Capítulo 8 - Fracaso

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Los días pasaron lentamente.

Con el tiempo, Zèon se las apañó para ignorar la intensa culpabilidad que le asaltaba cada vez que miraba a Ike a los ojos y le mentía diciéndole que le quería. Se convirtió para él casi en un acto natural, involuntario; lo decía de manera automática, tanto era así que en ocasiones temía que el león se diera cuenta de que no sentía realmente lo que le decía.

Sin embargo, Ike nunca tuvo dudas respecto a él o, si las tuvo, no lo demostró. Se limitaba a sonreír, complacido, y a lamerle la frente o abrazarle con fuerza mientras le susurraba al oído lo mucho que le importaba. Zèon se dejaba mimar, emocionado por el afecto que le profesaba el león, pero incapaz de darle nada a cambio más que las vacías palabras de su mentira. En silencio, deseaba haber sido capaz de amarle. Sabía que Ike lo merecía, que debía conseguir encontrar a alguien que le correspondiera con la misma intensidad con la que él amaba al zorro ártico. Zèon, desgraciadamente, no era la persona indicada y lo sabía.

Normalmente Ike se reunía con él en su habitación y pasaban el día encerrados juntos, sentados o tumbados en alguna de las camas, mientras charlaban o simplemente disfrutaban de su mutua presencia. Zèon tenía siempre cuidado de cerrar la puerta y no permitir que nadie les viera, puesto que aún tenía en mente la advertencia de Shiba. Además, sentía que ya iba a perjudicar lo suficiente a Ike como para además poner en entredicho su derecho al trono fehlar. Lo último que deseaba era causarle más problemas de los necesarios.

Sin embargo, y a pesar de sus precauciones, era inevitable que ciertas personas se enteraran. En cierta ocasión, Vent entró una vez sin previo aviso en la habitación y encontró a ambos fundidos en un apasionado beso. Aquello no sólo consiguió que dejara escapar un grito de la impresión, sino que encima le avergonzó tanto que pasó varios días sin hablarles, a pesar de que Ike le quitara importancia al asunto. Shiba, por su parte, se enteró rápidamente gracias a su cercanía con Ike... y al hecho de que sabía leer sus expresiones casi tan bien como Zèon las de Luca. No dijo nada, pero el zorro ártico era capaz de sentir la mirada de recelo que le dirigía ahora cada vez que se cruzaban por la Caja.

Quizás la reacción menos llamativa fue la de Luca. Se limitó a mirar, comprender lo que estaba ocurriendo y continuar con su día a día, sin llamar la atención. Zèon no sabía a ciencia cierta si el lobo era consciente de que sus sentimientos por Ike eran falsos, o si creía que realmente estaba enamorado de él. Lo único que percibía en la mirada de Luca era un creciente brillo de impaciencia que parecía pedirle que le contara al león todo lo que había averiguado lo antes posible. Zèon sólo sabía, porque lo había intuido durante una comida en la que cruzaron diversas miradas, que el lobo tenía la intención de permanecer una noche en vela y salir a investigar la Caja a solas, cuando los guardas ni siquiera estaban en sus puestos. Zèon había asentido imperceptiblemente, dándole a entender que iría con él, pero también había dirigido una significativa mirada a Ike. Tres pares de ojos ven más que uno y el zorro ártico esperaba que una vez le hubiera contado lo que habían averiguado, Ike se uniera a aquella improvisada expedición nocturna.

Sin embargo, los días pasaban y Zèon no encontraba el momento adecuado. A cada hora del día, tenía la sensación de sentir en su nuca la fría mirada de Sophia, taladrándole fijamente. Pasaron dos semanas y el brillo impaciente en los ojos de Luca creció casi hasta extinguir su tono rojizo.

Una mañana, el lobo le dirigió a Zèon una mirada cargada de significado. <<Es hoy>> parecía querer decir <<. O se lo dices hoy, o nos vamos sin él>>.

Zèon decidió que había llegado el momento de hacer de tripas corazón y confiar en su buena suerte. Quizás aquel día Sophia tuviera cosas más importantes que pensar que la relación que ambos habían empezado hacía ya más de dos semanas.

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