Capítulo 9: Renée.

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Esa misma noche después de la cena en el comedor, yo no pude dormir tan bien.

Me la pasé caminando de un lado a otro por la cabaña, preguntándome qué era lo que los versos de la profecía significaban, y por qué tenía que haber llegado ahora que por fin comenzaba a encontrar un poco de calma en el Campamento.

Del abismo surge la oscuridad —repetí en voz alta—. Abismo, oscuridad. ¿Qué demonios se supone que hagamos ahora? ¿Combatir con linternitas?

Desde una litera a mi lado, Percy soltó un gruñido.

—Renée, has estado repitiendo lo mismo durante toda la noche. ¿Por qué no sólo tratas de dormir un poco?

—No puedo hacerlo. ¿Tienes idea de lo que se siente saber que irás a una misión de la que no sabes absolutamente nada al respecto?

Puso los ojos en blanco, y me tomó unos segundos comprender que si alguien conocía ese sentimiento, era él mejor que nadie.

...

Él lo conocía...

Me acerqué, dando pasitos rápidos hasta que me senté en la orilla de su cama.

—Eh, Percy, adorado hermano mayor. ¿Podrías ayudarme con-

—No. Sé a dónde va esto, y no.

—Pero-

—No.

—Pero sólo si-

—NO. He tenido demasiados problemas con los dioses. Ahora, por favor, déjame dormir.

—Oye...

—Buenas noches — y se dio la vuelta.

Suspiré. Al menos lo había intentado. Pasé varios minutos tratando de hacer cualquier cosa que distrajera mi atención de esa profecía. Jugué con el agua de la fuente al fondo de la cabaña, tararée por lo bajo algunas de mis canciones favoritas -sobre todo de 30 Seconds To Mars y Snow Patrol-, incluso traté de escribir un poco. Una historia sobre una chica demasiado imaginativa, o que eso creían que era, hasta que resultaba ser que sus imaginaciones eran en realidad contactos con otro mundo.

Decidí detenerme cuando las letras bailando sobre el papel comenzaron a marearme, y ahora estaba sola con mi mente, en esa cabaña donde lo único que se escuchaba era el goteo de la fuente y algunos ronquidos molestos.

No recuerdo cuándo me quedé dormida, pero ojalá hubiera podido pasar el resto de la noche en vela.

Eso habría deseado, porque en cuanto el sueño llegó todo mi entorno cambió. Estaba de pie en el medio de la nada, y por nada me refiero a que eso era exactamente lo que veía: nada. Todo era obscuridad, un vasto espacio negro en el que no podía distinguir muros, ni cielo, ni suelo. Temí por un momento que ni siquiera existiera un suelo en el que estuviera parada, pero no, sí estaba allí. Lo supe cuando comenzó a temblar y quebrarse.

Trozos de él caían hacia el abismo lúgubre y brumoso, y yo corrí para que no me arrastrara con él. Claro que caí, pero hey, no es nada sencillo tratar de huir de un derrumbe con el suelo vibrando y provocando que perdiera mi equilibrio.

De la profundidad se escuchó una risa penetrante, inquietante y... antiquísima. Como si generaciones, épocas, eras enteras vinieran en conjunto con ella. Eones de años atrás, algo mucho más antiguo que las historias que mi hermano Percy solía contarnos sobre lo que hizo durante sus años en el Campamento.

—Por fin —habló una voz trémula —, sabré lo que es estar en la cima de todo.

Hubo un estallido, y el sueño se disipó.

El Despertar de los SemidiosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora