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A la mañana siguiente, estaba tan agotada, que ni siquiera me di cuenta de cuando John se marchó a rehabilitación.
Cuando desperté, mí padre ya se había levantado y estaba preparando la bolsa de "J".
Le observé en silencio mientras abría y cerraba los cajones de la cómoda en busca de pañales, toallitas húmedas y un par de mudas para el pequeño, sin percatarse de que éste ya estaba despierto y le contemplaba anonadado.
Pero "J", al advertir mí presencia, balbuceó "mamá" , y fue entonces cuando mí padre se dió cuenta de que estaba junto a la puerta.
Instantes después ya tenía a mí cosa bonita de grandes ojos en brazos y, momentos después, el abuelo me revelaba sus intenciones.

-¡ Buenos días, Mia! He pensado que podría pasar el día con mí nieto, ¿que te parece?

-Bueno, pues no tenía planes para hoy, pero me vestiré y nos ponemos en marcha- aseguro.

- Mia... me refería a "J" y a mí - puntualiza mí padre.

-Ah..., bueno, esta bien- titubeo- John todavía está en rehabilitación, pero estoy segura de que le parecerá bien.

Y poco después de despedir a mí padre, y a mí pequeño tesoro, me doy una larga ducha para, a continuación, vestirme con un atuendo que hacía tiempo que permanecía colgado en mí armario.
Al contemplar mí reflejo en el espejo incluso me pongo algo nerviosa. Quiero estar guapa para mí chico, porqué pretendo pedirle una cita.

Ya de punta en blanco, espero a John frente a la puerta de nuestra casa.
Él, algo cansado después de realizar sus ejercicios, estaciona el coche justo delante de la vivienda y se acerca a mí algo contrariado.

-¿Que es lo que he olvidado?- me cuestiona dubitativo.

-Nada, cielo. Sólo quería proponerte que salieses conmigo.

- Y, ¿qué celebramos?- me cuestiona.

-Pues que tenemos una cita, y ¡te invito a comer!- aseguro con una sonrisa de oreja a oreja.

-Esta bien- consiente John- Tú trae a "J" mientras yo ajusto el cinturón de su sillita. Antes me ha parecido que estaba demasiado holgado.

- "J" y mí padre han salido a dar una vuelta. Estamos solos... - puntualizo con una pizca de picardía en la mirada.
John no quita la vista de mis labios mientras pronuncio esa última palabra.

-¿Y no prefieres que nos quedemos en casa?- me rebate cuadrando su mandíbula a la vez que me muestra cuan seductora puede llegar a ser su caída de ojos.

-Vamos a comer fuera y, al regresar a casa, nos encargaremos del postre- aseguro mordiéndome el labio.

Siguiendo mis indicaciones, John detiene el coche en el aparcamiento del supermercado. Y, aunque parece que tiene sus dudas, no le preocupa el lugar que haya escogido, porqué lo importante no es el dónde, sino el con quién.
Me encanta salirme con la mía y todo esta saliendo a pedir de boca.

De la mano de John, nos encaminamos hacia los puestos de comida rápida que hay frente a la línea de cajas, y eso le confunde más si cabe.

-Pues... ¡ya hemos llegado!- aseguro satisfecha.

-¿Taco Bell? ¿Hemos venido a comer unos tacos?- me cuestiona sin salir de su asombro.

-¡Si!, tú, yo, y unos tacos, ¿no te parece un plan realmente perfecto?

-Pues... - responde dubitativo.

-Pues a mí me gustas tú, y me encantan los tacos... - aseguro con una sonrisa.

Y John hace una mueca con la que pretende darme finalmente la razón.

Tras atiborrarnos sin mesura tratando de no mancharme la ropa, y después de abrir bien la boca en cada bocado para no despintar mis labios, nos encaminamos hacia la salida cuando un dulce aroma se cuela por mis fosas nasales provocando que la boca se me haga agua.

La visión de unas fresas, unas grandes y jugosas fresas maduras y oscuras que están a punto de convertirse en batido me despiertan la imperiosa necesidad de saborear tan dulce manjar. Pero se me antojan más mezcladas con yogurt, y se lo hago saber a John.

Instantes después ya estamos en el interior del supermercado en busca de mí capricho.

Paseo de la mano de mí soldado de gesto serío por los pasillos del supermercado. Romántico, ¿verdad?
No sé si lo es, pero yo lo siento así.

Y ya frente a los yogures con trozos de fresas que se me han antojado, me hago con uno de ellos, bueno, con un par, que, al ser de vidrio, chirrían al rozarse.

Más feliz que una perdiz nos encaminamos hacia la línea de cajas y pagamos los yogures. Y muero por saborearlos, y muero de anticipación pensando en el segundo postre que sucederá al yogur. Dulces fresas, mí rudo caramelo y un ratito a solas...
¡Qué más se puede pedir!

Justo junto a la doble puerta automática que da paso a la salida diviso a un hombre merodeando cerca de nuestro coche.
Y, al fijarme en detalle, corroboro que es él, que es ese maldito hombre otra vez.
Y, sin saber como, los yogures se me resbalan de las manos y acaban rotos y esparcidos por el suelo.
John se gira de inmediato al escuchar el estruendo y, al observar lo pálido que se ha vuelto mí rostro, se percata de que algo no va bien.

-¿Qué sucede Mia?- me pregunta preocupado.
-Es ese hombre... - titubeo.
-¿Qué hombre? ¿Dónde está?- me cuestiona con el gesto serio.
-Está junto al coche... junto a nuestro coche - respondo con la voz entrecortada.

Y, antes de darme cuenta, pierdo a John de vista. Instantes después lo localizo zigzageando sigilosamente entre los coches. Pronto esta junto al nuestro y, en cosa de segundos, propicia un primer golpe seco al hombre cuya visión me ha estado atormentado ultimamente.
Decido correr hacia él. Correr hacia el hombre al que temía, pero apenas veo más que los golpes que John le propicia.
Los transeuntes se acercan para tratar de mediar y detener a John, porqué el hombre no se defiende, y John no se detiene. Pero él está cegado.
De entre todos los que se acercan me llama la atención una mujer de larga cabellera rubia que le grita desesperada suplicando que se detenga.
Finalmente yo también le pido que se detenga, porqué realmente el hombre parece que ha perdido el conocimiento.


EL GUARDAESPALDAS  (segunda parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora