Sovrevivir (CAP 4)

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¿Para qué existimos? ¿Qué sentido tiene nuestra vida? Probablemente, la pregunta más dicha luego de ¿Qué hora es? En mi opinión no hay una respuesta contreta a eso, sino más bien es la respuesta que cada uno tiene cada sobre el propósito de SU vida; respuesta que voy a intentar dar a lo largo de los próximos capítulos. Pero primero lo primero.  
El propósito de la existencia de cualquier ser vivo es nacer, sobrevivir hasta dejar descendencia y luego morir. Pero a los seres con conciencia, como nosotros, los humanos, no les basta solo con eso. Nacer y morir es inevitable, eso es claro. Pero la parte de sovrevivir depende de nosotros y nosotros podemos decidir cómo hacerlo. Esa es la ventaja de la conciencia.
La mayoría de los animales SOBREVIVEN en la naturaleza gracias a su instinto. En toda la historia de su recorrido, el ser humano fue cada vez más pasando de sobrevivir a vivir.
Hoy en día, las comodidades que tenemos a disposición, el avance de la tecnología y la urbanización desplazaron la palabra SOBREVIVIR a los animales o la gente que aparecen en los shows de televisión. Aunque tristemente hoy en día hay mucha gente que debe sobrevivir en su vida diaria (gente que tiene que trabajar duro todo el día para tener pan en la mesa), la respuesta que estoy intentando encontrar es el sentido de MI vida; y quizas tambien el de los que están leyendo esto.         
Entonces, si no tenemos que esforzarnos para sobrevivir, ¿cuál es el sentido de nuestra vida?

Sol se hizo esa pregunta un día, a eso de los 12 años, cuando el cerebro empieza a tener pensamientos mas profundos. Aunque muchos los podemos responder, hay otros que no. El "Cual es el sentido de mi vida" rondó por su cabeza por días. Siempre que no estaba haciendo la tareao dibujando algo ese pensamiento dominaba su memoria. Intentaba distraerse lo más posible para no pensar. Sus dibujos eran mas serios (y no confundamos serios con mejores).
Finalmente, al cabo de unos días, logró sacárselo de la cabeza con la frase que le dijo Chiara: -¿Para qué querés saber eso? Vivila y listo.-  Esa respuesta fue
más que suficiente para que Sol se
calmase.
Después de eso, la pregunta
volvió a aparecer solo en raras ocasiones y era respondida automáticamente. 
Vivila y listo. Fue una respuesta
demasiado simple para tan inmensa
pregunta. Pero bastó y es lo que
importaba.
Pero los días antes del sueño, volvió a
aparecer. Y la frase de Chiara no fue
suficiente para pararla. El pensamiento
atormentaba su cabeza y era imparable. Quizas por todos los acontecimientos ocurridos, la tristeza y depreción se apoderaron de su memoria y no la dejaban pensar con optimismo.
Esa sensación, a la que Sol llamaba "Fiebre de domingo", empezó a aparecer a eso de los 11 años. Se hacía presente cuando no sociabilizaba por mucho tiempo con sus amigos. Aparecía por lo general los domingos y algunos días de las vacaciones. Sol la describía como una roca gigante que caía de una pendiente. Si uno intentaba detenerla, sería aplastado completamente; en cambio, si uno solo corría podía esperar a que llegue a un lugar llano donde la roca perdería impulso y finalmente se frenaría sola. Sentía que había leído esa metáfora en algún lado pero no recordaba dónde. Ningún psicólogo encontró una forma de detener la "Fiebre de Domingo", así que solo quedaba esperar a que ocurriese y, cuando lo haga, intentar evitarla.

Ese día estaba soleado y, por alguna razón, irradiaba una buena vibra. Parecía que el clima iba de la mano con el estado de Sol (aunque solo era una coincidencia que no siempre se cumplía). Sol estaba acostada contra la ventanilla del colectivo, sentada en el asiento que daba a esta. De la parada a su casa, el entorno cambiaba de más denso a menos denso. Cuanto uno más se acercaba a su casa, más tranquilo se volvía todo. Había menos gente, menos tráfico, menos edificios y más árboles. Eso en parte era un buen punto ya que todo estaba tranquilo y la poca gente que había era amistosa.
Mientras viajaba sacó de la mochila su cuaderno de dibujos (tenía el celular pero prefería guardarlo por precaución) y se puso a bocetear algo que ni ella sabía lo que era. Decidió que lo mejor era dejar el lápiz apoyado en el cuaderno y que la misma calle dibujara.
(Calle de las 100 cuadras, quiero ver tus pinturas raras)
Ese verso esbozó una sonrrisa en la cara de Sol, que ahora tenía la vista clavada en la ventana para no ver lo que la calle dibujaba. 
(Calle de las 100 cuadras, te daría mi rostro para que me dibujaras)
Le parecía divertido inventar versos al azar. Algunos quedaban en su mente y otro desaparecían completamente, para regresar en los momentos más oportunos.
(Calle de las 100 cuadras, brillo que refleja miles de caras)
Cerró los ojos. Y se metió en su mundo interno. Un lugar donde todo podía suceder, hombres lobo con esqueletos de árboles, entes brillantes cubiertos por capas hechas de hojas, montañas con caras, una chica con cabello largo negro que cubria toda su cara, menos su...
Ojo. Sol se despertó
- ¡La parada! Me quedé dormida. No no no no no
Agarró sus cosas, guardó el cuaderno, corrió hacia el fondo del colectivo y apretó el botón para que se detenga.
- Bueno, no es tanto problema, estoy cerca.
Cuando el vehículo se detuvo, Sol bajó por las escaleras y corrió hacia su casa. El llegar a su destino, sacó sus llaves y abrió la puerta. Entró por el garage, como era de costumbre.
- Mamá no está, se habrá quedado trabajando.
Revoleó la mochila, colgó la campera y se tiró en el sillón. Su gata, Zoe, entró por la ventana y se fué a su rinconcito a comer, limpiarse o sabe quién qué cosa. Miró hacia arriba y cerró los ojos.
- Qué fué ese sueño? Esa chica... el cuaderno
Alcanzó la mochila, abrió el cierre y sacó el cuaderno de un tirón. Lo abrió y corrió las hojas hasta el destino del último dibujo. Cuando lo vió, sintió una sensación de calor extremo, como cuando el profesor te pide la tarea y no la tenés. El dibujo que la calle hizo la dejó petrificada.
- F... no... no puede ser.

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