A la par de las campanas.

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El bosque en el que se encontraban tenía centenares de árboles que tapaban la cruenta batalla de los ojos de la ciudad, el choque de armas y las explosiones, sin embargo, no había quien las aplacara. Corría con el corazón en la boca, a punto de salírsele, cada latido le punzaba y zumbía en sus oídos como abejas. Su intuición lo llamaba, más cerca, un poco más.

—¡REBORN! —gritó llevando sus manos a su pecho, a todo pulmón.

El hombre de traje y fedora abrió los ojos, ambos combatientes se detuvieron para mirarlo negar desesperadamente con la cabeza. Su padre y tutor tenía una herida sangrante en su brazo derecho y una cortada profunda en su abdomen. Su respiración estaba agitada, incluso el inhalar el aire hacía que le doliera todo el cuerpo.

—Tsuna, lárgate.

—No —le respondió de manera pedante, sus píldoras en una mano y sus guantes en la otra.

—¡Te dije que te fueras!

—¡No! —le espetó más fuerte, entrando en su modo última voluntad, sus ojos más furiosos que nunca, máscara que ocultaba su verdadera y real tristeza.

Se movía campante y viéndolo todo con satisfacción, sus ojos violetas se ensancharon con felicidad y su boca se curvó en una retorcida sonrisa. Dolor, angustia, Sawada Tsunayoshi estaba dispuesto a pelear aún sabiendo que no tenía oportunidad de ganar. Esa era la reacción que tanto estaba buscando, la reacción de pérdida, porque él ya había perdido algo.

—Déjalo Reborn-kun, tu alumno podría darme mucha diversión —se fue acercando al castaño poco a poco, quedando detrás de él y llevando su mano para atacarlo en el pecho.

—¡Disparo! —las balas rodeadas de llamas del sol salieron disparadas evitando que atacara, pero sin rozarle en lo absoluto.

Se acercó y lo abrazó, como nunca lo había abrazado, como abrazaría a al hijo que nunca pudo tener. Ahora lo entendía, todo lo que Luche le decía acerca de ser madre, que amaba más que a nada a ese bebé que reposaba y se formaba en su vientre. Esa fue su historia, la de él fue amar a un estudiante como si fuera su padre, amarlo hasta la muerte. Acarició sus cabellos castaños al sentir que derramaba lágrimas con miedo y besó su frente.

—Llévatelo de aquí, cuídalo mucho, por favor —lo estrechó una última vez y le puso su fedora sobre la cabeza.

—¿Qué? ¡No! —agarró con desesperación la manga del traje negro cubierto de sangre.

—Tsunayoshi, perdóname.

Miró a la cuarta persona, a la que Reborn se había dirigido anteriormente. Hibari lo miraba con tristeza, una tristeza profunda que nunca le había visto en toda su vida, se le fue acercando. Y lo golpeó en el estómago haciendo que cerrara los ojos y se doblara de dolor. La nube lo sostuvo entre sus brazos, Tsuna todavía estaba medio consciente, lo suficiente para escuchar.

—Aplauso blanco...

Un grito de dolor. Le resonó en los tímpanos, la cabeza le iba a estallar.

—N-no, no es posible —el cuerpo inerte de su tutor cayó al suelo, la misma sensación de un derrumbe—. ¡No! ¡NO!

Un golpe más en su nuca y él también cayó, en brazos de su nube...

Sus ojos habían perdido brillo, apretaba con todas sus fuerzas la fedora de su amigo, padre y maestro. Hibari estaba a apoyado en una pared sin atreverse a decir nada, compartía su dolor de manera silenciosa.

—¿Por qué...? —lo escuchó susurrar.

Momentos antes estuvo entre la espada y la pared, quería que el bebé viviera, también había sido su apoyo moral para seguir creciendo. Pero si lo salvaba descubrirían la base secreta, todos podían morir si eso sucedía, pero si no lo salvaba, y eso ya estaba sucediendo, corría el riesgo de perder el amor de su pequeño cielo. ¿Qué podía hacer entonces? Veía al frente y toda la familia corría peligro; veía a su derecha y Tsuna lo odiaba; veía a su izquierda y Reborn moría; veía para atrás y los tres corrían la misma suerte. No tuvo otra opción, la seguridad era su mayor prioridad en ese momento.

—Está muerto, Kyoya... Se murió —sabía que Hibari lo estaba mirando, pero su vista estaba fija a un punto inexacto en la inmensidad del cielo que se veía por la ventana.

—Tsunayoshi, perdóname.

—Yo no... ¿por qué lo hisciste? ¡¿Por qué no me dejaste salvarlo?! ¡Responde!

Trató de suavizar los ataques a su mente pensando que su cielo hablaba por tristeza y coraje, por impotencia, pero eso era justificarse. No sabía cómo responderle, no sabía cómo hacerle entender que sólo quería lo mejor, no sabía. Tsuna lo miraba con el rostro quebrado y el corazón hecho pedazos, esperaba una respuesta, de verdad que la necesitaba.

—Fue lo mejor, Tsunayoshi, yo...

—¿Qué de mejor tenía si Reborn iba a morir? ¡Mi padre murió, Hibari!

—Tsuna escúchame.

—No me digas así, sólo... vete. Necesito tiempo para pensar en todo esto, no puedo estar contigo sin recordar a Reborn, sus heridas.

Por primera vez en su vida se sintió débil, expuesto y ciertamente con una amargura en el pecho que fácilmente se deduce, eran ganas de llorar. Pero no pudo, no podía. Bajó su cabeza, sin saber muy bien qué era eso que le oprimía el pecho y salió de allí muy sigiloso.

—Te amo, Tsuna —fue lo último que le dijo.

Pasaron separados el día siguiente, ninguno supo nada del otro y el dolor les impedía buscarse y abrazarse como siempre. El cielo tenía ahora dos dagas en su cuerpo, ya había perdido a su padre y no quería perder también al amor de su vida. Lo había lastimado, habló sin pensar, pero no se atrevió a decir nada hasta el día después. Se reunieron ahí los arcobalenos restantes, su propia familia, Hibari y él mismo.

—Lo sentimos mucho —se disculpó apenado Fon, el arcobaleno de la tormenta.

No respondió ni agradeció nada, sólo calló y los demás también lo hicieron. La nube se moría de ganas por consolarlo entre sus brazos, hacerle saber que compartía su dolor, que realmente lo sentía. Sin embargo, el primero que se acercó fue el castaño, con la mirada gacha.

—Kyoya, perdóname. Sé que lo hiciste para protegerme, a mí y a todos —su voz se quebró pero no le importó—. Sé que me amas, eres mi compañero, mi más grande amigo, mi pareja. Yo no quería decirte eso... yo sólo quería dejar de sentir dolor y te lastimé. Te amo mucho, por favor perdóname.

Rodeó con sus brazos el cuerpo de su pequeño cielo y lo estrechó con fuerza, sintió como lloraba en su pecho y apretaba sus brazos con desesperación, gritando y sollozando sin importarle nada. Sus amigos y familia lo veían desechos, algunos también lloraban, pero lo hacían en silencio.

—También te amo, Tsuna. Reborn también te ama, eres nuestro pequeño tesoro, los dos acordamos protegerte y cuidarte. Es tu padre y soy tu esposo, eres lo más importante para nosotros... —le hablaba en plural, si Tsuna no quería reconocer su muerte, pues que no lo hiciera. Él le seguiría hablando por los dos, amándolo por los dos.

Las lágrimas le nublaban la vista.

—Te llevó al altar y yo te recibí, te entrenó y yo te ayudé a ser más fuerte. Él nos presentó y yo me declaré, también es mi maestro, ¿sabes? Me enseñó muchas cosas, pero me enseñó a quererte sobre mi vida, tal vez en eso somos iguales.

—Pero no quiero... que tú también te vayas.

—Eso... no lo decido yo. Eso lo decide el tiempo.

...
¡Primera actualización de los viernes! 😆😆😆

Nos leemos pronto💕

Una realidad alterna. (Hibari x Tsuna)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora