El sueño

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La puerta corrediza del ropero empezó a abrirse lentamente. De allí se asomaban unos dedos con largas uñas retorcidas y resquebrajadas. Sol retrocedió hasta dar contra el borde de la cama y se tapó con la sábana hasta la nariz. Por alguna razón, al hacer esto se sentía protegida, como si un pedazo de tela fuese más fuerte que un escudo de acero.
La puerta terminó de abrirse. La mano que en su momento estaba abriendola volvió a esconderse en la oscuridad. Dentro estaba completamente oscuro. De a poco se empezaron a asomar unos pies descalzos, un vestido largo y de algún color que la oscuridad no permitía apreciar, unas mangas que escondían sus brazos y sus manos y, finalmente, una larga cabellera negra que cubría completamente su cara.
Sol se quedó paralizada, dura como una piedra, semiacostada en su cama, esperando que algo ocurriera. La chica llevó lentamente su brazo izquierdo a su cara, y deslizó su pelo como una cortina, dejando ver una pequeña parte de su cara. A diferencia de todo, su ojo brillaba fuertemente. Blanco como la luna, con una estela verde alrededor de su pupila dilatada. Su mirada penetraba la de Sol como una bala. Y así estuvieron las dos, por minutos, mirándose fijamente. Sol no quería despegar su mirada de la chica. Sentía que, si lo hacía, le daría tiempo para abalanzarse sobre ella sin que llegara a reaccionar. Pero eso no sucedió.
En cambio, la primera en reaccionar fue la chica. Levantó ahora su brazo derecho, en dirección a la puerta corrida y presionó su uña contra ella. De la uña empezó a emanar algo negro, como tinta, cada vez que la deslizaba sobre la madera. Las lineas negras dibujadas empezaron a teñirse de rojo fluorecente y finalmente en un amarillo potente. Estaba quemándola. Cada línea empezó a cobrar sentido. Todas se unieron para formar un dibujo, una letra: F

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