Capítulo 3

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Agosto

Ese mismo día bajé las escaleras mientras lloviznaba.
Eran de piedra. Por lo tanto, las gotas de agua se enfrascaban en las pequeñas cavidades que la roca por sí sola formaba.

Olivia ya había ido en busca de su grupo. Yo, en cambio, solo quería encontrar a Kai. Y daba la casualidad de que ambos destinos eran el mismo. El que debía buscar y el que quería encontrar.

Entonces me encaminé a la explanada, donde la reunión de los novatos se llevaría a cabo. Ahí se nos otorgaría nuestro horario, el reglamento, y uno que otro recordatorio.

Al sentir las pequeñas gotas sobre mi nariz y, sucesivamente, por todo mi rostro, tomé mis lentes y limpié sus vidrios. Obviamente, el éxito no fue mucho, pues quedaron peor.
Fue ahí cuando pensé que quizá sería mejor no usarlos. Después de todo, me habían dicho que me veía mejor sin ellos.

«La vanidad ante todo», qué tonta yo.

De igual manera, pensé que si me deshacía de ese pequeño estorbo,  Kai me vería con otros ojos. Los únicos que no pudieron verlo a él fueron los míos. Literalmente. 

En ese momento mi gran idea de belleza pareció ser un gran obstáculo en mi camino hasta él, pues me fue totalmente imposible vislumbrarlo durante la pequeña reunión.

No hubo mucho que hacer, pues estaban en su estuche, enterrados en mi mochila y ya no podía sacarlos de nuevo hasta llegar al salón.
Además, mientras Kai me mirara así, ¿qué importaba si yo solamente veía sombras a mi alrededor?

—La ceremonia de inauguración se cambia a las nueve, por el clima —dijo una de mis futuras compañeras, sin fijarse en que estaba sacándome de la fila para recoger su horario.

Así que pasaríamos directamente al salón con nuestro maestro asignado. Y estaba a tan solo minutos de ver a Kai.

Cabe mencionar que entoces me dí cuenta de que ni siquiera los lentes me hubieran permitido encontrarlo entre el tumulto, pues claramente no estaba.

Seguramente llegaría tarde o estaría con sus amigos de tercero.
Tan solo pronunciar eso en mi cabeza sonaba emocionante.

«Tiene amigos más grandes»

Todo en él era emocionante.

(...)

Nos acomodamos en el salón y yo estuve a punto de sentarme con Fabeth. No porque estuviera tomando al toro por los cuernos, simplemente quería investigar si tenía razones para llamarla a ella un inconveniente.

A fin de cuentas nunca supe por qué dejó de hablarme.

—Beth —dije en algo que prontamente se convirtió en un susurro totalmente apagado por tres cabellos castaños que ocuparon los lugares libres.

—Mila —escuché a mis espaldas algo que reconocí como una esperanza antes de procesar las palabras—, ¿te paso tu estuche?

Era Christa sosteniendo mi lapicera en la mano y colocándola en la mesa de junto.

Yo la había puesto ahí con tal de apartar el lugar en caso de que Fabeth y su arrogancia hicieran presencia.
Pero fue Christa quien decidió por mí.
Se le hizo fácil solamente moverme tomar mi lugar.  

—De hecho estaba apartando el lugar —dije sin recibir respuesta alguna.

Las cuatro chicas se sentaron ocupando la primera fila del laboratorio en herradura, y colocaron sus mochilas con tal decisión que parecía casi un pecado pensar que lo que hacían estaba mal.

«Vamos, no les pertenece este salón»

Pero no iba a entrar en discusiones. Y menos si todavía había un lugar disponible en la esquina.

Me senté en la mesa blanca y simplemente les rodé los ojos. Es obvio, no pertenecía a su grupito. El mío estaba en otra parte.

Pero eso no evitó que se formara el nudo en mi garganta. Saber que yo no era bienvenida en ni uno solo de esos tres lugares fue bastante difícil.
¿No estábamos aquí para empezar de cero?

Me moví nerviosa en el banco cuando las demás chicas pasaron detrás de mí, todas con una gran sonrisa y muchas anécdotas del verano.
Pasaron sin siquiera notar el lugar vacío.

Cuando entendí que no era bienvenida con unas, y las otras no se sentían bienvenidas por mí, comencé a temblar.

Faltaba muy poco para dar por concluida la marcha de gente que entraba por el salón, y el lugar de junto seguía vacío.

De pronto Erika pasó junto a mí y me sonrió. Mi corazón se aceleró, pues ya no quedaba mucho tiempo y ella parecía ser mi salvadora.
Pero su nombre resonó en la esquina de atrás y corrió a sentarse con Jill.

Comencé a acomodar mi estuche nerviosamente y sacar lápices totalmente nuevos para fingir que estaba ocupada.
Ya habría oportunidad de arreglar la situación en otro momento, pero se estaba acabando el tiempo.
Por ahora solo me quedaba fingir demencia.

Y el tiempo se había acabado.

Venía lo peor. Encontrarme con esos ojos oscuros  y verme obligada a seguir su caminar mientras me pasaba por alto, pues tan solo me vería como la chica que se sentó sola en la esquina. Y no como la simpática niña rodeada de amigas, cuyas anécdotas de las vacaciones retumban por el salón y no pueden ser ignoradas.

Agaché la mirada. En cualquier momento cruzaría por esa puerta.

Mientras estudiaba la mesa y sus imperfecciones, y las demás chicas reían con fuerza de sus propios chistes, mi corazón se aceleró y los pensamientos dejaron de surtir efecto.

Ahí estaba él.

Y yo no quería voltearlo a ver. No mientras mis ojos destellaran tantas emociones.
Pero sabía que ahí estaba, pues su voz era inconfundible.
Vi su chamarra verde militar abrirse paso por la entrada y fue ahí cuando ya no pude evitar levantar la mirada.

Mi corazón se detuvo por unos segundos.
«En verdad está aquí»

Honestamente yo no lo podía creer, sentía que en cualquier momento me lo iban a arrebatar.

Observé mi lugar vacío.

Estar en la esquina era algo triste.
El salón constaba de dos herraduras. Yo estaba en la más cercana al pizarrón y además en la orilla, en el fin de la herradura.
Pero me veía como una rechazada en el extremo y ya no podía hacer nada.

La primera vez que compartíamos salón y ya se llevaría esta impresión de mí.

Se encontró con un par de amigos, a los que saludó con gusto pero no los siguió al fondo del salón.

Me fijé con descaro en su cabello negro y la forma en la que la luz caía sobre él. Caminaba despreocupadamente haciendo señas amistosas a sus amigos, y simplemente se sentó.

Ahí, en el primer lugar junto a la puerta. En la otra esquina de la herradura.
Ocupaba el lugar paralelo al que yo hacía unos momentos había querido rechazar por ser el de la esquina. Y lo hizo suyo con tal seguridad que solo me quedaba agradecer que no hubiera habido un asiento para mí junto a Fabeth ni Christa ni nadie.

Aunque varios materiales de laboratorio nos separaban por algunos metros, lo tenía de frente a mí.
Veía con total claridad sus manos relajadas y su risa seguir la conversación de sus amigos aunque estuvieran sentados en otra parte.
Y aproveché para analizar sus movimientos aunque yo aún no trajera mis lentes. Pero eran tan seguros que nadie necesitaría siquiera abrir los ojos para presenciarlos.

Sonreí ampliamente, pues lo que me preocupaba hace unos minutos había sido una tontería.
Aunque obviamente Kai no se iba a sentar junto a mí, se sentó al otro lado del salón en el mismo lugar que yo.

Por estar contigo © [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora