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Puede que John tuviese razón... Puede que no esté preparada para vivir ahí afuera, en el mundo real. Y es que ahora mismo soy incapaz de levantarme de la cama.

Llevo tres días encerrada en mí habitación. Siento cómo si mi sangre fuese espesándose más y más a cada minuto que pasa. Estoy convencida de que finalmente se detendrá y acabará colapsándome las venas paralizando así mi corazón. Un corazón que ya no late.

Apenas consigo respirar con normalidad y, aunque seguramente no voy a morir, si esta es la vida que me espera tal vez lo preferiría. El dolor que siento es insoportable.

En realidad sólo hay una cosa que me mantiene con vida. Si yo muriese le mataría. Y él es inocente. Él no pidió ser concebido. Él no escogió crecer en mí vientre. Lo único que me queda de John está dentro de mí.

¡Estoy tan asustada!

Me aterra la idea de tener que confesarle a mí padre que estoy embarazada. La verdad es que no dejo de decepcionarle y eso no hay amor paterno que lo resista. Sin duda este será el mayor disgusto que le daré. Y digo daré porqué pienso ocultárselo todo el tiempo que me sea posible. Mientras tanto trataré de recuperar su confianza.

Después del tercer desayuno de la mañana y su correspondiente visita al cuarto de baño para ver cómo el contenido de mí estómago se pierde por la taza del water, vuelvo a sentir esa terrible sensación de vacío. Un vacío que recorre mí garganta y se instala en la boca de mí estómago. ¡Juro que incluso puedo percibir cómo una corriente de aire circula por mí interior! Ayer descubrí algo que consigue aliviarme un poco las náuseas. Si mantengo un caramelo de miel y limón el suficiente tiempo en mí boca mitigo un poco ese efecto.

Desde que comparto el cuerpo con mí pequeño huésped, ya no lo controlo. Es una sensación extraña. Es extraño tener mucha hambre, comer y vomitarlo todo en el acto. Es extraño dormir a todas horas sin llegar a sentirte descansada jamás. Es extraño que todo sea tan imprevisible. Un pedazo de John se a apoderado de mí tal y cómo John se apropió de mí corazón para acabar arrancándomelo.

¿Qué será de mí?

¿Qué será de mí pequeño?

No soy tan valiente como creía...  

Bien entrada la tarde decido salir por fin al exterior. Creo que un bañito rápido en la piscina no puede hacerme ningún mal, ¿no? Se supone que cuando estás embarazada debes engordar y engordar, pero por cómo me va de holgada la braguita del bikini juraría que estoy adelgazando.

Con el ánimo por los suelos cruzo el jardín en dirección a la piscina. Camino de la misma descubro a Karen observándome desde la ventana de la cocina. Y, aunque trata de ocultarse tras la cortina, la he descubierto in fraganti. Seguro que ya se dirige a la piscina cargada con una jarra de zumo recién exprimido y unos sándwiches.

La verdad es que está realmente preocupada por mí. En realidad todos están bastante preocupados por mí. Dan y Karen siempre están pendientes de mis movimientos, cómo han hecho toda la vida. Y a pesar de qué mí padre está algo molesto conmigo, sé que en el fondo esta encantado de que esté de vuelta. Hasta me atrevería a decir que el diablo rojo muestra cierto interés por mí, y eso que ahora ella es el centro de atención.

Con sus seis meses de embarazo, Olivia ya tiene contratada una comadrona que la atiende las 24 horas del día. Juntas realizan ejercicios de preparación para el parto, gimnasia para gestantes y yoga. Además estudian modernas técnicas de crianza y enseñanza para utilizarlas con mis dos hermanastros. ¡Pobrecillos! ¡Todavía no han nacido y ya los compadezco! Ese monstruo que tienen por madre programará sus vidas minuto a minuto sin darles la oportunidad de improvisar. Incluso ya tiene en nómina a las niñeras de los pequeños, una para cada uno de ellos, con las que ensaya las rutinas a seguir cuando llegue el momento. No sé si lo había mencionado, pero los dos futuros Smith-Waldman serán dos niños, Michael y Benjamin.

EL GUARDAESPALDAS  (segunda parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora