo. En cuanto oyó su nombre empezó a removerse, demasiado enredado en las mantas como para poder reaccionar más rápido. Pero Zèon esperó, pacientemente, hasta que entre los pliegues apareció un pequeño hocico de un color tan blanco como el suyo.
-Buenos días, Zèon –respondió una voz suave y dulce; la voz de un niño -. ¿Has dormido bien? ¿Qué hora es?
-Hora de despertarse –contestó el zorro ártico, como si aquello fuera suficiente.
-Lo suponía –murmuró la otra voz, pensativa -. Siempre es hora de despertarse cuando abrimos los ojos. ¡Qué puntuales debemos ser!
Comentarios como aquel conseguían dibujar una pequeña sonrisa en el hocico de Zèon, lo que dadas las circunstancias no era poco. Sin embargo, tal muestra de debilidad sólo tenía lugar cuando ambos se encontraban a solas. Zèon no estaba dispuesto a permitir que los demás supieran que existía alguien capaz de hacerle sonreír. Además, dudaba de que se hubiera atrevido a hacerlo públicamente.

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Garragélida
Mystery / ThrillerLos kane y los fehlar llevan siglos enfrentados. Sin embargo, ahora que miembros de ambas razas han sido recluidos en la misteriosa prisión que ellos conocen como "La Caja", su lucha podría dar paso a una pequeña tregua. Zèon es consciente de que l...