Harry dejó los lentes de Louis en el lavamanos mientras sobaba su espalda, susurrando palabras de ayuda al menor, quien vomitaba todo lo que había comido. Empezó a murmurar la melodía favorita del castaño.
—¿Te sientes mejor? — preguntó cuando el más bajo paró de botar todo en el retrete.
—No mucho, pero sí — Louis suspiró, sorbiendo su nariz —. Sólo me duele la pancita — hizo un puchero con sus labios, apretando su estómago. Harry rió enternecido.
—Vamos a tomarnos la medicina y luego a dormir, ¿sí? — el rizado acurrucó entre sus brazos el dedicado cuerpo del menor, apresándolo contra su torso. Con cuidado, le ayudó a salir del baño.
Y es que era su deber. Responder las preguntas que Louis le hacía, sin importar cuál fuese. Enseñarle qué era el amor, el cariño y el cuidado; sin herirle ni siquiera un cabello. Darle mimos en la noche o besos tronados en su panza cuando se sintiese enfermo.
¿Por qué? El virus letal en otros países estaba acabando con toda la población, y Louis era el único ser humano inmune. A la edad de 18 años y seis meses, él sería asesinado para salvar al mundo. Harry era el encargado de que el castaño disfrutase su vida hasta el final, viendo cómo con cada inyección sus recuerdos de niñez se borraban. ¿Qué haría cuando lo olvidara a él?
Porque, oh, pobre Harry. Nadie te mandó a enamorarte perdidamente de Louis Tomlinson.