Capítulo 5 - Penumbra

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Aquella noche, Zèon no pudo pegar ojo.

Al mínimo movimiento, aún podía sentir el agudo dolor que los latigazos habían dejado no sólo sobre su espalda, sino dentro de su cuerpo. Sentía todos sus músculos agarrotados y doloridos, casi como si le hubieran obligado a dormir durante mucho tiempo en una postura imposible. Zèon creía que aquello se debía a la descarga eléctrica de los latigazos, aunque no habría podido asegurarlo. Aquello ya hacía que conciliar el sueño fuera difícil, pero no era lo único que le impedía dormir en aquellos momentos. Junto con el dolor físico, aún estaban los amargos recuerdos de su pasado y, sobre todo, la preocupación por saber que los residentes de la Caja ya conocían su secreto. ¿Cómo reaccionarían los fehlar al saber que en el pasado no había sido más que un vulgar esclavo de la más baja clase?

Si había algo que Zèon detestaba era parecer débil. Sabía que sus emociones le hacían parecer débil, que su apariencia física le hacía parecer débil y que aquella marca que le habían grabado en la piel le hacía parecer débil. De esas tres cosas, sólo podía controlar las dos primeras. Por eso, desde el momento en que había entrado en la Caja, había sentido la necesidad de ocultar aquel siniestro tatuaje de manera casi obsesiva. No quería que nadie le mirara por encima del hombro por ser quién era, ni que le prestaran una ayuda que él jamás había pedido, ni necesitaba. Sólo quería parecer alguien normal.

Y, sin embargo, ahora todos sus esfuerzos para conseguir aquello se habían evaporado en el aire. Todos sabían que no era normal, ni lo había sido nunca. Todos sabían que, en algún momento de su vida, no había sido más que un objeto.

Zèon dirigió una larga mirada a Luca. El lobo se había quedado en la cabecera de su cama, sentado, mientras le sostenía la zarpa; pero las horas habían ido pasando y finalmente no había podido evitar caer dormido. En ese momento, su cabeza descansaba contra uno de los postes de la litera y roncaba suavemente. La mirada del zorro ártico se tiñó de ternura y esbozó una leve sonrisa, mientras sus ojos recorrían el rostro del único ante el que habría mostrado sus sentimientos abiertamente, el único al que habría permitido conocer sus debilidades físicas; el único al que se había atrevido a contar por qué tenía aquella marca en la cintura. Si había tratado a Koi siempre como a un hermano pequeño, Luca era para él el hermano mayor que nunca había tenido. Zèon no sabía qué habría hecho si le hubieran quitado a uno de los dos. A veces pensaba que habría sido como volver a perder a su familia de nuevo.

Las noches en la Caja eran extrañas. No se escuchaba ni un solo ruido en los pasillos, y de las habitaciones de otros kane o fehlar tan sólo parecían provenir pesadas respiraciones somnolientas o algún ronquido. Nadie estaba despierto a aquellas horas; Zèon apostaba a que ni siquiera los guardas continuaban en sus puestos. La noche era, quizá, el único momento en el que se respetaba un poco la intimidad de sus presos (a excepción de las duchas, claro estaba).

En realidad, Zèon no recordaba haber pasado nunca la noche despierto en la Caja. Siempre se sentía extrañamente cansado, terriblemente agotado, como si el mero hecho de estar allí atrapado le robase la energía. Por aquel motivo, disfrutó del silencio que parecía respirarse en el aire; de la certeza de que era el único lo suficientemente consciente como para disfrutarlo. A pesar de la presencia de Luca a su lado, quería sentirse solo.

Necesitaba sentirse solo y aquella noche en vela se lo permitía.




Aquella fue la primera mañana en la que, cuando la alarma sonó, Zèon ya llevaba despierto más de un par de segundos. No había conseguido dormir en toda la noche y el paso de aquella absoluta y perfecta tranquilidad al ajetreo normal de cada mañana le pilló con la guardia baja. Por un segundo, casi lamentó que el silencio y la quietud de la noche se hubieran desvanecido, aunque no tardó más de unos cuantos segundos en acostumbrarse a aquel nuevo ambiente.

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