"Bienvenido al lugar donde tus deseos serán saciados con piel de terciopelo y aromas exquisitos. Un rato de diversión y placer, sin límites".
Harry leyó la inscripción brillante que adornaba la puerta de aquel elegante emplazamiento. No parecía haber una fila en la que formarse o algún guardia al que enfrentarse, así que solo se decidió a entrar.
Dio dos pasos dentro de lo que parecía un largo pasillo rodeado de papel tapiz de un tono rojizo bastante propio y unos cuadros que dejaban ver tras la mica unas bellas ejemplificaciones de algunas obras de arte abstracto.
Parpadeó y siguió con su camino, pendiente de lo que se encontraba a su alrededor. Todo lucía muy elegante y similar a lo que su amigo Zayn le había contado.
"Mucha diversión, tetas, culos, borrachera y más culos, pero con fineza".
No se lo creía, aunque lo tuviese ante los ojos. Era quizá solo la primera impresión. Aún faltaba llegar al lugar donde la verdadera diversión comenzaría.
Cuando finalmente llegó dando zancadas hasta la entrada, esperó unos segundos antes de abrir la puerta con una mano y asomar la cabeza, dudoso.
Silencio.
Silencio y un aroma dulzón que embistió sus fosas nasales con violencia.
Se echó para atrás, alejándose un poco de la entrada. Era una exageración de perfume lo que había en ese lugar, y dudaba resistir un minuto ahí dentro.
Decepcionado y algo molesto, se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia la salida, cuando escuchó una voz tras él.
—¿Ya te vas?
Se dio la vuelta, sobresaltado.
Un hombre de hombros anchos y cabello rubio lo miraba provocativa e interrogativamente, mientras alzaba una ceja y mordía su labio. Vestía solo un par de pantalones y estaba descalzo sobre la alfombra aterciopelada del suelo.
—¿No piensas entrar? Si te vas, no puedes volver.
Harry alzó una ceja, sin poder despegar la mirada del abdomen perfectamente marcado del hombre.
—¿Cuánto debo pagar?
El hombre frente a él no hizo más que reír por lo bajo y avanzar hasta él y tomarlo por la muñeca.
Harry se estremeció cuando sintió el aliento de aquel extraño sobre su oreja mientras susurraba:
—En este lugar, los guapos no pagan. Soy Eric.
Después de decirlo, soltó la muñeca de Harry y le dio la espalda para avanzar hacia la entrada del lugar. Al llegar a la puerta, la abrió y miró a Harry con duda.
—¿Vienes?
Harry no pudo hacer más que avanzar hasta él y mirarlo unos segundos antes de entrar en aquel lugar tan exageradamente acicalado y de un aroma nauseabundo.
Arrugó la nariz ante la sensación molesta del dulce aroma del ambiente, y se dio tiempo para observar lo que pudo. No había reflectores coloridos y olor a alcohol, droga o impunidad. Reinaba el silencio y el ambiente de comodidad quitando el olor a horroroso perfume de dama, mientras que el lugar en sí, mantenía una elegancia sofocante y al mismo tiempo satisfactoria que le hacía preguntarse qué estaba buscando ahí.
Alguien carraspeando la garganta lo sacó de sus pensamientos y dirigió la mirada hacia el apuesto rubio que lo había recibido. Ahora éste se encontraba tras una especie de mostrador.
—¿Qué? ¿No piensas entrar?
Harry abrió los ojos ante la pregunta. Sin duda no tenía idea de qué hacer.
—¿E-entrar? ¿Cómo?
Eric rodó los ojos como si estuviera tratando con el idiota más grande del mundo.
—Ven. Yo mismo lo haré.
Eric salió de su lugar y se dirigió a una puerta muy ancha que se encontraba en uno de los extremos del cuarto, abriéndola.
Harry se apresuró a seguirlo, y su confusión iba creciendo conforme pasaba por más puertas. Al pasar aquella, se encontró con otro cuarto con una extensión increíblemente enorme. Todo en ese lugar era de color púrpura y estaba realmente oscuro, toda la extensión alumbrada por un candelabro en el techo, del que colgaban 6 velitas que parecían a punto de apagarse.
El lugar constaba de 4 paredes, en las cuales había aproximadamente 10 cortinas por cada pared, todas del mismo tono púrpura que lo demás.
Harry no pudo evitar abrir la boca ante la majestuosidad de todo aquello, y se replanteó por qué se suponía que estaba ahí, si solo había llegado buscando una distracción de los problemas con su novio.
Eric lo condujo hacia una de las cortinas púrpura y la abrió con cuidado antes de dejar entrar a Harry a lo que parecía ser una habitación perteneciente a algún hotel lujoso que solo podría pagar una persona rica.
Al entrar, observó todo con suma curiosidad. Una mesa de caoba perfectamente encerada, adornada con un frutero lleno hasta el tope de todo tipo de frutas exóticas y algunas uvas, un par de copas y una botella que parecía contener vino; en la pared, más cuadros que dejaban ver algunos interesantes ejemplos del arte abstracto; un sillón que lucía bastante cómodo, en uno de los rincones de la habitación, y lo que más había llamado su atención, una cama matrimonial, perfectamente tendida y cubierta con sábanas de seda color escarlata y cojines que combinaban a la par. Podía imaginar para qué estaba ahí.
Después de pasar algunos segundos observándolo todo, se giró para encarar a Eric y empezar con la diversión. Pero justo unos momentos antes de que Harry pudiese acercarse, Eric habló.
—Iré por tu acompañante. No tardará. Espero que disfrutes tu estancia, chico guapo.
Harry pareció recibir un golpe.
¿Mi acompañante?
—¿Ah?
Eric rodó los ojos de nuevo.
—Sí, tu acompañante. Ahora vuelvo, ¿sí?
Pero Harry habló antes de que pudiera marcharse.
—P-pero creí que tú...
Eric puso los ojos como platos.
—¡¿Yo?! ¡Por supuesto que no! Yo solo soy auxiliar, recepcionista y director de esto, no soy uno de los productos. Lo lamento. Ahora sí. Traeré al chico.
¿Productos?
Se quedó pasmado ante la respuesta. No esperaba a nadie.
Se sentó en el sofá y escondió el rostro tras sus manos, cuestionando la trivialidad de todo aquello.Cuando ya empezaba a desesperarse por la tardanza, escuchó voces tras la cortina, aunque no comprendía lo que decían. Se levantó y miró hacia la entrada, expectante.
Unos segundos después, un chico delgado y perfectamente formado apareció frente a él. Lucía pequeño aunque no débil. Incluso desde su lugar podía notar su aroma a perfume, diferente al del lugar. Tenía un rostro perfectamente delineado, labios rellenos y mejillas sonrojadas, una nariz respingada y una piel acaramelada que lucía suave. Para coronar la exquisitez de su rostro, un par de zafiros brillantes que lo miraban con algo mezclado entre el temor y el atrevimiento; algo que no pudo descifrar sino adorar.
Se miraron unos segundos, antes de que algo que Harry no esperaba, sucediera.
El chico, que iba cubierto solo con una bata de baño color beige, tiró de esta hacia atrás, descubriéndose a sí mismo totalmente, dejando ver a Harry toda su fisionomía y casi cada rincón de aquella piel acaramelada y dulcemente perfumada.
Harry sintió un tirón en su entrepierna cuando entrevió una sonrisa curvando los labios de aquel chico, que no parecía sufrir vergüenza alguna.
Harry tragó saliva, nervioso, pero el otro se apresuró a hablar.
—Soy Louis. ¿Quieres empezar ya?
...
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