Movió la tapa del ataúd sin necesidad de sobre esfuerzo, esta cedió fácilmente a la reducida fuerza de sus músculos entumecidos. La luz naciente que cegaba sus ojos lo distrajo, contemplaba las marchitas flores de su caja negra que formaban un edredón acolchado. Se sentó un momento en el pasto a un lado de su ataúd y abrazó sus rodillas, el viento le alborotaba los cabellos.—Todo terminó... Ellos ya están bien...
Pisadas lejanas e insistentes le llamaron la atención al instante, su oído había aprendido a diferenciar esas pisadas de las de cualquier otra persona. El corazón se le aceleró y entonces lo vio. Cayó a un lado junto a él y lo aprisionó entre sus brazos fuertes, la respiración de ambos era agitada.
—Tsunayoshi, ¿estás bien?
—Sí, sólo un poco débil porque mi cuerpo está entumecido —respondió con una sonrisita dulce correspondiendo al abrazo, escondió su rostro en su pecho y las lágrimas corrieron, esta vez de felicidad—. Te extrañé mucho, Kyoya.
—No hables, estás débil —respondió besando sus labios suavemente. Como los había extrañado...
El castaño se dejó hacer por el azabache que lo besaba con desesperación pero de manera tierna, no quería que su cielo se cansara mucho. La respiración de Tsuna se normalizó al cabo de un rato, que Hibari aprovechó para profundizar el beso. Se separaron, mirándose a los ojos, se extrañaban. El dormir y amanecer juntos, el amarse sin preocupaciones.
—¡Décimo!
—¡Tsuna!
Esas dos voces interrumpieron sus deseos de volver a besarse, pero Tsuna no cabía de felicidad. Todos estaban ahí, todos resistían las ganas de llorar. Lambo no se contuvo y salió corriendo directo a sus brazos, llorando. Eran su familia, estaban en las buenas y en las malas. Estuvieron presentes en la ceremonia de sucesión pero también en el funeral que todos creían una cruel y absurda realidad.
—Estoy de vuelta —susurró, antes de caer en la inconsciencia.
Hibari lo sostenía en sus brazos, no disimulaba su preocupación, retiró los cabellos que reposaban en su rostro y besó con miedo su frente, como si fuera un muñequito de porcelana que se rompería si eras demasiado brusco.
Sus ojos no se volvieron a abrir hasta dos días después, cuando lo hizo, su amado estaba abrazándolo con fuerza, dormido. Se incorporó para darle un cálido beso en los labios que acabó por despertarlo. Tsuna sonrió apenado y con un ligero rubor en sus mejillas, pensó por un instante que a Hibari no le había gustado que lo besara. La duda se disipó cuando el mayor le aprisionó las muñecas y lo besó con deseos muy suprimidos, la boca del castaño era su adicción, su pasatiempo predilecto era besarlo hasta el cansancio.
—Kyoya... —susurró, mientras el azabache le besaba el cuello.
—Te extrañé, no sabes cómo te extrañé —admitió sin pena, siguiendo con su trabajo de besar el cuello del chico—. Todas esas noches sin poder besarte, me dolieron.
Tsuna soltó el primer gemido al aire cuando sintió los dientes de su nube sobre su nuca. Tapó su boca, no quería hacer mucho ruido, era vergonzoso. La piel del cielo era suave y tersa, el tacto era un éxtasis profundo, besar esa piel era un sueño. Y el único con el derecho a soñar con él era Hibari.
—Me dijiste que morirías —comenzó a deshacer el nudo de su bata con la que dormía, debajo no llevaba nada—. Me preparé, me dije muchas veces que no te dolería, que sólo dormirías.
—Kyoya, yo... —quiso hablar entre gemidos ahogados.
—No digas nada, sólo escúchame a mí —sentenció, deslizando la bata por los pecaminosos hombros del castaño—. Al principio tuve deseos de castigarte, ¿sabes? En tu funeral, las gotas de lluvia me recordaron a tus lágrimas.
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Una realidad alterna. (Hibari x Tsuna)
Fanfiction¿Quién sabe qué es lo que pasaba en el futuro mientras Tsuna vivía normalmente? La vida de él y de sus guardianes continuaba, llena de tragedias, de desgracias así como de momentos felices. En medio de toda esa tragedia, Hibari y Tsuna se buscaban...