Protegido

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Ónix

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Mi día había sido nefasto; había salido de casa temprano con una idea en mente: Ir a todos los lugares posibles a solicitar empleo de medio tiempo. Eran vacaciones de invierno y esperaba conseguir el puesto que sea; dado mi nula experiencia y escasa madurez. Pero a pesar de mis anhelos el resultado era más que obvio. En todos los sitios que acudí, o la gran mayoría, me recibieron con una negativa y una frase recurrente: "Eres menor de edad"

Así que con la cabeza gacha y un pesar latente sobre mis hombros decidí entrar a una pequeña cafetería; tenía frío y la lluvia no amenizaba mi estado alicaído.

Siempre pasaba por aquel lugar cuando volvía casa de la secundaria; me quedaba al paso, pero como la mayoría de las veces andaba con el dinero justo para tomar el transporte, no podía darme el lujo de entrar a comer algo y luego no tener forma de regresar a mi hogar.

Pero aquel día cargaba con más dinero de lo normal, precavidamente por si me tocaba usar más transporte de lo habitual, pero aquel hecho no fue tal; tenía el suficiente efectivo para volver y me quedaba algo más para llenar mi estómago con algo dulce y calentito.

Al entrar una ola de calidez me abrazó dándome la bienvenida al icónico lugar de aroma azucarado y café. Me acerqué a un mostrador, observé la vitrina y tras hacer contacto visual con el hombre de zafiros ónix murmuré:

—Un capuchino y un pan holandés—pedí al azabache quien me sonrió y emitió:

—¿Un mal día?—le sonreí avergonzado; al parecer mi desgano se notaba.

—He tenido peores—canturrié viendo como se movía de allá para acá haciendo mi pedido.

En el lugar había apenas cinco personas dispersas en las diminutas mesitas, y al parecer—dado el clima—, no aumentarían en número. Recibí mi pedido y me aproximé a una de las últimas mesas junto al ventanal. Dejé sobre la madera una carpeta con folios repetitivos de información privada, mi café y una bolsita marrón con mi reciente compra.

Sentado con el cilíndrico de cartón entre mis palmas me quedé quieto con mi mente divagando absorta mientras mis ojos se deleitaban observando como el agua se deslizaba por el cristal empañado. Mi monótono estado fue roto cuando oí, de forma sorpresiva, el desliz de un plato sobre la madera. Frente a mi había un cupcake sobre una servilleta con la imagen corporativa impresa de la cafetería. Extrañado miré al sujeto quien había puesto aquello que no había solicitado y este resultó ser el mismo quien me atendió; sin mascarilla ni sombrero dejándose relucir completamente

—Estamos probando una nueva receta, esta es la primera tanda, ¿qué te parece el sabor?—no pude evitar sentirme abrumado por su semblante; era guapo—. Soy Yuu Shiroyama—se presentó junto a una deslumbrante sonrisa que me hizo calentar las mejillas.

—Takanori...—emití tímido por mis pensamientos fuera de lugar. No era correcto, no cuando ambos éramos hombres.

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Habían pasado dos semanas desde la última y primera vez que había entrado aquella pintoresca cafetería del centro. Siempre pasaba por ahí; por afuera nada más porque temía de mis emergentes emociones y hormonas adolescentes. Había terminado concluyendo por evitar el lugar porque aquel hombre me había hipnotizado con aquella banal plática y atenciones amables que nadie había tenido conmigo, y por ello era consiente de mi tendencia aferrarme a pequeñeces que yo únicamente captaba terminando herido por una fantasía.

Vinculados [Reituki]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora