Una Aventura Confidencial (Parte 2)

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Caminamos en silencio y después de unas cuadras encontramos un lugar que nos pareció vacío, escogimos una de las mesas que daban contra le ventana y pedimos un café.

- Ojala Miami siempre estuviera así – dijo después que el mesero se retiró con nuestra orden, mirando hacia la calle. Los ojos, color chocolate, le brillaron.

Imaginé que pensaba en voz alta y acompañé su comentario con un leve asentimiento de cabeza. – Es menos desagradable – admití sin embargo. Camila me miró y volvió a acomodar el mechón que le caía sobre los ojos.

Con el café el mesero nos ofreció galletas, escogimos unas de una bandeja y después de unos sorbos Camila quiso saber cómo me iba con la librería.

- Más o menos. Se lee poco - dije sin mucho ánimo.

- Me parece un trabajo envidiable – comentó Camila.

- ¿Qué? – pregunté, bastante sorprendida.

- Vender libros – dijo con una sonrisa que me causó bastante ternura.

Le di la razón para que no pensara que me quejaba de mi trabajo. Después de morderse el labio con delicadeza, Camila contó que era enfermera. Pareció reflexionar durante un momento y enseguida protestó, del lugar donde trabaja, del creciente cinismo de algunos médicos y del abandono y desconsideración al cual eran sometidos los pacientes, aún así habló con pasión de su oficio; mientras la escuchaba, volví a pensar que era hermosa.

- Siempre quise ayudar a mis semejantes – concluyó.

- Es una virtud escaza en estos días – dije mirando sus ojos.

Camila no pareció convencida con mi comentario y miro hacia la calle, aproveche la pausa para preguntarle de dónde me conocía; al parecer no esperaba que sacará tan pronto el tema y mirando hacia atrás antes de responder, como si quisiera asegurarse que nadie nos oía.

- La primera vez que la vi fue en una foto – dijo sin mirarme.

- ¿Una foto?

- Una foto en la que usted estaba con Keana Issartel – explico arreglando nuevamente su mechón de cabello detrás de su oreja – ¿Se acuerda?

Resultaba imposible recordar de que fotografía me hablaba Camila pero, cuando los recuerdos invadieron mi mente, recordé algunos rasgos de Keana, sus repentinas carcajadas, su cuerpo bien definido, hacia más de quince años de nuestra última conversación. No recuerdo las verdaderas razones de nuestro distanciamiento, fue durante la universidad que ella quería ser novelista y mi idea era poder establecer mi librería, cosa que con años y esfuerzo había logrado. Después de la graduación no volví a saber de ella.

- Usted no me va a creer y le parecerá una historia absurda y tonta – dijo Camila en un susurro – pero durante un tiempo y solo por esa fotografía que guardaba Keana me alcance a enamorar de usted.

Desacostumbrada a ese tipo de declaraciones sentí, además del pulso acelerado, un ligero rubor que no pude disimular. Supuse que Camila se daba cuenta que no lograba comprender porque enseguida preguntó:

- No me cree, ¿cierto?

Solo se me ocurrió decirle que me tomaba por sorpresa, era lo más fácil.

- En la foto – siguió Camila y alcance a pensar que se divertía con la expresión que debía de mostrar -, Keana, supongo, le contaba un secreto y estaban en un grupo y según por lo que me dijo celebraban en un cumpleaños. La elegí a usted por tener los ojos más lindos que había visto. Me obsesioné y Keana, aunque siempre lo negó, se que sintió celos.

Traté de disimular mi asombro, y agregó que durante un tiempo Keana sospechó de encuentros clandestinos entre ella y yo.

- Lo más curioso de todo es que Keana nunca desapareció la foto, ahora la tengo en mi casa – explicó y termino la frase con una corta carcajada.

- ¿Eran muy amigas? – pregunte con sincera curiosidad.

- Vivimos juntas durante algunos años. Sin embargo quiso separarse y no volví a verla durante un tiempo; luego me llamo para despedirse, me dijo que se iría del país y que de ser posible no volvería.

Hizo una pausa y se mantuvo en silencio mirando por la ventana, mientras tanto encendí un cigarro para acompañar los últimos sorbos del café; pude ver la melancolía en sus ojos y sentí que me embargaba una ligera tristeza.

- En la última conversación – continuó – Keana me pidió que si pasaba más de un año sin noticias suyas, la buscara y le entregara este recado.

Sacó de uno de los bolsillos de su chaqueta un sobre blanco que contenía una cartulina verde y con letra manuscrita decía: "Quédese con la biblioteca". Me quede perpleja con esa especie de orden que me daba, a la que consideraba desde hace un tiempo, una desconocida, traté de devolverle el sobre. Camila, sin cambiar su gesto, levanto la mano y aclaró:

- Es suyo. Además ya pasaron más de quince meses desde la última vez que supe algo de Keana.

- No entiendo – dije.

- Keana no va a volver, y a nadie, le preocupan los libros. Si acepta, la biblioteca se queda con usted.

Aunque sabía que las palabras de Camila eran sinceras no consiguieron convencerme del todo. Me esforcé en recordar hasta donde había llegado mi amistad con Keana para que tomara esa decisión, pero no venia nada a mi memoria más allá que el gran interés que compartíamos por la lectura. Pero era una práctica que por esos años compartía con otros conocidos.

- Tengo la llave del departamento – declaró Camila – duermo allá todos los fines de semana, podemos ir y ver la biblioteca.

- No sé – respondí sin decisión – tendría que pensarlo.

- ¿No está segura? – preguntó mirándome directamente a los ojos, como si pudiera ver a través de ellos y saber la duda que me embargaba. No es fácil creer que alguien de la noche a la mañana viene a hablarte de una herencia, que te deja una antigua conocida – sabía que no me creería – se quejó y me sentí culpable al ver que bajaba la mirada.

- Claro que le creo – recalqué – Lo que pasa es que la historia es algo complicada. Le confieso además que pocas veces sentí verdaderos deseos de buscar a Keana.

Camila hizo una mueca y reconoció que el encuentro había sido algo violento, después de una breve disculpa recalcó que Keana jamás dejo de considerarme como su mejor amiga.

- Estaba muy interesada en su librería – comentó como si eso apaciguara la terrible confusión que me embargaba.

- ¿Su mejor amiga? – insistí luego que el mesero retirará las tazas.

- Sí – afirmó sin burla.

Miré en silencio hacia la calle tratando de procesar todo aquello, me sobresalté, no solo por el regalo inesperado, sino también por la fraternidad que durante años guardo Keana. Descubrí que Camila me miraba con impaciencia.

- ¿Qué dice? – quiso saber

- Deme su número de teléfono y la llamo mañana o el lunes.

- Si no estoy – dijo mientras escribía un par de números – déjeme un mensaje, en todo caso se dónde encontrarla.

Camila insistió en pagar la cuenta pero no podía permitirlo, afuera del café, volvió a hablar:

- No hay nada raro, es solo un golpe de suerte. Keana así lo quería. Eso es todo.

Por un segundo pensé en pedirle que se quedará un rato más, podríamos ir a un cine, pero ella me tendió la mano para despedirse.

- Por lo menos vaya a conocer la foto – dijo y empezó a caminar.

No supe que decir y deje que se alejara, cuando llegó a la esquina se volteó y movió tímidamente la mano. Con la escaza luz que quedaba volvió a brillar su cabello, entonces un absurdo pitazo a mi derecha me sacó de una imagen que otra vez creía perfecta.

Subidos De Tono    Cuentos de Amor [CAMREN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora