La cometa roja

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Un hombre alto, de cabello oscuro que aparentaba unos treinta años y una pequeña niña ojizaul con una gran melena rubia que le llegaba hasta los hombros, que aparentaba la edad de Valerie, se encontraban en una amplia llanura verde. Un sol enorme adornaba el cielo y las nubes que se podían divisar se contaban con los dedos de las manos. El viento corría fuerte e imponente pero al parecer ninguno de los dos sentía frío alguno. La pequeña iba corriendo y tratando de hacer volar una enorme cometa roja y aquel hombre iba tras ella, tratando de seguirle el paso. Sin embargo, sus intentos eran inútiles, a pesar del fuerte viento y de la velocidad a la que corría la niña, la cometa siempre caía estrepitosamente a la yerba.

El señor no decía ni hacia nada al respecto solo miraba fijamente a la niña con una sonrisa.

Sorpresivamente, después de tomar una gran bocanada de aire, la pequeña sale corriendo sosteniendo entre sus manos, el delgado palito que le permitía manejar la cometa. Corre sin mirar atrás y solo se concentra en su propósito .Parecía que se estaba quedando sin aire cuando finalmente lo logro. El gran objeto de plástico se elevó en el cielo y se mantenía firme, sin intenciones de bajar. Lo primero que hizo la pequeña fue mirar atrás y gritar:

-¡Papi! ¡Lo hice!

Pero no había nadie tras ella. Miro por todas partes preocupada.

-¡Papi! ¿Dónde estás?-gritó de nuevo, pero nuevamente no hubo respuesta.

Corrió y corrió por todo el campo verde que parecía no tener fin pero no había nadie ni nada solo verde y más verde por todos lados. La aflicción y la desesperación tomaron control de ella. Se podía notar en sus ojos. El gran sol que adornaba el cielo ya no estaba y solo se podían divisar densas y oscuras nubes. Siguió corriendo y tratando de salir de aquel lugar pero no podía. No había inicio. No había final.

-¡Papi!-gritó con todas sus fuerzas mientras veía en todas direcciones y el cielo crujió como si se hubiera roto en miles de pedazos.

Entonces desperté. Mi corazón latía a mil por hora y sentía bastante dificultad para respirar. Es la tercera vez que tengo la misma pesadilla.

Me levanto rápidamente y me siento al borde de la cama sin salirme de la cobija. Trato de tranquilizarme, creo que no debí comer tan tarde.

Me quedo un buen rato viendo por la ventana. Un montón de lucecitas se veían a los lejos. La ciudad nunca duerme. Una sed incontrolable se apodera de mí y después de que mi cuerpo haya vuelto a la normalidad, decido ir a la cocina.

Me paro y voy en puntillas tratando de no hacer mucho ruido, lo cual es imposible porque los tablones del suelo son muy viejos y rechinan como si no hubiera un mañana. Todo estaba oscuro así que no vi que Valerie había dejado todo el corredor decorado con sus juguetes y se me incrusto la punta de uno de ellos en el pie.

-¡Maldición!-dije entre dientes y agarrándome el pie. Estuve a punto de perder equilibrio pero por suerte pude agarrarme de la pared.

-Esa niña me va a escuchar...-volví a hablar entre dientes para mí misma mientras entraba a la cocina. Definitivamente el orden no es algo que mi hermana y yo compartimos.

Me serví un enorme vaso de agua mientras pensaba en la pesadilla. Aun podía recordarla perfectamente. Cada emoción y cada sentimiento que veía reflejado en los ojos de aquella niña se me hacían tan familiares. Me negaba a aceptarlo pero esa niña era yo y el señor que la acompañaba era mi padre. Nunca he querido ponerme a reflexionar acerca del sueño. Las otras veces solo me tapaba de pies a cabeza, cerraba los ojos e intentaba dormir de nuevo. Pero ahora debo hacerlo, debo confrontarme, es justo y necesario.

Me termino el agua, me siento en una de las sillas y analizo todos mis recuerdos. Ya hace 7 años que no juego con mi padre, que no oigo su voz, que no puedo abrazarlo. Valerie es muy pequeña para recordarlo, apenas tenía un año pero yo si lo recuerdo, no muy detalladamente, pero lo recuerdo. Recuerdo haber jugado con él, recuerdo el ultimo cuento que me contó, recuerdo el último beso de "buenas noches" y recuerdo el día siguiente cuando mi madre llorando desconsoladamente nos abrazó y a mí me dijo que mi padre no volvería más pero que se encontraba bien y que siempre estaría cuidándonos desde un lugar muy lejano.

Lo extraño y esos sueños reflejan lo que siento. Sin darme cuenta, una lágrima recorre mi mejilla. Me la seco con el puño y me dirijo a mi habitación. Son demasiados sentimientos encerrados en mí.

Esta vez sí tengo cuidado y voy esquivando los juguetes del corredor.
Me arrojo boca arriba en mi cama y muevo los ojos por toda mi habitación. En la repisa más alta veo a Alejo. Es una oveja bueno "ovejo" de peluche que solía acompañarme a todos lados cuando era niña. Me paro en mi cama y rápidamente lo cojo. Ya está algo viejo y bastante sucio. Mañana tomará un baño en la lavadora. Vuelvo a acostarme, abrazo fuertemente el peluche y me acurruco de lado. Recuerdo las veces que Alejo me acompañaba por las noches cuando tenía mucho miedo a la oscuridad y solía pensar que algún monstruo saldría de debajo de la cama o del closet. Entre tantos pensamientos y memorias, el sueño se apodera de mí y caigo dormida.

The Green Lines GirlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora